Por José Antonio Varela Vidal
ROMA, miércoles 19 octubre 2012 (ZENIT.org).- Cuando hicimos antesala para entrevistar a Yhamile Narváez Cárdenas, venían a nuestra mente las más diversas imágenes de sus poemas místicos, en los que ha expresado tanto sobre Dios, de sí misma, de ellos dos...
A la vez no la imaginábamos, no queríamos relacionarla con las santas y poetisas místicas de siglos pasados, porque ella es nuestra contemporánea, una mística latinoamericana que también ardía de amor por el Amado al momento de escribir tales poemas, hoy vencedores del XXXII Premio Mundial Fernando Rielo de poesía mística (cf. http://www.zenit.org/article-43863?l=spanish).
Y cuando entró a la sala descubrimos su secreto: una alegría tan natural que parecía dictada por su satisfacción de ser una madre, esposa, creyente y trabajadora que sabe hablarle a Dios en la intimidad y escribir de ello. Entonces, sí, era en definitiva a quien esperábamos: a aquella que cuenta sus coloquios de amor “con quien sabes que te ama y te escucha”, en palabras de santa Teresa de Jesús, su gran inspiradora.
¿Cómo hacer poesía mística en pleno siglo XXI?
--Yhamile Narváez: Uno no puede plantearse la literatura como un oficio material, es decir, como la posibilidad exclusiva de ganarse la vida. Y no puede planteárselo así porque la palabra es trascendente, la palabra es lo que más nos acerca a Dios, y eso es lo que nosotros logramos conservar.
Vemos que tuvo un paso de la literatura infantil a la poesía mística ¿no?
--Yhamile Narváez: Lo que he escrito de literatura infantil ha sido inspirado en la necesidad que yo veo de poner en mis hijos una raíz, de darles un sentido de identidad. Que ellos comprendan que su filiación última no somos nosotros sus padres materiales, sino que es Dios. Y que en esa medida deben reconocerse como hijos de Dios, y deben recordar que a través de todas las cosas que pasan en este mundo Dios le va a hablar y hay que mantenerse abierto a ese espacio.
Entonces la poesía mística la llevó más allá…
--Yhamile Narváez: La poesía mística sale de ese mismo sentir, del saber que hay un Otro que mira a través de toda la gente que tenemos cerca, y que espera por nosotros. Y también que nos ama y nos busca continuamente; es un juego de búsqueda, de un continuo descubrir del Otro. Es como cuando uno se enamora y va descubriendo en el otro cosas que al principio no había visto, y que al descubrirlo lo enamoran a uno más de lo que había estado al principio. Y en la medida que lo vas conociendo, vas descubriendo más razones para amarlo. Ese es mi propio camino.
¿La poesía mística brota siempre de una experiencia de tipo personal?
--Yhamile Narváez: Sí, en definitiva es un diálogo entre dos personas. Entre una que es absolutamente trascendente y otra que es más pequeña, más breve, pero que en la medida que se comunica con ese ser absoluto, de alguna manera también trasciende.
¿Se necesita de ciertas habilidades para cumplir con la métrica y las exigencias del género de la poesía, o es más “espontánea”?
--Yhamile Narváez: Se necesita, y hay que pulirla mucho. Creo que la poesía nunca termina, porque así como el hombre es perfectible, la poesía es perfectible. Pero no tanto desde el artificio, de maquinar la imagen, o la figura retórica de lo que se espera producir como efecto en el público. Porque en la poesía mística el público no existe, el público es ese Otro que nos conoce más de lo que nosotros mismos nos conocemos.
¿Cómo hay que acercarse a la poesía mística?
--Yhamile Narváez: Con ganas de amar a ese Otro. Con ganas de saber cómo amar a ese Otro y con la intención de abrir el corazón a ese que nos ama. Y luego dejarnos amar, y vivir esa experiencia lo más plenamente posible y tratar de hacer vida eso que otros santos y poetas han podido expresar.
¿Cuáles han sido sus poetas místicos inspiradores?
--Yhamile Narváez: A mí me gusta santa Teresa de Ávila. La quiero mucho porque creo que el afecto de santa Teresa por Jesús es un afecto tan vivo, que se va reproduciendo a lo largo de su vida en las cosas pequeñas, en las cosas cotidianas y en una poesía que, aunque no es perfecta --porque literariamente tiene errores de gramática y de concordancia--, sí es una poesía que va mostrando la realidad de una conciencia distinta, de la conciencia del amado, del saberse amado, del no orar en el vacío, del no luchar en el vacío. Y que hay un Alguien que está del otro lado, aunque a veces no sea claramente visible...
Leemos con la autora, uno de los poemas que forman parte del trabajo ganador del XXXII premio Mundial Fernando Rielo de poesía mística, algunos de cuyos versos nos explicará al detalle…
La noche no termina de bostezar
con su largo, larguísimo cansancio apretujado.
Arriba, sobre la luz parásita de la ciudad,
brillan las constelaciones
como un libro de cuentos
que no cierras nunca.
Pero yo tengo que levantarme.
Los primeros gorriones te agradecen
que los preservaras de la helada,
y los mirlos se saludan con chillidos.
Tengo que levantarme.
La madrugada es un animal abrupto
con puntas finísimas de frío
y se estira junto a estos cristales
sin ganas de irse.
Tengo que levantarme
Tú me esperas.
Los colibríes tosen y empiezan su trabajo,
el ruido de las máquinas los ahoga.
Entre el vapor del agua que empieza a hervir
y los panes del desayuno, pienso,
no ha crecido el día lo suficiente
y Tú ya lo tienes todo listo:
el sol que ha de calentarnos,
la sonrisa que nos dará razones de seguir,
la lluvia con su danza de miles de ajorcas de cristal,
el amor nos dará razones de amar,
la aventura de vivir en tu Presencia.
Por eso vengo todavía sin calzarme,
antes de los ruidos del día
para decirte:
Aquí me tienes.
Yo quiero ofrecerte hoy otra vez mi vida
y decirte una y otra vez:
Hágase en mí, según como Tú quieres.
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A la vez no la imaginábamos, no queríamos relacionarla con las santas y poetisas místicas de siglos pasados, porque ella es nuestra contemporánea, una mística latinoamericana que también ardía de amor por el Amado al momento de escribir tales poemas, hoy vencedores del XXXII Premio Mundial Fernando Rielo de poesía mística (cf. http://www.zenit.org/article-43863?l=spanish).
Y cuando entró a la sala descubrimos su secreto: una alegría tan natural que parecía dictada por su satisfacción de ser una madre, esposa, creyente y trabajadora que sabe hablarle a Dios en la intimidad y escribir de ello. Entonces, sí, era en definitiva a quien esperábamos: a aquella que cuenta sus coloquios de amor “con quien sabes que te ama y te escucha”, en palabras de santa Teresa de Jesús, su gran inspiradora.
¿Cómo hacer poesía mística en pleno siglo XXI?
--Yhamile Narváez: Uno no puede plantearse la literatura como un oficio material, es decir, como la posibilidad exclusiva de ganarse la vida. Y no puede planteárselo así porque la palabra es trascendente, la palabra es lo que más nos acerca a Dios, y eso es lo que nosotros logramos conservar.
Vemos que tuvo un paso de la literatura infantil a la poesía mística ¿no?
--Yhamile Narváez: Lo que he escrito de literatura infantil ha sido inspirado en la necesidad que yo veo de poner en mis hijos una raíz, de darles un sentido de identidad. Que ellos comprendan que su filiación última no somos nosotros sus padres materiales, sino que es Dios. Y que en esa medida deben reconocerse como hijos de Dios, y deben recordar que a través de todas las cosas que pasan en este mundo Dios le va a hablar y hay que mantenerse abierto a ese espacio.
Entonces la poesía mística la llevó más allá…
--Yhamile Narváez: La poesía mística sale de ese mismo sentir, del saber que hay un Otro que mira a través de toda la gente que tenemos cerca, y que espera por nosotros. Y también que nos ama y nos busca continuamente; es un juego de búsqueda, de un continuo descubrir del Otro. Es como cuando uno se enamora y va descubriendo en el otro cosas que al principio no había visto, y que al descubrirlo lo enamoran a uno más de lo que había estado al principio. Y en la medida que lo vas conociendo, vas descubriendo más razones para amarlo. Ese es mi propio camino.
¿La poesía mística brota siempre de una experiencia de tipo personal?
--Yhamile Narváez: Sí, en definitiva es un diálogo entre dos personas. Entre una que es absolutamente trascendente y otra que es más pequeña, más breve, pero que en la medida que se comunica con ese ser absoluto, de alguna manera también trasciende.
¿Se necesita de ciertas habilidades para cumplir con la métrica y las exigencias del género de la poesía, o es más “espontánea”?
--Yhamile Narváez: Se necesita, y hay que pulirla mucho. Creo que la poesía nunca termina, porque así como el hombre es perfectible, la poesía es perfectible. Pero no tanto desde el artificio, de maquinar la imagen, o la figura retórica de lo que se espera producir como efecto en el público. Porque en la poesía mística el público no existe, el público es ese Otro que nos conoce más de lo que nosotros mismos nos conocemos.
¿Cómo hay que acercarse a la poesía mística?
--Yhamile Narváez: Con ganas de amar a ese Otro. Con ganas de saber cómo amar a ese Otro y con la intención de abrir el corazón a ese que nos ama. Y luego dejarnos amar, y vivir esa experiencia lo más plenamente posible y tratar de hacer vida eso que otros santos y poetas han podido expresar.
¿Cuáles han sido sus poetas místicos inspiradores?
--Yhamile Narváez: A mí me gusta santa Teresa de Ávila. La quiero mucho porque creo que el afecto de santa Teresa por Jesús es un afecto tan vivo, que se va reproduciendo a lo largo de su vida en las cosas pequeñas, en las cosas cotidianas y en una poesía que, aunque no es perfecta --porque literariamente tiene errores de gramática y de concordancia--, sí es una poesía que va mostrando la realidad de una conciencia distinta, de la conciencia del amado, del saberse amado, del no orar en el vacío, del no luchar en el vacío. Y que hay un Alguien que está del otro lado, aunque a veces no sea claramente visible...
Leemos con la autora, uno de los poemas que forman parte del trabajo ganador del XXXII premio Mundial Fernando Rielo de poesía mística, algunos de cuyos versos nos explicará al detalle…
La noche no termina de bostezar
con su largo, larguísimo cansancio apretujado.
Arriba, sobre la luz parásita de la ciudad,
brillan las constelaciones
como un libro de cuentos
que no cierras nunca.
Pero yo tengo que levantarme.
Los primeros gorriones te agradecen
que los preservaras de la helada,
y los mirlos se saludan con chillidos.
Tengo que levantarme.
La madrugada es un animal abrupto
con puntas finísimas de frío
y se estira junto a estos cristales
sin ganas de irse.
Tengo que levantarme
Tú me esperas.
Los colibríes tosen y empiezan su trabajo,
el ruido de las máquinas los ahoga.
Entre el vapor del agua que empieza a hervir
y los panes del desayuno, pienso,
no ha crecido el día lo suficiente
y Tú ya lo tienes todo listo:
el sol que ha de calentarnos,
la sonrisa que nos dará razones de seguir,
la lluvia con su danza de miles de ajorcas de cristal,
el amor nos dará razones de amar,
la aventura de vivir en tu Presencia.
Por eso vengo todavía sin calzarme,
antes de los ruidos del día
para decirte:
Aquí me tienes.
Yo quiero ofrecerte hoy otra vez mi vida
y decirte una y otra vez:
Hágase en mí, según como Tú quieres.
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