El buscar el origen de la materia, sus entresijos, ha estado siempre en la mente de filósofos y físicos. La moderna física, la física cuántica ha revolucionado conceptos que parecían insalvables.
Uno de los descubrimientos más grandes a este respecto ha sido el que el mundo “objetivo” no parece existir fuera de la conciencia, que a su vez determina sus propiedades, interaccionándose materia y conciencia. Es decir el observador influye en lo observado y recíprocamente. Hoy día las dos corrientes opuestas sobre la naturaleza del Ser: El espiritualismo y el materialismo clásicamente enfrentadas han dado paso a una nueva visión de las cosas: El Metarrealismo.
Para el espiritualista la realidad tiene una dimensión puramente espiritual.
Por el contrario para el materialista lo real se reduce a una dimensión puramente mecánica, donde el espíritu no tiene una existencia independiente, aún más de Demócrito a Marx, el ámbito del pensamiento, no es más que un epifenómeno de la materia, más allá de la cual nada existe. Espiritualismo y materialismo deben de ser completadas con sus correspondientes teorías del conocimiento: El idealismo y el realismo.
Para el idealismo lo real no es accesible, solo existen las percepciones que tenemos de él. Para el realismo el mundo tiene una realidad objetiva, independiente del observador que nosotros percibimos como es.
El metarrealismo realiza la síntesis entre el materialismo y el idealismo, y concilia el realismo y el idealismo. En frase de Jean Guitton: La realidad inmanente que percibimos, alcanza el principio trascendente que se supone le dio origen. Por otra parte según el principio de incertidumbre de Heisenberg, nosotros no observamos el mundo físico sino que participamos en el. Según la nueva física, nosotros soñamos el mundo, y lo hacemos
como algo durable, omnipresente en el espacio y estable en el tiempo, pero más allá de esta ilusión, se desvanecen las categorías de lo real y lo irreal. El espíritu y el mundo no forman sino una única realidad (Igor Bogdanov) Como dice Pearce, el espíritu humano refleja un universo que refleja el espíritu humano. El metarrealismo comienza en el momento que el soñador toma conciencia de si mismo y de su sueño.
Para Heinz Pagels, expresando la mayor parte de los físicos afirma que el Universo es un mensaje redactado en un código secreto, un código cósmico y que la tarea del científico consiste en descifrar ese código. En un marco metarrealista puede comprenderse ese código, pero para ello tenemos que admitir que el espíritu y la materia forman una única realidad, como la luz misma que es a la vez corpúsculo (material) y onda (inmaterial); que el Creador de este universo materia/espíritu es trascendente; que la realidad en sí de este universo no es cognoscible.
La teoría cuántica nos dice que para comprender lo real tenemos que renunciar a la noción tradicional de materia, como materia tangible, concreta y sólida; que el espacio y el tiempo son ilusiones; que una partícula puede ser detectada en dos sitios a la vez; que la realidad fundamental no es cognoscible. Existimos a través de “algo” cuya naturaleza y propiedades son difíciles de captar, pero que se asemejan más al espíritu que a la materia tradicional. ¿Qué hay tras el velo que vela lo real? …
La constante de Plank, de una pequeñez extrema (su valor es de 6,626.11 elevado a -34 julio segundos) representa la más pequeña cantidad de energía que existe en nuestro mundo físico, la más pequeña acción mecánica concebible, un verdadero muro dimensional, ya que representa el límite último de la divisibilidad de la radiación, de toda divisibilidad. Este límite introduce otros como la “última longitud de Plank” que representa el intervalo más pequeño posible entre dos objetos aparentemente separados; y “el tiempo de Plank” que designa la unidad de tiempo más pequeña posible”. Acontecimientos en apariencias desordenados e imprevisibles, entrañan un orden tan sorprendente como profundo.
¿Cómo explicar la existencia de un orden así en el corazón del caos? ¿Por qué existen esas fronteras? ¿Qué hay más allá? ¿Quién ha decidido su existencia y su valor?...
Como observamos los descubrimientos de la nueva física se acercan a la esfera de la intuición metafísica como afirma Guitton. A este respecto, el físico Eddington argumentaba lo siguiente: “Se podrá decir, quizá, que la conclusión que se extrae de esos argumentos de la ciencia moderna es que, para un científico razonable, la religión se ha vuelto posible en torno al año 1927”. Ya Pasteur comentaba que “Un poco de ciencia aleja de Dios, pero mucha devuelve a Él”. Heisenguer a este respecto afirmaba que “La experiencia de la física moderna, nuestra actitud hacia conceptos como el espíritu humano, el alma, la vida o Dios será diferente de la que tenía el siglo XIX.
Los astrofísicos toman como punto de partida las primeras milmillonésimas de segundo que siguieron a la Creación. A 10 elevado a -43 segundos después de la explosión del Big Bang, el Universo entero, con todo lo que contendría más tarde, las galaxias, los planetas, la Tierra, todo estaba contenido en una esfera de una pequeñez inimaginable: 10 elevado a 43 cm., es decir miles y miles de millones de veces más pequeña que el núcleo de un átomo, se expandió en un Universo en constante expansión.
Los físicos no tienen la menor idea acerca de lo que podría explicar la aparición del Universo, tropiezan con el “Muro de Plank”. Detrás de este muro se esconde según el físico Igor Bogdanov una realidad inimaginable, una realidad vertiginosa donde la estructura del espacio se hunde en un cono gravitatorio tan intenso que el tiempo recae del porvenir al pasado y estalla en el fondo del cono, en una mirada de instantes iguales a la eternidad.
Según la teoría cuántica, el universo físico observable no está hecho de otra cosa que de pequeñas fluctuaciones sobre un inmenso océano de energía. No solamente el espacio tiempo y la materia nacerían de ese plano primordial de infinita energía y de flujo cuántico, sino que estarían permanentemente animados por él. El físico David Bohm, piensa que la materia y la conciencia, el tiempo y el espacio no representan más que un “íntimo chapoteo” respecto a la inmensa actividad del plano subyacente, el cual proviene de una fuente eternamente creadora situada más allá del espacio y del tiempo.
¿Cuál es desde un punto de vista físico, la naturaleza de ese plano subyacente? ¿Puede ser mensurable físicamente?...
Para intentar contestar a estas preguntas tenemos que recordar el vacío absoluto. Este caracterizado por ausencia total de materia y energía no existe. Incluso el vacío que separa las galaxias no está totalmente vacío sino que contiene algunos átomos aislados y diversos tipos de radiación. En el “fondo” de ese vacío existe un campo electromagnético residual dicen los físicos. Y ésta energía residual puede convertirse en materia durante el curso de sus “fluctuaciones de estado”: Nuevas partículas surgen entonces de la nada. Podemos por ello inferir que justo antes del Big Bang un flujo de energía inconmensurable fue transferido al vacío inicial y generó una fluctuación cuántica primordial de la que habría de nacer nuestro Universo. ¿De donde vino esa energía en el comienzo del Big Bang? ¿Qué se esconde tras el muro de Plank?...
Una energía primordial de una potencia ilimitada; un tiempo total, inagotable que todavía no había sido troceado en pasado, presente y futuro, un tiempo absoluto que no transcurre, todavía no separado en un orden simétrico, y que corresponde a la misma energía total, inagotable se escondía en un tiempo absoluto que es eternidad.
El océano de energía ilimitada es el Creador, el Principio Original, fuerza infinita, ilimitada sin comienzo ni fin. Las leyes de la física pierden pie ante el misterio absoluto de Dios y la Creación, comenta Jean Guitton; por ello no podemos comprender lo que hay detrás del Muro, y de esa Realidad Ontológica, el Creador, Conciencia Original, consciente del Ser que es en la Totalidad de la nada. Que decidió crear un espejo de su propia existencia, rompiendo en definitiva con la hermosa armonía de la nada original. Y así La Materia, el Universo, el propio hombre, son creados a imagen y semejanza del mismo Dios; un modelo de creación autónomo y en evolución continua. No existe otra motivación del por qué creo Dios el Universo, y al hombre que por amor. El se bastaba así mismo pero quiso proyectarse en el hombre, a fin de que también disfrutara del propio Cosmos.
El salto decisivo para el comienzo de la vida no se da a nivel atómico, ni nuclear, pues a esos niveles los átomos del hombre son iguales a los de una piedra, sino a nivel de las macromoléculas, donde las diferencias son muy importantes y atañen a las segregaciones de materia entre el mundo mineral y el orgánico.
La vida es materia informada ¿De donde le viene esa información? ¿Por qué azar se han aproximado ciertos átomos para formar las primeras moléculas de aminoácidos, y aún más por qué se han ensamblado éstas hasta llegar a ese edificio complejo que es el ADN, portador del mensaje inicial que permitió reproducir a la primera célula viva? ¿Quién ha determinado las leyes de la propia evolución previsibles incluso por cálculos estadísticos y de probabilidad?...
Estas preguntas y muchas otras que nos podríamos hacer quedan sin respuesta si uno se atiene únicamente a las hipótesis que hacen intervenir al azar. Por ello las ideas de los biólogos han comenzado a cambiar desde hace algunos años, lanzando hipótesis que se apoyan claramente en la intervención de un principio organizador, que transciende la materia. (Lo que desde la Biblia se llama, Dios; y en Él nos movemos, somos y existimos (Act11, 28) Es el concepto panenteísta, también llamado así desde la teología.
Para que fuera posible la emergencia de la vida en nuestro planeta Tierra tuvieron que darse unas condiciones muy difícilmente achacables al azar, pues pensemos que a escala cósmica, el espacio vacío es tan frío (menos de 273 grados) que cualquier criatura viva incluso la más sencilla sería congelada instantáneamente. Por otro lado la materia de las estrellas es tan ardiente que ningún ser vivo puede resistir allí; además en el Universo hay perpetuas radiaciones y bombardeos cósmicos que hacen imposible cualquier clase de vida. Ahora bien a pesar de todo ello, la vida ha aparecido en nuestro planeta.
Hace cuatro mil millones de años, lo que llamamos vida no existía en nuestro planeta, y en un ambiente como hemos comentado desfavorable para la vida misma, los primeros cuerpos simple van a unirse según leyes que en nada deben al azar. Siguiendo la misma ley de afinidad atómica, los aminoácidos van a ensamblarse para formar las primeras cadenas de péptidos. Surgen también las primeras moléculas nitrogenadas (purinas y pirimidinas) de las que nacerá más tarde el código genético y los nucleótidos de las moléculas del ARN. Así en centenares de millones de años, la evolución engendrará sistemas bioquímicos estables, autónomos, protegidos del exterior por membranas celulares, los cuales se parecen ya a ciertas bacterias primitivas.
¡No existe el azar en el proceso creativo!, cita el físico Grichka Bogdanov, ya que para que la unión de los nucleótidos conduzca por “azar” a la elaboración de una molécula de ARN utilizable es necesario que la naturaleza multiplique a tientas los ensayos durante al menos 10 elevado a 15 años, es decir un tiempo cien mil veces más largo que la edad total de nuestro Universo. Dicho de otra forma, un solo intento al azar sobre la Tierra habría bastado para agotar el Universo entero, como si todos los esquemas de la evolución hubieran sido escritos de antemano, desde los orígenes.
El universo es “inteligente”, cita Guitton. Como cita Teilhard de Chardin, hasta la partícula más elemental tiene conciencia (no pensante). Una Inteligencia Original fue la que transcendió lo que existe en nuestro plano de la realidad y la que ordenó en el instante de lo que llamamos Creación, la materia que ha dado origen en su evolución a la vida como la que conocemos.
Es sorprendente y maravillosa la ordenación ultraestructural microscópica de la materia provista de átomos compuestos de núcleos aún más pequeños y electrones que orbitan a su alrededor. Similar es esta estructura microscópica a la de los propios planetas que orbitan alrededor de soles en nuestras galaxias.
El hombre portador de esta misma estructura atómica, verdadero microcosmos, se encuentra en el punto medio, en el centro del Universo, entre lo “infinitamente pequeño” y lo “infinitamente grande”. El es también portador de un “mundo” microscópico y macroscópico, que aprehende por sus sentidos, por su conciencia.
Si analizásemos cuánticamente algo visible, por ejemplo una gota de agua, observaríamos que está compuesta de moléculas, alrededor de miles y miles de millones. Cada una de las cuales mide 10 elevado a - 9 metros.
Penetrando en esas moléculas, descubriremos allí átomos más pequeños, con dimensiones de 10 elevado a -10 metros. Cada uno de esos átomos está compuesto de un núcleo todavía más pequeño de 10 elevado a -14 metros, y electrones que gravitan a su entorno. Si entramos en el corazón del núcleo hacia una dimensión de 10 elevado a -15 metros, encontramos nuevas partículas como los protones y neutrones, pero aun se hallan nuevas partículas como los ladrones y los quarks hasta el “muro dimensional” de 10 elevado a -18 metros. Si se redimensionase el tamaño de ese mundo subatómico, microscópico, a nuestra visión macroscópica, ese mundo subatómico ampliado a esa escala, impediría ver el nuestro; se superpondría a la visión que tenemos del mundo actual.
Existe un inmenso vacío entre las partículas elementales. Si por ejemplo se representa el núcleo de oxígeno al tamaño de una cabeza de alfiler, los electrones que gravitan a su alrededor, a igual escala, describirían una circunferencia que pasaría por la mitad de Europa. Si todos los átomos de nuestro cuerpo pudieran juntarse hasta tocarse, tendríamos el tamaño de unas milésimas de milímetro, nos dice el físico Igor Bogdanov. Por ello la ordenación entre sí de los átomos y las partículas que giran alrededor de sus núcleos, están configurados a determinadas escalas de distancia entre sí, y son los que configuran nuestro aspecto y apariencia; y así de todos los seres vivientes y las cosas.
Es el umbral de la longitud de onda de nuestros sentidos, visual y auditivo preferentemente, los que aprehenden la forma habitual de los objetos que nos rodean y la de otros seres vivos, acordes con ellos. Por ello lo que nosotros vemos y oímos, no es igual a lo que ven y oyen otros seres vivos, ni los propios hombres (Cada ser vivo ve el mundo, las cosas de forma diferente). Lo observado se encuentra influido por cada mente que observa, añadiéndose así una nueva ilusión a la ya apariencia ilusoria de las cosas, “maja”, que dice la filosofía hindú.
Cada ser, cada cosa, está configurado de forma distinta. Sus átomos y electrones no presentan en realidad un aspecto “sólido material” sino que se encuentran en una danza, en un ballet constante de sus partículas, en un equilibrio dinámico diferente en apariencia aunque común a todos ellos, influyendo en ello su mayor o menor velocidad, en dependencia de su longitud de onda. Y se mantiene ese equilibrio formal debido a la existencia de campos morfogenéticos distintos para cada ser y cada cosa, que provenientes de lo inmaterial, cobran forma material en cada uno de ellos. Dichos campos están ordenados de antemano y fueron proyectados al Universo por la Conciencia Original, por el arquitecto Universal, en un diseño de materia creativa en evolución. A lo largo de su evolución han ido configurándose y tomando determinadas formas aparentes, equilibrios dinámicos distintos: “Hierbas, semillas y árboles cada uno según su especie diferente; seres vivientes según su especies diferente y finalmente el hombre creado a imagen y semejanza del Creador” (Génesis1). Pero el aspecto “real” de las cosas no es lo que vemos, sino que está acomodado a nuestros sentidos, “lo vemos y oímos así”, pero es lo que es.
La auténtica realidad se encuentra en un plano subyacente que mantiene ese equilibrio de átomos y de partículas que define la apariencia de cada cosa, cada criatura. Por ello dicen los hindúes que el mundo es “maja”, ilusión. Cada ser vivo aprecia lo aparente de una forma heterogénea, ya que sus sentidos captan de forma diferente las formas que le rodean.
Todo es relativo, menos la realidad esencial que lo sustenta. Existe no obstante como un común denominador en el Universo que nos une a todos los seres creados, a las cosas también entre sí, más allá de un estricto sentido ecológico.
El mundo objetivo no parece existir fuera de la conciencia humana que determina sus propiedades, y donde lo observado influye en el observador y viceversa. El espacio y el tiempo son abstracciones, puras ilusiones, comentan los físicos cuánticos. ¿Cómo capta un ciego de nacimiento el mundo, las formas exteriores, lo que le rodea?...Desde luego no igual que una persona que utiliza su vista.
Cada ser vivo observa y es observado, influyéndose mutuamente. Dios principio Universal de todo es el gran Observador, el “Ojo” que todo lo ve y que influye en nosotros a través de su acción sustentadora del mundo, en definitiva de su Gracia, que nos ofrece su amistad en su Hijo Jesucristo que nos enseñó a llamarle Padre. Nosotros los observados por Él, también le influenciamos a través de nuestra oración.
La apariencia de “solidez o fluidez” de la materia, de lo que observamos a nuestro alrededor, depende de la mayor o menor velocidad de las partículas que componen la materia misma, de su longitud de onda. En realidad todo se encuentra en un proceso de fluidez constante. Si dispusiésemos de sentidos adecuados, no los humanos, podríamos ver esa danza, ese ballet constante de nuestros átomos y partículas subatómicas que nos constituyen, a nosotros y a otros seres vivos y cosas. Bajo esa apariencia ilusoria de cada ser vivo en su diversidad, de cada cosa, late la realidad ontológica que la sustenta que es Dios: La Realidad intangible e invisible, la Conciencia Original, el Principio Universal que lo sostiene todo y lo mantiene todo: “En Él nos movemos, somos y existimos” (Act11, 28)
Nuestro Ser Esencial, es nuestra esencia inmaterial e invisible. Creado por Dios constituye lo más íntimo de nosotros mismos, aposento, templo, de la Divinidad en nosotros (1Cor3, 16). Más allá de la aparente realidad de cada ser late ese Ser Esencial, esa presencia invisible de lo divino, y que no solo se encuentra en el hombre de una manera muy especial, sino que palpita también en cada ser vivo, en cada cosa creada. En determinadas circunstancias ese Ser Esencial puede revelársele al hombre que lo porta, de una forma íntima y cálida, así como podemos captar también el ser esencial de cada cosa (Dürckheim; Frankl) Y es que Dios, como decía Teilhard de Chardin se encuentra íntimamente en la materia sustentándola: “Materia y Espíritu, conviven en el corazón de la materia misma”. El escritor francés Saint Exupéry decía también:”Lo esencial es invisible”.
Existe una semejanza, un patrón semejante, una equivalencia entre el mundo microscópico subatómico y el macrocosmos galáctico sideral, donde los soles están rodeados de planetas gravitando a su alrededor, como los electrones gravitan alrededor de sus núcleos. En realidad todo está configurado y es parte del Big Bang originario de todo el Cosmos. Todo provino, al principio de los tiempos, de un “Núcleo esencial”, de un Universo miles de millones de veces más pequeño que la cabeza de un alfiler que se expandió. Después del instante originario de la Creación, unos quince mil millones de años atrás, citan los físicos, fueron suficientes, algunas milmillonésimas de segundo para que el Universo se proyectara hacia fuera de su Núcleo Cómico original, y entrara en una fase extraordinaria de expansión que los físicos llaman “era inflacionaria” para que el Universo se expandiese, se “hinchase a 10 elevado a - 50 veces, es decir pasase del tamaño de un núcleo de un átomo al de una manzana de 10 cm. de diámetro. Y continúa aún expandiéndose ilimitadamente. De lo microscópico se proyectó a lo macroscópico (términos considerados desde nuestras magnitudes sensoriales), a distancias siderales de miles de millones de años luz, pero su estructura es la misma.
¿Cuál fue la fuerza expansora de este Universo? ¿Por qué hay algo en lugar de la nada?...
Hay un orden estructural en todo el Cosmos, y ese orden ultraestructural microscópico de la materia misma a nivel subatómico es el que reina semejante en las galaxias y compone también nuestro propio cuerpo de seres vivos. Por ello el hombre es un microcosmos, lleva el Cosmos en su interior y sus “distancias son casi infinitas”. Y formado de esa misma estructura, a su vez, observa lo microscópico y lo macroscópico sideral con la propia medida de sus sentidos, la suya. Pero en la realidad el Universo no es microscópico, ni macroscópico: “Es lo que es”. Nosotros lo vemos bajo esas apariencias micro o macroscópicas, incluso vemos estructuras de nuestro cuerpo al microscopio, pero todo ello es “apariencia”, formas acomodadas a la longitud de onda de nuestros sentidos. (Otros seres distintos al hombre lo verían de forma diferente).
Lo real es lo real, y la única realidad que lo sustenta todo es subyacente a la Creación misma. Es ese océano de energía primordial, conciencia infinita primordial, tiempo absoluto donde no existe el tiempo porque es eternidad, que llamamos Dios. El creó el Universo con su energía. Procede el hombre de la misma realidad ontológica de Dios, pero somos distintos a Él, porque nos creo con autonomía y capacidad de libertad, pero a imagen y semejanza suya (Gn1, 26) Por ello procedemos de la inmaterial, de lo invisible y a ese “mundo” volveremos. Lo que llamamos materia provino de la no materia. Con estos argumentos de la ciencia moderna, y como ya comentó el físico Eddington: “Para un científico razonable, la religión se ha vuelto posible en torno al año 1927”.
En el modelo físico actual materia y no materia, corpúsculo u onda se superponen. Hoy en día en física cuántica, se admite la coexistencia de estos modelos fenomenológicos; no se contraponen, ni se excluyen. El ser humano participa de los dos, son como la cara y cruz de una misma moneda.
En física clásica, la materia está representada por partículas, mientras que las fuerzas son descritas por campos. La teoría cuántica, al contrario, no ve en lo real más que interacciones. No se puede describir un campo más que en términos de transformaciones de las estructuras del llamado espacio-tiempo en una región dada; por lo que, lo que se llama realidad no es otra cosa, nos dice Jean Guitton, que una sucesión de discontinuidades, de fluctuaciones, de contrastes y de accidentes de terreno, que en conjunto, constituyen una red de informaciones.
La conciencia del hombre, su Ser Esencial es lo invariable (inmaterial como Dios mismo), su núcleo divino reflejo de la Conciencia Original, creado el hombre a imagen y semejanza de su Creador (Gn1, 26). Se constituye como la expresión fundamental de lo material-inmaterial subatómico del hombre y que se refleja en sus diversas vertientes: Física, psicológica mental-emocional y espiritual. Resucita tras lo que llamamos tránsito o muerte física. Esta es un proceso de metamorfosis, de esencialización de la materia-no materia constitutiva de nuestro ser. Estimamos que resucitamos en cuerpo (materia) espiritual, con una física celeste materia-inmaterial, si se puede decir así, invisible para los sentidos terrenos. Resucita la “memoria” dijo Teilhard de Chardin.
En determinadas circunstancias (durante el sueño, estados comatosos, relajación, tras accidentes, enfermedades…) pueden ocurrir “conexiones” de nuestros campos energéticos con estos cuerpos espirituales, con redes energéticas de información que nos rodean (Los hindúes nos hablan a este respecto de la llamada red de Indra). Se trataría de las llamadas “redes de “espacio-tiempo”, que nos pueden conectar a otros espacios dimensionales donde entramos en comunicación con ellos, o a nos introducimos en campos de información, como por ejemplo, le puede ocurrir a un investigador que recibe intuitivamente la solución a su problema. Para el físico Edward Fredkin, bajo la superficie de los fenómenos, el Universo funciona como si estuviera compuesto por un enrejado tridimensional de interruptores, algo así como las unidades lógicas de un ordenador gigante; por ello las partículas intraatómicas y los objetos que ellas engendran no son otra cosa que “esquemas de información” en perpetuo movimiento.
Estimamos que bajo la superficie fenomenológica existen planos energéticos, superpuestos e intrincados entre sí; un “mundo” de interconexiones con otros mundos, con otras dimensiones.
El hombre posee en su propia anatomía visible la estructura microscópica subatómica que a su vez tiene el mundo sideral macroscopico visible. Pero macroscópico ¿Para quién? ¿Para el propio hombre que observa el Universo a la medida de sus sentidos? Solo la conciencia del hombre es capaz de ver diferente lo que la Conciencia Universal observa desde su unidad primigenia. Observa con sus ojos las cosas y las ve como diferentes en sus formas, pequeñas o grandes en apariencia, a escalas diferentes, lo que en realidad es una proyección ilusoria que le ofrece sus sentidos.
Cada parte que ve contiene el todo en ella, la realidad primigenia invisible que lo sustenta. El todo se refleja en sus partes. El todo y la parte refleja a todo lo demás. Y como decía el filósofo Emile Boutroux, el todo es uno, pero el uno está en el otro, como las tres personas.
Lo que llamamos casualidad o azar, bajo esta visión de las cosas, se revelaría que no es así, sino que es manifestación de una intrincada red de conexiones que permanecen subyacentes: redes de “espacio-tiempo”, y que en determinadas circunstancias, “cruces energéticos” de esas redes, explicarían fenómenos difícilmente achacables al azar, como son los sincronismos o sincronicidades (coincidencia en el tiempo de dos o más fenómenos), o incluso contactos ultrasensoriales en otras dimensiones de la realidad, fenómenos que pertenecen hoy día al campo de la Parapsicología (Ver: La Otra Cara de la Medicina: El hombre ante el dolor y la muerte. ¿Hay algo después de esta Vida? Cita del autor)
Pero en definitiva nos podemos preguntar ¿Cuál es el origen de tales informaciones, de tales redes? ¿Qué hay más allá de la última frontera, la que limita misteriosamente lo que llamamos la realidad física?...
Ahí comienza el dominio del espíritu, donde el soporte físico ya no es necesario para transportar esa inteligencia, ese orden profundo que observamos alrededor nuestro. Ese “casi nada” comenta el filósofo Jankélévitch es precisamente eso, la sustancia de lo real.
La teoría cuántica relativista de los campos nos acerca a la concepción espiritualista de la materia. Bajo esta perspectiva, una partícula no existe por sí misma sino únicamente a través de los efectos que origina. Este conjunto de efectos se llama campo. Así los objetos que nos rodean no serían más que conjuntos de campos (campo electromagnético, campo gravitatorio, campo electrónico, campo protónico…) siendo la realidad esencial, un conjunto de campos que interaccionan permanentemente entre ellos. La sustancia de un campo es la vibratoria, conjunto de vibraciones parciales, a las cuales están asociadas diversas clases de partículas elementales, que son las manifestaciones “materiales” del campo, que se desplazan en el espacio e interactúan unas con otras, formando redes “espacio-tiempo”. La realidad subyacente es el conjunto de campos posibles que caracterizan a los fenómenos observables, los cuales sólo pueden ser observados por mediación de partículas elementales.
No podemos percibir pues el “fondo” de materia, a lo sumo podemos percibir los efectos originados por el encuentro de esos campos a través de esos eventos fugitivos, fantasmales, a los que se llaman interacciones. Pero por muy fantasmales que sean sus efectos existen en el mundo físico ordinario y son, por consiguiente mensurables.
Nada estable existe en el nivel fundamental, todo se encuentra en perpetuo movimiento, todo cambia y se transforma sin cesar, en ese ballet caótico, indescriptible, que agita frenéticamente las partículas elementales. En el fondo los objetos que nos rodean no son más que vacío, frenesí atómico y multiplicidad, nos dice Jean Guitton.
El vacío no existe. No hay ninguna región del espacio tiempo donde no se encuentre “nada”; por todas partes se encuentran campos cúanticos más o menos fundamentales. Cada vez son más los físicos para quienes el Universo no es otra cosa más que un tablero informático, una vasta matriz de información, una red infinita de interconexiones, de planos y de modelos posibles que se cruzan y se combinan según leyes que son hoy día todavía inaccesibles para nosotros.
La realidad observable no es más que un conjunto de campos. Lo real está subtendido por campos, el primero de los cuales es un campo primordial, caracterizado por un estado de supersimetría, un estado de orden y de perfección absolutos. El espacio y el tiempo no tienen ninguna clase de existencia independiente y son a su vez proyecciones ligadas a los campos fundamentales. Dichos campos son los verdaderos soportes de lo que Guitton llama: “El espíritu de la realidad”. El físico David Bohm piensa que existe un orden implícito, escondido en las profundidades de lo real. En este sentido, habría que admitir que es como si el Universo entero estuviera lleno de inteligencia y de intención, de la más mínima partícula elemental a las galaxias., tratándose en ambos casos del mismo orden, de la misma inteligencia.
Esta interpretación de lo real, resultado directo de los trabajos de la Escuela de Copenhague, dice Guitton, abolió toda distinción fundamental entre materia, conciencia y espíritu: solo queda una misteriosa interacción entre esos tres elementos de una misma totalidad.
Una de las experiencias más apasionantes de la física cuántica fue la de las rendijas de Young. Según la ecuación de Schrodinger, cuando las partículas de luz pasan a través de la rendija de una superficie plana y golpean una pantalla situado detrás de ella, el 10% de ellas chocará contra una zona A, mientras que el 90% restante chocará contra una zona B. Ahora bien, el comportamiento de una partícula fotónica aislada es imprevisible: solo el modelo de distribución de un gran número de partículas obedece a leyes estadísticas previsibles. Si enviamos las partículas una a una a través de la rendija, una vez que el 10% de ellas haya chocado contra la zona A, nos parecerá que las siguientes partículas “saben” que la probabilidad ya se ha cumplido y que deben de esquivar esa zona. ¿Qué tipo de interacción existe entre las partículas? ¿Intercambian algo parecido a una señal? ¿Obtienen de la misma red del campo cuántico la información adecuada para guiar su comportamiento?
Supongamos también, como comenta el físico Grichka Bogdanov, que se cierra una de las dos rendijas, la izquierda, por ejemplo. Ahora los fotones deberán pasar por la única rendija existente, la derecha. Reduzcamos también la intensidad de la fuente luminosa hasta que emita los fotones de uno en uno. Entonces si “disparamos” un fotón, un instante más tarde el fotón pasará por la única rendija abierta y alcanzará la pantalla. Como conocemos su origen, su velocidad y su dirección, podríamos, con ayuda de las leyes de Newton, predecir exactamente el impacto del fotón en la pantalla. Si ahora abrimos la rendija de la izquierda tapada, y seguimos la trayectoria de un nuevo fotón “disparado” a la misma velocidad que el primero y dirigido a la misma dirección que el primero, a la rendija derecha; observaremos que en vez de golpear el fotón el mismo sitio en la pantalla que el primero, el fotón número dos lo hace en sitio diferente. Todo sucede como si el comportamiento del fotón número dos hubiera sido modificado por la apertura de la rendija izquierda. ¿Cómo ha descubierto el fotón que la rendija izquierda estaba abierta? …
Si seguimos adelante en el experimento y continuamos despachando fotones de uno en uno en dirección a la pantalla, sin apuntar ya a ninguna rendija, observaremos en contra de lo esperado, una acumulación de fotones en la pantalla que forman una imagen geométrica que representa una serie de rayas verticales, alternativamente claras y oscuras, cuyo trazado general evoca el fenómeno físico de la interferencia; una trama de interferencia como ocurría al principio del experimento, antes de manipular las rendijas. Nos podemos preguntar también: ¿Cómo sabe cada fotón que parte de la pantalla debe de golpear para formar, junto con sus vecinos, una imagen geométrica que representa una sucesión perfectamente ordenada de rayas verticales? ¿Cómo sabe la partícula que hay dos rendijas? ¿Cómo es acopiada la información sobre lo que sucede en los demás sitios para determinar lo que es probable que suceda aquí?, se preguntó en 1977 el físico americano Henry Stapp conmocionado por estos resultados.
Se tiene casi la impresión, nos dice Guitton, de que los fotones están dotados de una conciencia rudimentaria; de que el Universo, nos sigue diciendo también el físico Igor Bogdanov, está habitado por un número casi ilimitado de entidades conscientes, discretas en el sentido matemático, generalmente no pensantes, que tienen la responsabilidad de hacer funcionar el Universo. Observaciones y conclusiones actuales que corroboran las intuiciones geniales del sabio jesuita Teilhard de Chardin, para quien todo el universo, hasta la más ínfima partícula, es portador de un cierto grado de conciencia.
Aun sin llegar a hablar de conciencia, es inquietante comprobar, sin embargo hasta que punto la realidad observada está ligada al punto de vista adoptado por el observador. Siguiendo el ejemplo anterior de las rendijas de Young, si conseguimos identificar la rendija por la que pasa cada uno de los fotones, en este caso no se forma ninguna trama de interferencias en la pantalla. Es decir si experimentalmente verifico que el fotón, es una partícula que atraviesa una rendija definida, entonces el fotón se comporta exactamente como eso, como una partícula que atraviesa el orificio. Por el contrario si no observo la trayectoria de cada fotón durante el experimento, entonces la distribución de las partículas en la pantalla termina por formar una trama de interferencias de onda. En conclusión, parece como si los fotones “supieran” que son observados, y aún de qué manera son observados, como dice Guitton. Se comprueba pues que una partícula elemental no existe en forma de objeto puntual, definido en el espacio-tiempo, más que cuando es observada directamente. En realidad el fotón sólo existe en forma de onda de probabilidad, que atraviesa las dos rendijas e interfiere consigo misma en la pantalla. Cuando intentamos observarla, esta onda de probabilidad se transforma en una partícula precisa; por el contrario cuando no la observamos, conserva abiertas todas sus opciones. El fotón manifiesta, por el resultado de los hechos, tener conocimiento del dispositivo experimental, incluso de lo que hace y piensa el observador. Las partes, en cierto sentido, están en relación con el todo. En cierta forma, la conciencia modula el comportamiento del fotón onda y lo convierte en partícula material.
El ser humano en consecuencia recrea la materia, colabora en la obra creadora de Dios. Con la conciencia, materializa la onda, lo inmaterial y le da forma de partícula. Cada persona recrea, cocrea, de forma diferente aunque básicamente igual. El hombre es “Cuasi Dios” como afirmaba el místico sufí Iben Aramí. Ya a este respecto, Henri Bergson, obsesionado como todos los filósofos, por la última interrogación, había murmurado estas extrañas palabras: “El Universo es una máquina de hacer dioses”. Este fue su último aliento filosófico.
Estas consideraciones nos llevan a afirmar que fuera de nuestra mente, no existe la materia como tal; existe por nuestra mente, que le da forma. Y cada persona observa la materia de “forma” diferente. En definitiva como dice la filosofía hindú: Lo que observamos, el mundo como tal es “maja” ilusión. Lo verdaderamente real subyace en la materia misma. “Lo esencial es invisible” citaba Saint Exupérie.
El mundo se determina en el último momento, en el instante de la observación. Antes, nada es real, en sentido estricto. Tan pronto como el fotón abandona la fuente luminosa, deja de existir como tal y se convierte en un tren de probabilidad ondulatoria. El fotón original es entonces remplazado por una serie de “fotones fantasma”, una infinidad de dobles que siguen itinerarios diferentes hasta llegar a la pantalla (Igor Bogdanov). Y basta observar la pantalla (la conciencia del observador) para que todos los fantasmas, excepto uno solo, se desvanezcan. El fotón restante se vuelve entonces “real”. En los extremos invisibles de nuestro mundo, por debajo y encima de nuestra realidad, se palpa el espíritu.
El experimento descrito nos muestra que no vivimos en un mundo determinado, sino que somos libres y tenemos el poder de cambiar todo en un instante, con libre albedrío. Por ello las partículas elementales no son solo fragmentos de materia sino los dados de Dios afirma el físico Igor Bogdanov. Y por ello efectivamente, aunque decía Einstein: No es Dios quien juega a los dados”, podemos decir ahora sin embargo: Es el hombre mismo quien juega a los dados con la materia misma, haciéndola rodar en buena dirección (Guitton)
¿Qué pasa con la “realidad” virtual, aquella que no se materializa? ¿Qué pasa con los fotones fantasma que se desvanecen inmediatamente que la mente del observador logra la materialización de uno de ellos? ¿Pueden existir mundos “paralelos”, múltiples al nuestro, otros mundos antimateria? ¿Podría ser que la imagen de un mundo único fuera falsa? ….
Son hipótesis éstas un tanto inciertas, pero quizá allí “debajo o arriba” de la otredad cuántica, comenta Guitton, sea donde nuestros espíritus humanos y el de ese ser trascendente que llamamos Dios sean llevados a encontrarse. Mientras tanto estimo, busquémoslo en el corazón del hombre, en el interior de la materia-espíritu de nuestro propio corazón.
¿Por qué existe este Universo material compuesto de miles de millones de estrellas, dispersas por miles de millones de galaxias que sigue expandiéndose en su recorrido espacio-tiempo? ¿A dónde nos lleva este recorrido?...
La Cosmología responde que el Universo no es eterno; qué tendrá un final, aunque sea infinitamente remoto. Quizá entonces por el frío, debido a su expansión indefinida, las galaxias se pierdan en el infinito, mientras las estrellas, los soles se extingan después de haber irradiado sus últimas reservas. Más allá de la duración misma del protón, la materia misma se disgrega. En un último instante, las últimas motas cósmicas de polvo son engullidas a su vez por el inmenso agujero negro en que se ha convertido el Universo agonizante.
El destino del Universo a largo plazo no es previsible, al menos por ahora. Como dicen los físicos, si su masa total es superior a un cierto valor crítico, entonces al cabo de un tiempo más o menos largo, la fase de expansión llegará a su fin. La materia que forman las galaxias, los estrellas, los planetas, todo eso será comprimido hasta convertirse de nuevo en un simple punto matemático que anulará el espacio y el tiempo. Entonces al término de un lento proceso de desmaterialización la información, acumulada en todo el universo durante centenares de miles de millones de años, se separará de la materia y se liberará de ella para siempre. Por fin el mismo espacio-tiempo se reabsorberá y todo volverá a la nada.
¿A dónde irá toda esa información acrisolada desde el albor de los tiempos? ¿Qué se puede entonces pensar de un Universo situado entre dos nadas, la de su principio y su final?...
Precisamente porque el Universo no tiene el carácter del ser en sí, supone la existencia de otro Ser situado fuera de él. Si nuestra realidad es temporal, la causa de esta realidad, dice Guitton, es ultratemporal, trascendente al tiempo y al espacio.
Quizás entonces sea el final de nuestro mundo, o su consumación coincida con el anuncio de aquel nuevo mundo transformado que se vislumbra en las palabras escatológicas del profeta Isaías, escritas hacia el año 760 antes de Cristo.
Isaías nos habla de una paz mesiánica (I Is11,1-9); de una reconstrucción de Israel (II Is54, 11-17); de una Nueva Jerusalén y de la llegada del Salvador Victorioso ( III Is62, 1-12;63, 1-6,); de una nueva Creación (III Is 65, 17-25) donde el lobo y el cordero pacerán juntos y donde el león con el buey comerán paja; de un culto auténtico (III Is66, 1-4); de un juicio y un pueblo que renace (III Is66, 5-14); de un juicio de los pueblos y de una reunión de todos ellos (III Is66, 15-24).
Y en Efesios se habla de la recapitulación de todas las cosas por parte de Dios en Cristo: “En el cual tenemos por su sangre la redención, el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia, la cual Dios sobreabundantemente derramó sobre nosotros con toda sabiduría y prudencia, haciéndonos conocer el misterio d su voluntad, según su beneplácito que se propuso realizar en Él, en la economía de la plenitud de los tiempos, al recapitular todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la tierra (Ef1, 7-10).
Dichas estas consideraciones nos hallamos muy cerca de ese Ser al que la religión llama Dios.
Consideremos además como apunta Guitton, tres consideraciones al respecto:
1º El Universo aparece como acabado, cerrado sobre si mismo. Si se compara con una pompa de jabón que abarque todo, ¿Qué hay a su alrededor? ¿De qué está hecho el “exterior” de la pompa. Es imposible imaginar un espacio exterior al espacio y que lo contenga. Desde un punto de vista físico, un exterior así no puede existir. Estamos pues obligados a colocar más allá de nuestro Universo la existencia de “algo” mucho más complejo: Una totalidad en el seno de la cual nuestra realidad está, en resumidas cuentas, inmersa, algo así como una ola en un vasto océano.
2º ¿Es necesario el Universo? O al contrario: ¿Existe un determinismo superior a la indeterminación cuántica? Si la teoría cuántica ha demostrado que la interpretación probabilista es la única que nos permite descubrir lo real, debemos concluir de ahí que, frente a una naturaleza irresuelta, debe de existir, fuera del Universo, una Causa de la armonía de las causas, una Inteligencia discriminante, distinta del universo.
3º El Universo parece construido y regulado con una precisión inimaginable a partir de algunas grandes constantes. Se trata de normas invariables, calculables, de las que no se puede saber por qué la naturaleza escogió tal valor en lugar de tal otro. Debe de asumirse pues la idea de que
en todos los casos, con valores diferentes del “milagro matemático” sobre el que descansa nuestra realidad, el Universo habría presentado los caracteres del caos absoluto: Danza desordenada de átomos, que se juntarían en un instante y se separarían al instante siguiente para recaer sin cesar en sus insensatos torbellinos. Y puesto que el Cosmos remite a la imagen de un orden, este orden nos conduce a su vez, hacia la existencia de una Causa y de un fin exterior a él: Es el principio antrópico.
En la estela de todo lo que precede nos sigue diciendo Guitton, podemos aprehender el Universo como un mensaje expresado en un código secreto, una especie de jeroglífico cósmico que acabamos de empezar a descifrar. Pero, ¿Qué hay en ese mensaje?...
Cada átomo, cada fragmento, cada grano de polvo existe en la medida en que participa de un sentido universal. Así se descompone el código cósmico: Primero la materia, después la energía y, por fin la información. ¿Hay algo aún más allá? …
Si aceptamos la idea de que el Universo es un mensaje secreto, ¿Quién ha compuesto el mensaje? Si el enigma de ese código cósmico nos ha sido impuesto por su autor, ¿No forman nuestros intentos de descifrarlo una suerte de trama, de espejo cada vez más nítido, en el cual el autor del mensaje renueva el conocimiento que tiene de sí mismo?
Las formas que representan los seres vivos, las cosas, se mantienen bajo esas formas por equilibrios dinámicos de la materia misma a través de esos campos y sus interacciones, tipos de equilibrio que explican que los objetos sean así en su múltiple diversidad fenomenológica y no de otra manera. Esos equilibrios dinámicos ordenados dentro del caos de las partículas, nos hacen ver la existencia de un Orden, de un Principio Ordenador de ese caos de partículas, de esos campos morfogenéticos. Ese Principio Ordenador, esa Conciencia Original, es el Gran Observador que todo le ve, que sustenta a la materia misma en su evolución, que la dota de conciencia y conciencia pensante al propio hombre (Act11, 28), y que puso también nombre a los seres vivos y a las cosas (Gn1, 31).
“¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¡Quién le ha dado primero, para que Él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del Universo. A Él la gloria por los siglos. Amén” (Rom11, 33-36).
Ante esta maravilla de tu Creación, y desde el avión que en este momento voy volando, te repito Señor embelesado y altamente agradecido, una y mil veces: ¡Bendito seas Señor!
Cristo convive en el corazón de la materia (Teilhard de Chardin)
Dios Espíritu es la fuente de toda energía, de toda materia y se ha hecho cercano a nuestro corazón en Jesucristo, su Hijo querido, el hombre-Dios.
Bernardo Ebrí Torné
Saturday, March 21, 2009
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