Una sola América a través de un solo mensaje: Cristo
Se inaugura evento por los 15 años de la Exhortación postsinodal ''Ecclesia in America''
Por José Antonio Varela Vidal
CIUDAD DEL VATICANO, Lunes 10 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Con representantes de todo el continente americano, sea que hablen en inglés, francés, portugués o español, comenzó hoy en esta ciudad el congreso internacional Ecclesia in America, como una viva experiencia de comunión y vínculo de amistad entre los participantes provenientes de la Iglesia en todo el continente americano.
Durante su saludo, el alto prelado invitó a los presentes a no ver este evento como un conjunto de óptimas conferencias, sino que se pueda concluir el mismo “compartiendo y proponiendo renovadas modalidades y caminos para que se irradie esa comunión eclesial en todo el continente americano, dispuestas a colaborar con el ministerio universal del Papa”.
María en el origen de la evangelización americana
El evento continuó con la intervención titulada "El acontecimiento guadalupano, en el origen de la evangelización del Nuevo Mundo Americano", a cargo del padre Eduardo Chávez, director del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos, quien recordó que la Virgen de Guadalupe llevó hasta nuestro continente a Cristo dentro de su vientre, a fin de que nazca en medio de su pueblo; esto es lo que la convierte “en un verdadero modelo de evangelización cristocéntrico e inculturado”.
Sobre esto último, explicó cómo el pueblo indígena dejó atrás de modo progresivo sus creencias naturales, entre ellas las de los sacrificios humanos, con los que buscaban “calmar a los dioses”. ¿Y cómo se obtuvo esto? Según la teoría del padre Chávez, al momento que la Virgen María habla con Juan Diego, y se presenta como madre de esos mismos “dioses”, el pueblo se calma ante la angustia y decepción en que vivían frente a tales ídolos insaciables.
Y entonces comienza así la inculturación, porque el mensaje que trae María es nuevo, está en germen, es el mismo Jesucristo que nacerá en medio de un pueblo que lo aceptará como el único sacrificio –incruento--, que agrada verdaderamente al Padre. Es así que Jesús “interviene” en tal cultura, pero a través de María, razón por lo cual la han amado y venerado hasta hoy como pocos pueblos en el mundo.
Otro detalle de inculturación que explicó el padre Chávez, fue el deseo transmitido por la Guadalupana para que se construyera un “templo”, donde se adorase no a ella, sino al ‘Dios-con-nosotros’ que estaría por nacer en medio de su pueblo, es decir “en familia”. Y este gesto fue comprendido de inmediato por los indígenas, ya que en dicha cultura, toda ciudad que se fundaba debía destinar un espacio preferencial al templo y construirlo antes de cualquier otro proyecto arquitectónico.
Recordó también que fue deseo de la Virgen que la señal del prodigio le llegara al obispo como cabeza visible de la Iglesia local, pero a manos de un laico como lo era Juan Diego. Y que este portara las flores –de gran significado indígena--, en su tilma --que era una prenda profundamente personal--, le daba un simbolismo único, dado que en los matrimonios la unía el esposo con el vestido de su esposa, en símbolo de unidad eterna.
Por eso la imagen se impregna en la tela y así, en manos del obispo, se crea un signo de eclesiología clarísimo, continuó el conferencista, porque “se fusiona la colaboración permanente que debe darse entre un obispo con sus laicos en pos del anuncio del evangelio inculturado”.
Este trabajo conjunto, entusiasta y encarnado en una cultura abierta a la trascendencia, hizo que a cinco años del prodigio del cerro del Tepeyac, los cronistas narraran asombrados acerca de los millones de conversiones y bautizos que se daban entre los indígenas, con cifras de confesiones sacramentales que alcanzaban los siete mil al día... Es así que ya en 1782, otras crónicas anunciaban la desaparición de la mayoría de idolatrías entre los naturales.
Concluyó su intervención recordando lo dicho por los obispos latinoamericanos en la Conferencia de Aparecida, de que con el prodigio de Guadalupe, se abrieron de nuevo los cielos y el continente vivió “un nuevo Pentecostés” de la mano del hoy san Juan Diego, el indígena.
Quince años de integración americana
En la medida que en el Aula del Sínodo se vivían las certezas de la promesa de Dios para el continente “guadalupano”, el secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, profesor Guzmán Carriquiry, expuso el tema “La Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America: profecía, enseñanzas y compromisos”.
Para el alto funcionario vaticano, antiguamente, las relaciones entre las iglesias locales de Norteamérica y América Latina eran muy esporádicas. Y es que a pesar del origen común del cristianismo, había poca comunicación efectiva, sino fuera por las ayudas económicas que siempre llegaron a los países más pobres, vía las obras de caridad de la Iglesia norteamericana.
Fue la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América de 1997, la que creó un vínculo mayor de conocimiento y amistad, con un proyecto claro de trabajar “en perspectiva continental”.
Recordó que según la visión profética del beato Juan Pablo II, la estrategia geopolítica del mundo haría caer nuevos muros, uno de los cuales debía ser el muro norte y sur, especialmente ante la emergencia en que vivían los países en vías de desarrollo que veían acentuarse los problemas de justicia en las relaciones económicas.
Ya desde comienzos de los años 90 caían las ayudas, para dar paso al comercio de armas. Y a la vez que terminaba el comunismo, aparecían nuevas ideologías de corte materialista que traían una carga de daño al interior de las sociedades, como han sido el consumismo y el relativismo.
Es en esta coyuntura que el papa Juan Pablo II convoca al Sínodo y entrega posteriormente la Exhortación postsinodal “Ecclesia in America”, que si bien no presentaba soluciones de tipo político o económico --que no es la función de la Iglesia--, sí jerarquizaba las prioridades de la Iglesia, una de las cuales era la absoluta necesidad de compartir la fe católica en toda la América, con el fin de “abrir las puertas a Cristo y recomenzar desde Cristo, descubriendo su densidad y misterio, con su mismo poder de persuasión y efecto sobre los que escuchan el mensaje”.
Ante este desafío, se vio la necesidad de responder al proceso de erosión que causaba el secularismo en las urbes, y que impactaba –aún hoy--, en los políticos, empresarios y medios de comunicación, extendiéndose como una onda expansiva a través de la globalización.
Otros desafíos que fueron parte del diagnóstico del profesor Carriquiry, se refieren a ciertos fenómenos espirituales sincréticos o esotéricos, que unidos a los débiles mensajes de ciertos movimientos religiosos de tipo evangélico, se aprovechan de la escasa formación del creyente.
Pero el principal desafío no está solamente en estos aspectos, sino en el modo en que el catolicismo de América sea capaz de anunciar a Cristo con fidelidad, “suscitando y renovando el encuentro personal con su Persona, que le permita al creyente experimentarlo de nuevo”.
Esta invitación permanente del evangelio, que llama a convertirse y a anunciar a otros la salvación, debe levantar del sueño al creyente, quien muchas veces “ha sepultado su bautismo”, y no influye en su entorno.
Por eso, la propuesta es desarrollar una catequesis presentada “en toda su amplitud y riqueza”, donde la formación cristiana de iniciación y de “reiniciación cristiana” haga personas maduras en la fe. Esta catequesis debería ser presentada en las parroquias y también en las familias; en las escuelas y en las universidades católicas de todo el continente.
Aprovechar entonces que en toda la América “hay más cosas que nos unen que aquello que nos separa”, continuó Carriquiry, no a través de una unidad indiferenciada, sino de aquella “que brota y deriva de la comunión eclesial, siempre con el sucesor de Pedro”.
Es así que la Exhortación Ecclesia in America invita hoy más que nunca a que “se ore en común, con un nuevo impulso, mayor vínculo entre los obispos, diócesis y parroquias, así como entre los agentes pastorales”.
Temas urgentes
Por otro lado, dijo que nuevos aspectos deberían atraer la atención común, como son la violencia urbana que atrapa a los jóvenes, la cuestión migratoria, que debe ser humanizada por la Iglesia respetando la legislación de los países y atendiendo desde lo pastoral a quienes deben dejar casa y nación en busca de mejoría.
También se refirió a los constantes ataques contra la familia, para lo cual la Iglesia tiene la tarea educativa de convertir a estas familias en comunidades de vida, más unidas y lejos del riesgo de la desintegración.
Finalmente, pidió mayor atención sobre la situaciones de indigencia y miseria que contrastan con la opulencia de algunos; o el abandono y fragilidad de los enfermos, ancianos y mujeres, así como de los desocupados y las comunidades indígenas, realidades que interpelan a todo cristiano. A esto unió un llamado a los poderes públicos para que se respete siempre la libertad religiosa.
Concluyó su intervención con una cifra alentadora: que el 50% de los católicos del mundo está en América, porcentaje que está destinado a crecer. Sin embargo, es misión de la Iglesia continental en su conjunto asegurar el destino cristiano de estos pueblos; y esto se podrá conseguir solamente si cumple su tarea principal: evangelizar.
Semillas de integración
Durante la tarde, el programa contempló el trabajo grupal, a modo de un anticipo de lo que tendrá que ser la misión conjunta de la Iglesia continental. Es así que los participantes pudieron elegir entre ocho diferentes temas, según el conocimiento del idioma, y bajo la conducción de algunos de los prelados que asisten al evento.
CIUDAD DEL VATICANO, Lunes 10 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Con representantes de todo el continente americano, sea que hablen en inglés, francés, portugués o español, comenzó hoy en esta ciudad el congreso internacional Ecclesia in America, como una viva experiencia de comunión y vínculo de amistad entre los participantes provenientes de la Iglesia en todo el continente americano.
Luego de haber asistido en la misa de inauguración ayer con el santo padre, durante la cual Benedicto XVI ratificó la importancia del trabajo conjunto de toda la Iglesia continental (cf. http://www.zenit.org/article-43821?l=spanish), los asistentes llegaron al Aula del Sínodo con la expectativa de descubrir juntos renovadas modalidades para el trabajo evangelizador, así como nuevos caminos de integración en comunión con el sucesor de Pedro.
En las palabras de bienvenida, el cardenal Marc Ouellet, presidente de la Comisión Pontificia para América Latina, recordó que el Congreso que se desarrolla en el Vaticano, tiene como objetivo “intensificar las relaciones de comunión y colaboración entre la Iglesia de Canadá y de Estados Unidos, con las Iglesias de América Latina, para afrontar problemas y desafíos comunes que se plantean a la misión de la Iglesia en el continente americano”.Durante su saludo, el alto prelado invitó a los presentes a no ver este evento como un conjunto de óptimas conferencias, sino que se pueda concluir el mismo “compartiendo y proponiendo renovadas modalidades y caminos para que se irradie esa comunión eclesial en todo el continente americano, dispuestas a colaborar con el ministerio universal del Papa”.
María en el origen de la evangelización americana
El evento continuó con la intervención titulada "El acontecimiento guadalupano, en el origen de la evangelización del Nuevo Mundo Americano", a cargo del padre Eduardo Chávez, director del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos, quien recordó que la Virgen de Guadalupe llevó hasta nuestro continente a Cristo dentro de su vientre, a fin de que nazca en medio de su pueblo; esto es lo que la convierte “en un verdadero modelo de evangelización cristocéntrico e inculturado”.
Sobre esto último, explicó cómo el pueblo indígena dejó atrás de modo progresivo sus creencias naturales, entre ellas las de los sacrificios humanos, con los que buscaban “calmar a los dioses”. ¿Y cómo se obtuvo esto? Según la teoría del padre Chávez, al momento que la Virgen María habla con Juan Diego, y se presenta como madre de esos mismos “dioses”, el pueblo se calma ante la angustia y decepción en que vivían frente a tales ídolos insaciables.
Y entonces comienza así la inculturación, porque el mensaje que trae María es nuevo, está en germen, es el mismo Jesucristo que nacerá en medio de un pueblo que lo aceptará como el único sacrificio –incruento--, que agrada verdaderamente al Padre. Es así que Jesús “interviene” en tal cultura, pero a través de María, razón por lo cual la han amado y venerado hasta hoy como pocos pueblos en el mundo.
Otro detalle de inculturación que explicó el padre Chávez, fue el deseo transmitido por la Guadalupana para que se construyera un “templo”, donde se adorase no a ella, sino al ‘Dios-con-nosotros’ que estaría por nacer en medio de su pueblo, es decir “en familia”. Y este gesto fue comprendido de inmediato por los indígenas, ya que en dicha cultura, toda ciudad que se fundaba debía destinar un espacio preferencial al templo y construirlo antes de cualquier otro proyecto arquitectónico.
Recordó también que fue deseo de la Virgen que la señal del prodigio le llegara al obispo como cabeza visible de la Iglesia local, pero a manos de un laico como lo era Juan Diego. Y que este portara las flores –de gran significado indígena--, en su tilma --que era una prenda profundamente personal--, le daba un simbolismo único, dado que en los matrimonios la unía el esposo con el vestido de su esposa, en símbolo de unidad eterna.
Por eso la imagen se impregna en la tela y así, en manos del obispo, se crea un signo de eclesiología clarísimo, continuó el conferencista, porque “se fusiona la colaboración permanente que debe darse entre un obispo con sus laicos en pos del anuncio del evangelio inculturado”.
Este trabajo conjunto, entusiasta y encarnado en una cultura abierta a la trascendencia, hizo que a cinco años del prodigio del cerro del Tepeyac, los cronistas narraran asombrados acerca de los millones de conversiones y bautizos que se daban entre los indígenas, con cifras de confesiones sacramentales que alcanzaban los siete mil al día... Es así que ya en 1782, otras crónicas anunciaban la desaparición de la mayoría de idolatrías entre los naturales.
Concluyó su intervención recordando lo dicho por los obispos latinoamericanos en la Conferencia de Aparecida, de que con el prodigio de Guadalupe, se abrieron de nuevo los cielos y el continente vivió “un nuevo Pentecostés” de la mano del hoy san Juan Diego, el indígena.
Quince años de integración americana
En la medida que en el Aula del Sínodo se vivían las certezas de la promesa de Dios para el continente “guadalupano”, el secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, profesor Guzmán Carriquiry, expuso el tema “La Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America: profecía, enseñanzas y compromisos”.
Para el alto funcionario vaticano, antiguamente, las relaciones entre las iglesias locales de Norteamérica y América Latina eran muy esporádicas. Y es que a pesar del origen común del cristianismo, había poca comunicación efectiva, sino fuera por las ayudas económicas que siempre llegaron a los países más pobres, vía las obras de caridad de la Iglesia norteamericana.
Fue la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América de 1997, la que creó un vínculo mayor de conocimiento y amistad, con un proyecto claro de trabajar “en perspectiva continental”.
Recordó que según la visión profética del beato Juan Pablo II, la estrategia geopolítica del mundo haría caer nuevos muros, uno de los cuales debía ser el muro norte y sur, especialmente ante la emergencia en que vivían los países en vías de desarrollo que veían acentuarse los problemas de justicia en las relaciones económicas.
Ya desde comienzos de los años 90 caían las ayudas, para dar paso al comercio de armas. Y a la vez que terminaba el comunismo, aparecían nuevas ideologías de corte materialista que traían una carga de daño al interior de las sociedades, como han sido el consumismo y el relativismo.
Es en esta coyuntura que el papa Juan Pablo II convoca al Sínodo y entrega posteriormente la Exhortación postsinodal “Ecclesia in America”, que si bien no presentaba soluciones de tipo político o económico --que no es la función de la Iglesia--, sí jerarquizaba las prioridades de la Iglesia, una de las cuales era la absoluta necesidad de compartir la fe católica en toda la América, con el fin de “abrir las puertas a Cristo y recomenzar desde Cristo, descubriendo su densidad y misterio, con su mismo poder de persuasión y efecto sobre los que escuchan el mensaje”.
Ante este desafío, se vio la necesidad de responder al proceso de erosión que causaba el secularismo en las urbes, y que impactaba –aún hoy--, en los políticos, empresarios y medios de comunicación, extendiéndose como una onda expansiva a través de la globalización.
Otros desafíos que fueron parte del diagnóstico del profesor Carriquiry, se refieren a ciertos fenómenos espirituales sincréticos o esotéricos, que unidos a los débiles mensajes de ciertos movimientos religiosos de tipo evangélico, se aprovechan de la escasa formación del creyente.
Pero el principal desafío no está solamente en estos aspectos, sino en el modo en que el catolicismo de América sea capaz de anunciar a Cristo con fidelidad, “suscitando y renovando el encuentro personal con su Persona, que le permita al creyente experimentarlo de nuevo”.
Esta invitación permanente del evangelio, que llama a convertirse y a anunciar a otros la salvación, debe levantar del sueño al creyente, quien muchas veces “ha sepultado su bautismo”, y no influye en su entorno.
Por eso, la propuesta es desarrollar una catequesis presentada “en toda su amplitud y riqueza”, donde la formación cristiana de iniciación y de “reiniciación cristiana” haga personas maduras en la fe. Esta catequesis debería ser presentada en las parroquias y también en las familias; en las escuelas y en las universidades católicas de todo el continente.
Aprovechar entonces que en toda la América “hay más cosas que nos unen que aquello que nos separa”, continuó Carriquiry, no a través de una unidad indiferenciada, sino de aquella “que brota y deriva de la comunión eclesial, siempre con el sucesor de Pedro”.
Es así que la Exhortación Ecclesia in America invita hoy más que nunca a que “se ore en común, con un nuevo impulso, mayor vínculo entre los obispos, diócesis y parroquias, así como entre los agentes pastorales”.
Temas urgentes
Por otro lado, dijo que nuevos aspectos deberían atraer la atención común, como son la violencia urbana que atrapa a los jóvenes, la cuestión migratoria, que debe ser humanizada por la Iglesia respetando la legislación de los países y atendiendo desde lo pastoral a quienes deben dejar casa y nación en busca de mejoría.
También se refirió a los constantes ataques contra la familia, para lo cual la Iglesia tiene la tarea educativa de convertir a estas familias en comunidades de vida, más unidas y lejos del riesgo de la desintegración.
Finalmente, pidió mayor atención sobre la situaciones de indigencia y miseria que contrastan con la opulencia de algunos; o el abandono y fragilidad de los enfermos, ancianos y mujeres, así como de los desocupados y las comunidades indígenas, realidades que interpelan a todo cristiano. A esto unió un llamado a los poderes públicos para que se respete siempre la libertad religiosa.
Concluyó su intervención con una cifra alentadora: que el 50% de los católicos del mundo está en América, porcentaje que está destinado a crecer. Sin embargo, es misión de la Iglesia continental en su conjunto asegurar el destino cristiano de estos pueblos; y esto se podrá conseguir solamente si cumple su tarea principal: evangelizar.
Semillas de integración
Durante la tarde, el programa contempló el trabajo grupal, a modo de un anticipo de lo que tendrá que ser la misión conjunta de la Iglesia continental. Es así que los participantes pudieron elegir entre ocho diferentes temas, según el conocimiento del idioma, y bajo la conducción de algunos de los prelados que asisten al evento.
Los temas que se abordaron, cuyas conclusiones se conocerán a través de la plenaria de mañana martes, fueron tomados de la misma Exhortación postsinodal, según los distintos capítulos en que está dividida la misma: “Una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión: significado, implicaciones y tareas en el continente americano”; “El encuentro de Jesús por medio de María: experiencias de filiación y discipulado en los pueblos americanos”; “¿Qué significa ser, para la Iglesia, sacramento de comunión y reconciliación a escala del continente americano?”.
Se completó el trabajo con los temas titulados: “Desafíos para la familia cristiana, la dignidad de la mujer y la esperanza de los jóvenes en el continente americano”; “¿Qué dicen las Iglesias americanas, sobre ‘su amplia presencia en el campo de la educación’ y, de modo especial, en el mundo universitario?”; “Unidad de los cristianos y reto de las sectas”; “Caridad y solidaridad desde un ‘amor preferencial por los pobres y marginados’”; “Algunos graves y comunes problemas sociales: corrupci6n, drogas, carrera de armamentos, cultura de la muerte, situación de los indígenas y afroamericanos, problemática de los inmigrados”.
Mañana martes los participantes se encontrarán en los Jardines Vaticanos, frente de la estatua de la Virgen de Guadalupe y de san Juan Diego, con el fin de rezar el rosario y encomendar las tareas y propósitos a su intercesión.
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