Actividad Científica del Dr. Bernardo Ebrí

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El método esta siendo utilizado por pediatras, radiólogos, de España, Italia, México, Venezuela...
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Salmos 91:4 y 46:1. El amor de Dios

Salmos 91:4 y  46:1. El amor de Dios
"Pues te cubrirá con sus plumas y bajo sus alas hallarás refugio. ¡Su verdad será nuestro escudo y tu baluarte". "Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia"

Tuesday, February 21, 2012

EL CRISTIANISMO Y LA FELICIDAD*

*Extracto de la ponencia de Juan Martín Velasco en el Foro de Profesionales
Cristianos de Madrid**
FORO DE PROFESIONALES CRISTIANOS, pxmadrid@telefonica.net
MADRID.
*¿Qué podemos hacer los cristianos, qué podemos aportar a la búsqueda de la
felicidad en nuestro tiempo?*

12/03/10.- Vivimos en un clima cultural en el que predomina la desesperanza
y es que han ido fracasando uno tras otro los proyectos ideados para
encontrar una solución al problema del deseo humano de felicidad. La
ilustración no ha cumplido sus promesas, el marxismo que prometía un mundo
justo y nada menos que un paraíso en la tierra, ha fracasado, seguramente
por la estrechez de sus presupuestos ideológicos, basados en el
materialismo, y por la brutalidad de su aplicación en los países que han
estado bajo su dominio. A algunos les pareció que, tras el fracaso del
socialismo real, el mercado abandonado a sus leyes propiciaría el
crecimiento económico indefinido, que multiplicaría los bienes y
facilitaría el acceso a ellos a los pueblos hasta ahora marginados; hoy, la
crisis nos lo muestra con toda claridad, constatamos que la distancia entre
pobres y ricos se hace cada vez mayor, que el crecimiento tiene unos
límites y que por tanto también el mercado ha defraudado las esperanzas que
algunos habían puesto en él. ¿Qué podemos hacer los cristianos en esta
época de desesperanza?

1. Yo creo que lo primero es mirar hacia nosotros y *hacer autocrítica*,
tomar conciencia de los errores anteriores y actuales, justamente en
relación con el problema de la felicidad. ¿Por qué si el cristianismo posee
principios capaces de transformar la existencia, si la esperanza y el amor
constituyen una verdadera fuente de felicidad para los creyentes, como
sucedió al principio del cristianismo, por qué nos vemos los cristianos
también anegados en la civilización del deseo, en las sociedades del
hiperconsumo y en todas las contradicciones que eso supone para la
concepción cristiana del hombre, de la sociedad y de su destino?

La primera razón es que nos llamamos cristianos, porque mantenemos
elementos del cristianismo, creencias, prácticas, formas diluidas de
pertenencia a la Iglesia… pero nuestro cristianismo es más, en conjunto y
sin ofender a nadie, un cristianismo de bautizados que de convertidos. No
creo ser demasiado pesimista si reconozco que las comunidades cristianas
actuales estamos lejos de vivir personalmente la fe que decimos poseer y
conservar*,* si digo que creemos, con la fe reducida a creencia, pero no
somos verdaderamente creyentes en Dios, en Cristo, confiando
incondicionalmente en Él. Esto explicaría que nuestra condición de
creyentes no irradie la alegría de las bienaventuranzas, de Maria, de los
discípulos o de aquellas primeras generaciones de cristianos.

2. Para estar en disposición de recuperar las fuentes cristianas de la
felicidad yo creo que necesitaríamos en primer *lugar revitalizar y
personalizar nuestro ser cristiano, *haciendo efectiva la experiencia de la
vida teologal, eso que se ha dicho tantas veces: o somos místicos o no
podremos ser cristianos. Porque la actitud teologal, la fe-esperanza y
caridad suponen una nueva forma de vivir en la que el hombre, superando las
formas de vida desperdiciada, -la evasión, el divertimiento y tantas otras
formas- llega al fondo de sí mismo y tratando de remontar el curso de su
vida, que él percibe que no se ha dado a sí mismo, admite, reconoce,
acepta: “todas mis fuentes están en ti”, refiriéndose, naturalmente a Dios.
Creer en el Dios Padre creador es, en su centro mismo, vivir en la
esperanza y de la esperanza. Y la esperanza es, en una expresión de Miguel
García-Baró, “la certeza difícil, profundamente dichosa, de que lo mejor
tendrá, tiene ya ahora, la última palabra. Es pues vivir en la certeza de
que la propia vida procede del manantial de amor que reconocemos como Dios
y en la certeza igualmente dichosa de que la semilla de ser que la
presencia de Dios siembre en nosotros se impondrá a todos los peligros, a
todos los pesares, incluso a las catástrofes que pueda comportar nuestra
vida”.

Pero necesitamos también recuperar la vocación terrena, mundana, de nuestro
ser cristiano, tal como la describió, después de siglos de olvido, el
Vaticano II en esa preciosa Constitución sobre la Iglesia en el Mundo
actual.

3. *Los rasgos de la felicidad cristiana*

3.1. Recuperada la raíz de la experiencia cristiana en la vida de los
cristianos, florecería de nuevo la alegría que el Nuevo Testamento atribuye
a los creyentes. Me parece además que de ahí surgiría una felicidad con
rasgos originales, los propios de la felicidad cristiana, por ejemplo: su
condición *de felicidad teologal,* la fe esperanza cristiana es
fe-esperanza en Dios por la que el cristiano se fía de Dios y se confía a
Dios, con todo el poder que la confianza en Dios tiene para derribar del
corazón de los creyentes todos los ídolos que constantemente estamos
fabricando: el de los bienes objeto de posesión y consumo, el del placer
erigido en finalidad de la vida, el del vano honor, la vana gloria y el
cultivo de la propia imagen, y por encima de todo, el del egoísmo que nos
encierra en el círculo estrecho de nosotros mismos y los nuestros y nos
hace ignorar a los otros y pasar indiferentes ante sus sufrimientos.

3.2. Tengo la impresión de que los cristianos, por no haber experimentado
de verdad el ser creyentes, no hemos descubierto la felicidad que comporta
consentir a la fuerza gravitatoria del amor de Dios en nosotros y ser
testigos de la liberación de energías en nuestro interior que se sigue de
ese consentimiento. Creer, confiar en Dios y consentir a su amor con la
incondicionalidad de toda relación que se refiere a Dios, abre la
posibilidad a otro rasgo característico de la felicidad que se sigue de
creer: *sólo se puede creer incondicionalmente *como Abraham, como María,
contra toda esperanza, es decir, contra todas las aparentes razones para no
confiar o para desesperar. Y es que confiar en Dios no es reunir todos
nuestros esfuerzos para dar el salto hacia Él, sino abandonarse a su fuerza
de atracción que es infinitamente superior a la que puede ejercer en
nosotros la gravedad que nos lleva a querer salvarnos a nosotros mismos o a
confiar en cualquiera de los seres mundanos.

3.3. La condición teologal del fundamento de nuestra felicidad hace que
ésta no se vea amenazada por nada, ni siquiera por la muerte. Como dice el
texto de Job -en la antigua traducción de la Vulgata- *“Aunque me mates,
confiaré en ti*”.

3.4. Afirmada en este fundamento, la felicidad de la fe permite descubrir
otros rasgos característicos. Por ejemplo, el Dios trascendente en el que
creemos rompe la atracción que ejerce en nosotros nuestro yo y el mundo en
el que vivimos, el Dios creador que es “Dios mío” para cada ser humano, no
puede serlo mas que siendo a la vez el Dios de todos. Imposible por tanto
decir “Dios mío” si en mi invocación no están incluidos todos. El proyecto
de Dios que aceptamos cuando decimos “hágase tu voluntad” incluye a todos
los hombres, por eso es imposible creer en Él, reconocer su amor e ignorar
a los otros. *Creer en Dios lleva consigo, como principio rector de la
vida, el “no sin los otros, nada sin los otros*”.

3.5. Otro rasgo de la felicidad cristiana es la primacía del amor. Dicen
los escritos de Juan “Creemos en el amor que Dios nos tiene”. “Vivo de la
fe en el hijo de Dios que me amó”, dice San Pablo. Todos sabemos que el
amor es la sal de la vida, su sentido, por eso *el amor está en la raíz de
toda felicidad;* ahora nos explicamos el fracaso de la civilización del
deseo que hay que saciar por la posesión y el consumo de bienes porque el
amor comporta ciertamente deseo pero lo trasciende en la donación regida
por la ley de la gratuidad; la originalidad del amor como centro de la vida
explica la originalidad de la felicidad cristiana: hay más alegría en dar
que en recibir, dice San Pablo en el Libro de los Hechos atribuyendo la
expresión al mismo Jesús.

*Felicidad cristiana, esperanza y sufrimiento*

¿Es verdad que creer en el Dios de Jesucristo aporta alegría, auténtica
alegría a la vida de los creyentes?, ¿qué clase de alegría es la que
aporta? Porque es verdad que la Biblia se refiere a los creyentes como
felices, al Dios en el que esperamos como el Dios que consuela, pero
también es verdad que está llena de oraciones, como las de Jeremías, las
del libro de las Lamentaciones, las de Job, como las de los autores de los
salmos, la de Jesús mismo, en las que se dirigen a Dios desde el abismo del
sufrimiento, desde el mayor abatimiento, desde la angustia, con oraciones
que consisten en preguntas, en busca de explicación por lo que están
viviendo, de queja por esa situación.

La esperanza no se identifica con el optimismo superficial que con una
actitud mágica ante Dios hace de Él la respuesta inmediata a las preguntas
humanas, pone en Él la satisfacción de nuestros deseos inmediatos. El Dios
de la fe y de la esperanza cristiana no puede convertirse en objeto de
ningún acto humano, es un Dios absolutamente trascendente, que no es ajeno
al mundo pero tampoco se hace presente en él como un poder mayor o un ente
supremo que lo rige o lo vigila desde fuera del mundo; precisamente por eso
la fe requiere el trascendimiento de todo lo mundano y el descentramiento
de sí mismo, por eso la esperanza solo está a la altura del Dios en el que
confía cuando renuncia a todos los apoyos que puedan imaginarse para
confiar; renunciar, como Abraham en el sacrificio de Isaac, a la prueba que
Dios mismo le había dado como muestra de su fidelidad.

A partir de estas consideraciones se entiende que confiar cuando no se
tiene ninguna razón aparente para hacerlo, que confiar contra toda razón,
no es que sea el grado sumo de la esperanza, es que es la condición
indispensable para que la esperanza sea esperanza teologal. Así entendida *la
esperanza no consiste en la convicción de que todo me va a ir bien en el
futuro sino en la certeza oscura, en la confianza incondicional de que,
suceda lo que suceda en mi vida, todo está bien porque mi vida entera está
confiada a Dios*.

Voy a terminar con una alusión a la “verdadera alegría”. Los textos más
elocuentes sobre ella están en San Francisco de Asís, en sus mismos
escritos y el capítulo VIII de Las Florecillas. Por ser más breve, remito a
un texto de Santa Teresa del Niño Jesús, que sabéis que pasó por una prueba
formidable al final de su vida, 18 meses en la más oscura de las noches
espirituales, y escribe “a veces es verdad que el pajarillo –ella misma- se
ve asaltado por la tempestad, le parece creer que no existe otra realidad
mas que las nubes que lo envuelven. Entonces llega la hora de la alegría
perfecta para el pobrecito y débil ser, qué dicha para él permanecer allí
no obstante y seguir mirando fijamente a la luz invisible que se oculta a
su fe”. Esta forma de alegría no es una anécdota en la vida de los
creyentes, puede verse como la reproducción en ellos mismos del misterio
pascual, de la vida, muerte y resurrección de Cristo. ¿Recordáis lo que
decía Camus, “los hombres mueren y no son felices”? Jesús no nos ha salvado
de esa condición humana expuesta al sufrimiento arrebatándonos al cielo y
evitándonos la muerte, eso entraba dentro de la propuesta del tentador en
el desierto. Él ha asumido nuestra condición hasta el fondo, pasando por el
sufrimiento, el abandono y la muerte en la cruz y experimentando en sus
carnes crucificadas y de resucitado la victoria definitiva del amor de Dios
a la que nos asocia la esperanza.

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