Unos propician un ambiente de crítica persistente a la Iglesia, practican políticas anticristianas, imponen un proyecto de ingeniería social y otros se lanzan a la violencia antirreligiosa। Es un análisis de Luis Losada y Javier Torres. Alba Digital
Lo decía monseñor Rouco hace un año con ocasión de un atentado contra una iglesia de Majadahonda. Y así lo advertía Benedicto XVI hace unos meses: “Se percibe un laicismo radical como en los años treinta”.
Y el pasado martes, 8 de marzo, una asociación de estudiantes de izquierda radical, Contrapoder, iniciaba la celebración de un seminario feminista en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid. Lo hacía en coordinación con la asociación prohomosexual Rosa que te Quiero Rosa.
El jueves 10 los anticatólicos y prohomosexuales deciden organizar una performance como colofón de sus jornadas. A eso de las 13:00 horas unas sesenta mujeres inician una especie de procesión hacia la capilla del campus de Somosaguas de la Complutense.
Leyeron textos de santo Tomás, al que tacharon de misógino. Poco antes de iniciarse la misa diaria de las 13:30 irrumpen en la capilla y se desnudan de cintura para arriba con gestos lésbicos.
Dentro de la capilla cantaron rimas y eslóganes ofensivos contra la Iglesia, el Santo Padre y la fe cristiana, acompañados de blasfemias. Ellos mismos lo fotografiaron y filmaron todo. “Un laicismo radical con matiz feminista muy fuerte”, resume el delegado de Pastoral Universitaria, el padre Feliciano Rodríguez.
Hasta aquí los hechos. Contrapoder se arroga la autoría primero para después negarla (reconociendo siempre su identificación). El giro probablemente obedece al asesoramiento de un buen abogado.
El sindicato de funcionarios Manos Limpias ha presentado una denuncia contra el rectorado y el decanato por complicidad.
Por supuesto, ni el izquierdista decanato de Heriberto Cairo ni el también izquierdista rectorado de Carlos Berzosa quieren llegar más lejos de la condena verbal de los hechos. Tampoco la Iglesia parece querer llegar más lejos de la condena canónica.
Aunque el capellán de Somosaguas, Rafael Hernando de Larramendi, había anunciado la presentación de una denuncia en la comisaría de Pozuelo, ni el capellán ni el delegado de Pastoral Universitaria ni el Arzobispado de Madrid parecen querer darle más relevancia al hecho.
“No queremos hablar; hay que ser prudentes”, era la respuesta de los estudiantes católicos de Somosaguas ante los micrófonos de Intereconomía. ¿Prudencia o cobardía?
Ante tanta prudencia, grupos feministas se encerraron en la capilla de Derecho a fumar porros al grito de: “¡Alejad vuestros rosarios de nuestros ovarios!”.
No obstante, desde la Asociación de Jóvenes por la Jornada Mundial de la Juventud se afirma que “estamos ante unos ataques organizados que aisladamente parecen chiquilladas, pero que todos juntos forman una estrategia de ataque a la juventud católica española”. Por su parte, el padre Feliciano reconoce que se trata de un “sacrilegio” y de un “ataque contra el clero” que contrasta con las auténticas raíces que muchos jóvenes encuentran en la religión.
La actitud prudente fue la que llevó al Arzobispado de Barcelona a suspender durante meses las misas en la Facultad de Económicas de Barcelona ante los ataques de grupos radicales iniciados el pasado mes de noviembre.
Y eso a pesar de que el Rectorado incumplía un convenio firmado. Fue también la prudencia la que llevó el pasado mes de diciembre a suspender la conferencia de monseñor Rouco en la Universidad Autónoma ante el reconocimiento por parte del delegado del Gobierno de que “no podía garantizar su seguridad”. “No tengo la impresión de que la Iglesia no sea estimada”, afirmaba el pasado 1 de marzo el reelegido presidente de la Conferencia Episcopal.
Pero aún más llamativa ha sido la actitud del obispo de Valladolid, monseñor Blázquez, que ha llegado a desautorizar a la asociación de estudiantes que reclamaba la apertura de la capilla universitaria y se quejaban de la blasfema presencia de Leo Bassi, que abogaba por erradicar las raíces cristianas y predicar el relativismo.
“Los católicos han sido siempre unos terroristas y cómplices de violaciones”, dijo Bassi con total impunidad. Con la Iglesia hemos dado... Así se entiende que el Rectorado de la Universidad de Valladolid se permita invitar a los estudiantes a “ir a rezar al campo”. Incluso que se crezca invitando a Gregorio Peces-Barba a hablar de la necesidad de revisar los acuerdos Iglesia-Estado y reformar la aconfesionalidad constitucionalidad por un Estado laico.
Es verdad que la llamada guerra de las capillas no es nueva, sino más bien recurrente. La izquierda radical anticlerical nunca ha entendido la presencia de la Iglesia en la Universidad. La observan como un insulto, una “provocación nacionalcatólica”.
Probablemente, no han terminado de entender la realidad aconfesional de nuestra Constitución. Y peor: no han comprendido la normalidad del hecho religioso en la vida social. Una normalidad que se palpa en la laicista Sorbona de París o en la británica Oxford. Pero España parece querer insistir en ser diferente. Y esta vez, la radicalidad se ha impuesto con absoluta impunidad. El art. 525 del Código Penal que condena los atentados a la libertad religiosa está virgen.
Atentar contra lo religioso -o más bien contra lo cristiano- no solo sale gratis, sino muy rentable.
Es verdad que Zapatero ha decidido dejar en el congelador la Ley de Libertad Religiosa, cuyos borradores pretendían circunscribir la libertad religiosa al ámbito privado. La razón no es ideológica, sino práctica. “Habría sido el suicidio”, señalan fuentes socialistas. Pero la amenaza secularizante permanece. La Ley de Igualdad de Trato puede convertirse en un sustituto para recortar la libertad religiosa con un amplio abanico de sanciones.
Y desde luego, la pasividad y el silencio del Gobierno frente a los ataques producidos son más expresivos que las palabras. La impunidad penal y social alimenta a la bestia. Atacar a la Iglesia es gratis. Incluso rentable política y socialmente. En resumen, que -como diría Arzalluz- “unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces”.
Y el pasado martes, 8 de marzo, una asociación de estudiantes de izquierda radical, Contrapoder, iniciaba la celebración de un seminario feminista en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid. Lo hacía en coordinación con la asociación prohomosexual Rosa que te Quiero Rosa.
El jueves 10 los anticatólicos y prohomosexuales deciden organizar una performance como colofón de sus jornadas. A eso de las 13:00 horas unas sesenta mujeres inician una especie de procesión hacia la capilla del campus de Somosaguas de la Complutense.
Leyeron textos de santo Tomás, al que tacharon de misógino. Poco antes de iniciarse la misa diaria de las 13:30 irrumpen en la capilla y se desnudan de cintura para arriba con gestos lésbicos.
Dentro de la capilla cantaron rimas y eslóganes ofensivos contra la Iglesia, el Santo Padre y la fe cristiana, acompañados de blasfemias. Ellos mismos lo fotografiaron y filmaron todo. “Un laicismo radical con matiz feminista muy fuerte”, resume el delegado de Pastoral Universitaria, el padre Feliciano Rodríguez.
Hasta aquí los hechos. Contrapoder se arroga la autoría primero para después negarla (reconociendo siempre su identificación). El giro probablemente obedece al asesoramiento de un buen abogado.
El sindicato de funcionarios Manos Limpias ha presentado una denuncia contra el rectorado y el decanato por complicidad.
Por supuesto, ni el izquierdista decanato de Heriberto Cairo ni el también izquierdista rectorado de Carlos Berzosa quieren llegar más lejos de la condena verbal de los hechos. Tampoco la Iglesia parece querer llegar más lejos de la condena canónica.
Aunque el capellán de Somosaguas, Rafael Hernando de Larramendi, había anunciado la presentación de una denuncia en la comisaría de Pozuelo, ni el capellán ni el delegado de Pastoral Universitaria ni el Arzobispado de Madrid parecen querer darle más relevancia al hecho.
“No queremos hablar; hay que ser prudentes”, era la respuesta de los estudiantes católicos de Somosaguas ante los micrófonos de Intereconomía. ¿Prudencia o cobardía?
Ante tanta prudencia, grupos feministas se encerraron en la capilla de Derecho a fumar porros al grito de: “¡Alejad vuestros rosarios de nuestros ovarios!”.
No obstante, desde la Asociación de Jóvenes por la Jornada Mundial de la Juventud se afirma que “estamos ante unos ataques organizados que aisladamente parecen chiquilladas, pero que todos juntos forman una estrategia de ataque a la juventud católica española”. Por su parte, el padre Feliciano reconoce que se trata de un “sacrilegio” y de un “ataque contra el clero” que contrasta con las auténticas raíces que muchos jóvenes encuentran en la religión.
La actitud prudente fue la que llevó al Arzobispado de Barcelona a suspender durante meses las misas en la Facultad de Económicas de Barcelona ante los ataques de grupos radicales iniciados el pasado mes de noviembre.
Y eso a pesar de que el Rectorado incumplía un convenio firmado. Fue también la prudencia la que llevó el pasado mes de diciembre a suspender la conferencia de monseñor Rouco en la Universidad Autónoma ante el reconocimiento por parte del delegado del Gobierno de que “no podía garantizar su seguridad”. “No tengo la impresión de que la Iglesia no sea estimada”, afirmaba el pasado 1 de marzo el reelegido presidente de la Conferencia Episcopal.
Pero aún más llamativa ha sido la actitud del obispo de Valladolid, monseñor Blázquez, que ha llegado a desautorizar a la asociación de estudiantes que reclamaba la apertura de la capilla universitaria y se quejaban de la blasfema presencia de Leo Bassi, que abogaba por erradicar las raíces cristianas y predicar el relativismo.
“Los católicos han sido siempre unos terroristas y cómplices de violaciones”, dijo Bassi con total impunidad. Con la Iglesia hemos dado... Así se entiende que el Rectorado de la Universidad de Valladolid se permita invitar a los estudiantes a “ir a rezar al campo”. Incluso que se crezca invitando a Gregorio Peces-Barba a hablar de la necesidad de revisar los acuerdos Iglesia-Estado y reformar la aconfesionalidad constitucionalidad por un Estado laico.
Es verdad que la llamada guerra de las capillas no es nueva, sino más bien recurrente. La izquierda radical anticlerical nunca ha entendido la presencia de la Iglesia en la Universidad. La observan como un insulto, una “provocación nacionalcatólica”.
Probablemente, no han terminado de entender la realidad aconfesional de nuestra Constitución. Y peor: no han comprendido la normalidad del hecho religioso en la vida social. Una normalidad que se palpa en la laicista Sorbona de París o en la británica Oxford. Pero España parece querer insistir en ser diferente. Y esta vez, la radicalidad se ha impuesto con absoluta impunidad. El art. 525 del Código Penal que condena los atentados a la libertad religiosa está virgen.
Atentar contra lo religioso -o más bien contra lo cristiano- no solo sale gratis, sino muy rentable.
Es verdad que Zapatero ha decidido dejar en el congelador la Ley de Libertad Religiosa, cuyos borradores pretendían circunscribir la libertad religiosa al ámbito privado. La razón no es ideológica, sino práctica. “Habría sido el suicidio”, señalan fuentes socialistas. Pero la amenaza secularizante permanece. La Ley de Igualdad de Trato puede convertirse en un sustituto para recortar la libertad religiosa con un amplio abanico de sanciones.
Y desde luego, la pasividad y el silencio del Gobierno frente a los ataques producidos son más expresivos que las palabras. La impunidad penal y social alimenta a la bestia. Atacar a la Iglesia es gratis. Incluso rentable política y socialmente. En resumen, que -como diría Arzalluz- “unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces”.
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