Actividad Científica del Dr. Bernardo Ebrí

Los interesados en poder descargar publicaciones médicas científicas del Dr. Bernardo Ebrí Torné, pueden hacer "clic" en

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Para descargar el programa informático para el cálculo de la Edad ósea en niños, guía explicativa como usarlo, sobre la radiografía de mano izquierda, y luego poder predecir la talla adulta del niño (niños de 0,5 años a 20); específicos programas para niños de 0 a 4 años a través de la radiografía de mano y de pie) (En español y lengua inglesa),publicaciones a este respecto, libro sobre Maduración Esquelética etc.,.., introducirse en la siguiente web: www.comz.org/maduracion-osea
Se abrirá el portal al hacer "clic" y allí, se encuentra toda la información, con posibilidad de descarga.
El método esta siendo utilizado por pediatras, radiólogos, de España, Italia, México, Venezuela...
Comentarios en https://sites.google.com/site/doctorbernardoebri/prueba


Salmos 91:4 y 46:1. El amor de Dios

Salmos 91:4 y  46:1. El amor de Dios
"Pues te cubrirá con sus plumas y bajo sus alas hallarás refugio. ¡Su verdad será nuestro escudo y tu baluarte". "Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia"

Wednesday, January 21, 2009

CRISIS EXISTENCIAL TESTIMONIO PERSONAL


Tras una prueba que Dios envía o permite en definitiva, las seguridades desaparecen y las cosas aparecen sin sentido propio, deshilvanadas; incluso puede existir un profundo sentimiento de despersonalización.
Fue a los 18 años cuando tuve mi primera crisis existencial. Yo era un muchacho hijo único educado con gran tolerancia y aparentemente nada explicaba lo que me estaba ocurriendo. Hasta en las “junturas del adoquinado” quería ver un Principio Fundamental que uniese todo, buscaba la atomización de la materia, lo invisible; la angustia surgía al querer reconocer un substrato fijo, una entidad material sobre la que mi vida pudiese ajustarse, encontrar referencias que me permitiesen seguir mi vida con seguridad, ya que el miedo a lo desconocido se cernía sobre mí. Ocurría como si hubiese sido parido de nuevo y me encontrase de repente ante un mundo distinto y desconocido, que no entendía; donde las antiguas referencias de antes, viéndolas ahora ya no me decían nada. Estaban ahí pero me eran extrañas y no podía descansar en ellas. Observaba como estaba ocurriendo una profunda transformación en mí, que duró en su mayor intensidad cerca de un año. Buscaba en definitiva la esencia de las cosas, intuía que era posiblemente Dios el motor de todo aquello y lo buscaba. Me abandonaba a El como un niño asustado lo hace, acudiendo por la noche a la habitación de sus padres cuando tiene una pesadilla. Quería aprehender su esencia más íntima, pero para calmar la angustia terrible que me corroía, por el camino de la fe pedía insistentemente que todo se calmase y pudiera recuperar la paz inicial saliendo de aquél oscuro túnel. Recuerdo que el rosario rezado junto a mi madre me descansaba. Estaba en cierta manera experimentando una regresión infantil como corresponde a la enfermedad o a una depresión donde te sientes pequeño, minusválido y buscas refugio en una figura protectora, benéfica.
Al mismo tiempo, multitud de dudas, obsesiones, problemas de conciencia y escrúpulos surgían en torbellino. Era el conflicto de mi adolescencia un tanto retrasada, el aflorar mis primeras experiencias sexuales y el choque con la normativa de la moral tradicional. Se trataba de una profunda crisis vital en la que no me reconocía tal como estaba viviendo. Recuerdo que mirándome al espejo me causaba extrañeza mi figura. Mis seguridades habían desaparecido, mi cascarón iba reventando: Una cáscara de superficialidad y de seguridades procedentes de criterios ajenos estratificados y sedimentados. Al mismo tiempo, una imagen de un Dios extraño e institucional iba cediendo paso a una imagen distinta de Dios que se iba abriendo poco a poco en mi ser. Era consciente del cambio que se estaba produciendo: Un Dios personal se iba fraguando en mí, no solo un Dios consolador sino un Dios desconcertante y diferente a la idea que me había forjado desde mi niñez.
El esfuerzo de voluntad que tuve que hacer para mantenerme a flote de la profunda crisis que estaba viviendo junto con el abandono en Dios fue remodelando mi personalidad, permitiéndome desarrollar una gran disciplina de trabajo que se notó en gran manera en mis estudios de medicina. Las “ofensas” que podía inferir a mi Dios, eran rápidamente reconciliadas en el sacramento de la reconciliación. Seguía “prosperando” espiritualmente, una conciencia nueva de lo religioso iba desarrollándose en mí. Antes no es que no la tuviera pero estimaba que no se había desarrollado como lo hacía ahora en medio de las dificultades por las que estaba pasando. Ahora estaba madurando como persona y aunque caía muchas veces me levantaba rápidamente.
De pequeño mi “instinto” religioso me había guardado de las precocidades de otros niños de mi entorno. En las visitas al Santísimo que solía hacer en los recreos de mi colegio le pedía a Jesús que siempre me guardase para Él aunque me hiciese mayor. Creo que estas peticiones de un niño sincero fueron atendidas. Siempre he intentado no perder una misa dominical, así como he tenido una escrupulosa conciencia que me ha hecho mucho sufrir a lo largo de mi vida.
La dirección espiritual que tanto de niño como de joven tuve, me ayudaron a seguir por el buen camino. Fueron tres sacerdotes jesuitas: Teodoro Toni, Mario Sauras y José Soler los que me atendieron solícitos en mis años jóvenes. No era consciente entonces de ello pero los tres cooperaron a que me labrase una conciencia acorde a mis creencias. Ahora que ya han fallecido me doy cuenta de la incuestionable ayuda que me dispensaron, Dios me los puso en mi camino. Teodoro Toni me atendió de niño y Mario Sauras y José Soler de joven. La devoción a la Madre de Dios procede principalmente de Mario que me enseñó a rezar el acordaos de San Bernardo, y a coger afición a rezar el rosario.
El sentimiento religioso fue depurándose progresivamente desde mi niñez sin darme cuenta de ello, pero en la crisis que iba pasando se hacía todo mas consciente y experimentaba un gran cambio, un inmenso vacío que se iba fraguando poco a poco pero que despuntaba a una esperanzada aurora.
Mi segunda crisis existencial ocurrió durante el servicio militar, donde experimenté aunque mi estancia en campamentos fue solo de tres meses un cambio profundo en mi vida de relación. Pudiendo haber vivido unos campamentos cómodos desde mi situación de médico no fue así. No sé si debido a mi sinceridad u orgullo profesional, me llevó a enemistarme con un superior al considerar que los consejos desde el punto de vista ético que daba en materia sexual a la tropa no eran los más acertados para él. Por ello fui relegado a pasar la mili como un soldado más haciendo instrucción y teniendo que abandonar el botiquín. Tuve contacto con gente llana, aunque sufría al oír las blasfemias que mis compañeros solían proferir. Sin embargo, mi trato con ellos me ayudó a mejorar mi vida de relación. Sentía gran necesidad de ir a la capilla y como cuando era niño buscaba en Él mi descanso. Rezaba el rosario antes de dormirme en silencio y comencé a comulgar a diario, práctica que he continuado muchos años. La paz no tardó entonces en aparecer. Al mes de mi estancia en los campamentos me sentía otro con valentía para hablar a mis compañeros de Dios. Procuré dar ejemplo de pacífico y de resignación ante las duras tareas para mí que me infringieron como era la de servicio de limpieza de letrinas y comedores. De esta forma y gracias también a las visitas periódicas que me hacía la que es ahora mi mujer transcurrieron aquellos meses, experiencia que no me arrepiento de haber vivido.
Fueron tres años más los que tardamos en casarnos. Vivimos un noviazgo espiritual. Nuestra vida ha sido feliz, superando las dificultades temporales que mi carácter obstinado y cultivador del yo personal provocaron. He tenido durante casi toda mi vida de estudiante y ya de profesional una polarización que ahora considero excesiva hacia el culto intelectual. Mi objetivo era llegar a ser catedrático, cosa que nunca llegué a ser por diferentes motivos que no considero de importancia reseñar aquí; pero esta actitud hizo que no dedicara el suficiente tiempo de atención a mis hijos, cosa que suplió y sigue mi mujer haciéndolo de forma ejemplar. Creía yo sin embargo que era bueno y santo servir a Dios desde esta dedicación exclusiva a la medicina, pero los años me han ayudado a mantener un equilibrio entre el excesivo celo profesional y mis obligaciones como hombre casado y padre de familia.
Tuvieron que ser cinco oposiciones fallidas para profesor titular las que me abrieron los ojos y ver ahora como tanto esfuerzo y dedicación al estudio no podían ser considerados como fracaso, sino que este esfuerzo enriqueció mi vida, ya que aumentaron mi caudal de conocimientos cara al enfermo, independientemente de su aplicación directa docente. Pero quedaba todavía otro aspecto que aprender, y ha sido el devenir de los años, lo que me ha hecho ver que el enfermo no puede ser considerado únicamente como un caso clínico que resolver, sino que es una persona la que hay que tratar mientras intentas resolver su problema. Y es que me encontraba tan envanecido de mis conocimientos que no valoraba este hecho. Durante mi primera oposición estaba tan convencido de poder sacarla dada mi aparente superioridad que al recibir el fracaso (no me dejaron pasar del primer ejercicio de oposición) me consideré un hombre derrotado. Y aquí comenzó ya el periplo de oposiciones frustradas y las diferentes lecciones de humildad que tuve que recibir hasta considerar que por mucho que he luchado durante mi vida para ello no se me ha concedido. ¿Por algo, para algo habrá sido? …
La paz ha ido viniendo a mi corazón pero reconozco que la crisis sobre todo tras mi primera oposición se hizo muy evidente. Recuerdo en una de ellas, que estando en Madrid en la capilla de la Universidad Autónoma, mientras esperaba un ejercicio de oposición contemplé un escrito de San Juan de la Cruz en la capilla que ponía: “En el atardecer de tu vida, te examinarán del amor”, frase que desde entonces siempre he recordado y la intento tener presente. Todas estas pruebas considero han ido aquilatando y acrisolando mi corazón para intentar ver la voluntad de Dios en mi vida y no solo considerar la mía.
Tras mis dos primeros fracasos docentes asistí a un Cursillo de Cristiandad y a los treinta y un años me introduje en el Movimiento de Cursillos donde he sido miembro activo muchos años dando cursillos y contribuyendo desde la Escuela a dirigir el Movimiento en Zaragoza. Tras mi primer cursillo descubrí el sentido comunitario del cristianismo, así como tras las oposiciones fallidas fui descubriendo también el valor del paciente como persona en sí.
Durante toda ni vida docente en la Universidad he tratado de impartir a mis alumnos no solo los conocimientos técnicos de la medicina sino enseñar y transmitir valores humanísticos, de tal manera que los estudiantes ya desde su juventud tuvieran un sentido global de la medicina; entendiendo la enfermedad como un sufrimiento no solo físico, sino mental-emocional y espiritual, ya que la auténtica salud contempla todos estos aspectos de la persona humana.
Fueron todos estos años un transcurso sinuoso no exento de dificultades, pues como antes referí descuidé durante largos periodos la atención personal a mi mujer e hijos por el estudio. Mi obsesión era la cátedra, pero Dios aunque dolorosamente y por medio creo de injusticias tuvo que abrirme los ojos para que los pusiera de nuevo con otra actitud en mi familia y mis pacientes considerándolos como personas y no meros casos clínicos.
Dios hizo que tomara contacto con el Movimiento de Cursillos de Cristiandad en una época de mi vida cuando mas lo necesitaba, aunque yo lo ignorase. En aquellos años mantuve un compromiso comunitario, preparando cursillos, dándolos y organizando la Escuela desde mi función de presidente. Ambas dedicaciones fueron mi pasión en aquellos años: Mi dedicación al Movimiento y a la Medicina, donde ya veía en el paciente a la persona y no un caso clínico. Cuando me acercaba a la cabecera de un enfermo me parecía acercarme a la cabecera del propio Jesús. Me esforzaba en aplicar una medicina más personal, valorando no solo los síntomas corporales sino los anímicos y la situación general del paciente. Así mismo me polaricé en atender desde Urgencias los intentos de suicidio de pacientes por lo general jóvenes, invitándoles después de su mejoría clínica a vivir la experiencia de un Cursillo.
A lo largo de mi vida profesional he pasado mucho miedo al preocuparme en exceso de la salud de mi familia y ello ha sido para mí motivo de gran sufrimiento pues me obsesionaba fácilmente con posibles enfermedades que pudieran tener. En realidad estas dudas y obsesiones eran expresión aunque de forma neurótica de mi cariño hacia ellos, ya que quien mucho sufre, mucho ama.
El planteamiento existencial que en ocasiones he planteado a mis enfermos me costaba aplicármelo a mí mismo, ya que ello planteaba viviera en mis carnes una angustia existencial. Todos estos hechos en el ejercicio de la medicina han supuesto para mí un culmen de gozos y alegrías pero también de zonas oscuras, de miedos y problemáticas que he podido llevar gracias a la ayuda que he recibido de lo Alto.
Hoy día el sentido de la Eucaristía es mas vivo para mí, en ella Jesús me ha confortado y me ha hablado al corazón como un amigo. He tratado de ver a mi prójimo como un Cristo que había que atender. La ayuda de mi mujer ha sido esencial para poder hacer compatibles el ejercicio de la medicina y mi dedicación al Movimiento de Cursillos, ella misma colaboró activamente en el movimiento. Recuerdo como en cierta ocasión compartimos mi mujer y yo con una religiosa contemplativa la ordenación de un joven sacerdote, formando una comunidad mística que hemos mantenido durante muchos años. Procuramos mantener a lo largo de los años un clima de fe en mi familia. Todos nuestros hijos han sido deseados y ofrecidos al Señor y a su Madre.
Nunca había sentido tanto miedo, pero tampoco tanta consolación como en la enfermedad de uno de mis hijos, fue una banal intervención de extirpación de adenoides, pero la cosa se complicó y hubo que volver a reintervenirlo bajo anestesia general y con la posibilidad inmediata de una transfusión. Dada mi personalidad tan preocupada respecto a mi familia este hecho supuso para mí un calvario, grité a Dios insistentemente, le traté mal, le zarandee con mis palabras solicitando la salud de mi hijo, y en el colmo de la crisis prorrumpí en un estallido de llanto, diciéndole que si era su voluntad que actuara como El mejor viera, y la paz volvió a mi corazón. Poco a poco en las horas siguientes una gran paz me invadió con la convicción cierta de que mi niño se iba a recuperar. Así fue, no se requirió transfusión y la segunda intervención fue un éxito, di gracias a Dios.
Recuerdo con cariño, cuando realicé un encuentro con el Señor en Madrid, en el Escorial. Fui acompañado por Valeriano, un bendito sacerdote que ya reposa en el Señor. Fue una experiencia inolvidable. Acababa de haber tenido hacía un año mi cuarto hijo, y gracias a aquél encuentro viví plenamente mi paternidad. El encuentro lo dio el padre Ignacio Larrañaga. Había sobre todo religiosos, especialmente del sexo femenino y escaso seglar. El paisaje que nos rodeaba era impresionante. Descubrí la presencia del Señor en la naturaleza y en las personas allí reunidas. Los testimonios fueron magníficos: personas con enfermedades de carácter crónico grave manifestaron su paz interior y su aceptación a la voluntad de Dios. La transparencia de Dios se vislumbraba en aquellos rostros de las personas allí presentes. Un clima misterioso pero palpable, fraternal se fue haciendo patente durante aquellos días. Nunca había palpado, experimentado, sentido tan fuerte la presencia de Dios, la de sentirme parte integrante del cuerpo místico de Cristo en su Iglesia. El Señor me obsequió con su palabra, con la lectura vivenciada de los salmos. Ellos resonaban no solo en mis oídos sino que hacían vibrar las fibras más íntimas de mi corazón. Sentí a Dios como Padre (Tan claramente como en aquellos días no lo había experimentado nunca) El sentirme yo padre me hizo experimentar más su paternidad. Recordé aquellos días con una nueva vivencia escenas donde me veía dando de comer a mi niño, levantándole en mis brazos y sentí por ello una gran felicidad. Ello me hizo experimentar una infancia espiritual de mi mismo con nuestro Padre Dios, porque Él así mismo nos levanta con sus brazos y nos acuna en su corazón. ¡Como disfruto cuando mis niños se refugian en mí y se duermen confiados en mi regazo! Me acarician y los acaricio en una comunidad de amor.
En este clima se ha ido desarrollando en compañía de mi mujer la atención a mis hijos. Entendí también de una forma especial durante aquellos días mi matrimonio, como un regalo y una llamada del Señor. ¡Cómo puede ayudar en la vida espiritual asumir tus tareas diarias, intentando vivirlas desde un clima de amor. Éstas dejan de ser una carga para convertirse en una manifestación dinámica del amor de Dios. Los malos ratos, las fatigas, los pequeños y los grandes sinsabores o flaquezas quedan sobradamente compensados, relativizados, por esta corriente dinámica de amor.
Tardé unos cuatro a cinco días en descender a la realidad una vez finalizado aquél encuentro. Han pasado ya años desde aquella experiencia inolvidable, y aun hoy todavía la recuerdo gratamente; pero los años han pasado y en medio de los gozos se encuentran las sombras y la enfermedad, aunque ya llevan impresa el rostro del Señor. Confío que su ayuda seguirá conmigo todos los días de mi vida. Ello me da fuerzas cuando me asalta la duda de si he dedicado suficiente tiempo a mis hijos durante mi época activa de ejercicio profesional.
En los Cursillos de Cristiandad que fui como dirigente he constatado también palpablemente la gracia de Dios, gracia derramada a raudales sobre las personas asistentes al cursillo. Recuerdo a este respecto estando en un Cursillo en Hijar como saboree embelesado durante la noche el manto estrellado que tapizaba el claustro del monasterio. Nos encontrábamos tan llenos de paz, de la presencia de Dios que todo parecía distinto, todo experimentaba un nuevo brillo, tanto la propia naturaleza como las personas que estábamos viviendo el cursillo.
La formación es esencial para el cristiano, sin ella no podemos abrir la inteligencia a las verdades de Dios. Con ella vivimos y sentimos la Palabra y todo parece clarificarse en la fe. Con ella se hace oración y orando el cristiano se forma como tal.
La libertad en el espíritu hace que el amor sea por devoción y no por obligación, la libertad es obrar sin coacción, pudiéndose amar a Dios con sujeción a su ley pero no con coacción, porque entonces ya no es amor sino esclavitud. Libertad suma es someterse libremente a Dios con obediencia. El deber obediente es amor, un amor ordenado sujeto a la Voluntad Divina.
La vida de relación con los prójimos es tal vez lo mas complejo de nuestro vivir diario, ellos son el mismo Jesús aunque cueste tanto en ocasiones darse cuenta de ello. Intento tenerlo presente cada día en el trato con mis pacientes y pido a Dios y a su Madre que nunca me olvide de ello. ¡Qué quienes me vean, te vean!
Tras el comienzo de mi artritis pasé una aguda crisis intentando acomodarme a tal situación ya que ello producía de manera progresiva una limitación de mis funciones. Con la ayuda de la fe he ido aceptando lo que al principio parecía una cruz imposible de llevar. En cierta ocasión encontrándome muy abatido por la enfermedad me encomendé al Padre Pío de la Pietrelcina, y precisamente aquella noche “soñé” con su presencia. Me hizo ver en el “sueño” imágenes de peces, de hormigas, y olivas negras. Cuando me desperté examiné el sueño y traté de descifrarlo. Enseguida comprendí que las hormigas tiene ácido fórmico, las olivas ácido oleico, y los pescados aceite omega 3. Comencé a tomar aceite líquido destilado omega 3, aceite de oliva virgen, y ortiga en infusiones, que contiene ácido fórmico, y comencé a sentir gran mejoría. Di gracias a Dios.
En la actualidad sigo llevando este tratamiento y sigo estabilizado básicamente de mi enfermedad, aunque en ocasiones tengo pequeños brotes. Recuerdo aquella frase del Evangelio de que “Hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados y que ninguno se pierde sin saberlo Dios” (Mt10, 30) y ello me descansa poniendo mi vida bajo la tutela de nuestro Padre Dios.

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