DOMINGO 13 DEL T.O.
1ª lectura
Sb 1,13-115; 2,23-25
Salmo
29
2ª lectura
2Cor 8,7-9.13-15
Evangelio
Mc 5,21-43
Homilía:-->
CONTIGO HABLO, NIÑA, LEVÁNTATE 2009. 13º Domingo Ordinario (B) El tema de fondo del evangelio de este domingo es la divinidad de Jesús. En el domingo anterior veíamos a Jesús mostrándose superior a las fuerzas hostiles al hombre: el oleaje y el huracán del mar se apaciguan instantáneamente al imperio de la palabra de Jesús. En el evangelio de este domingo volvemos a ver a Jesús ejerciendo dominio absoluto sobre la enfermedad y la muerte, dos males extremos del hombre. Jesús actúa con autoridad. En los discípulos y en la gente se suscita un interrogante de importancia fundamental: ¿Quién es éste? Jesús responde con hechos: resucita de forma pública y notoria a una niña muerta y sana la enfermedad persistente y oculta de una mujer. Tanto Jairo, padre de la niña, como la mujer, creen que Jesús puede solucionar su mal. Jesús pide fe. Dice a la mujer: “Hija, tu fe te ha curado”. Y a Jairo le dice: “No temas; basta que tengas fe”. La fe conlleva el abandono de nuestras seguridades y nos pone confiadamente en las manos de Jesús. UN EVANGELIO PARA HOY El evangelio de este domingo es actual y realista. Habla al hombre de hoy que se caracteriza por una fe afectada de enfermedad y de muerte. Muchos no creen. Otros dicen que creen, pero en el fondo no creen: su fe es algo exterior, un reflejo cultural, un suceso de herencia, etc. Otros afirman no creer; pero nunca han hecho para ello una decisión consciente. Simplemente viven bajo la influencia negativa del ambiente. Hay quienes cumplen observancias religiosas “por si acaso hay algo más allá”, según dicen. La fe no es en ellos una opción fundamental. No se apoya en una motivación decisiva. Hoy son muchos los que niegan aquello mismo que ignoran. La ignorancia y la inconsciencia son una enfermedad perversa y endémica de muchos hombres de hoy. Dicen que se han alejado de la fe, de la Iglesia, pero en realidad no se ha distanciado nunca o casi nunca porque nunca han estado dentro, o cerca. JESÚS, REVELADOR Y REVELACIÓN El centro absoluto del evangelio de hoy es Jesús. Él es el revelador y es también la revelación. Es el mensajero y es el mensaje. La vida, aun en el hombre, es siempre el aliento de Dios (Gn 2,7). Dios es la vida del hombre. “Mira, yo pongo ante ti vida y muerte… Si amas a Yahvé tu Dios y sigues sus caminos, vivirás… Pero si tu corazón se desvía… yo os declaro hoy que pereceréis sin remedio y que no viviréis muchos días…” (Dt 30, 15ss). Jesús dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Y Pablo afirma: “Para mí la vida es Cristo” (Fil 1,21). Cristo es la vocación transcendente del hombre, su plenitud. En Cristo y con Cristo el hombre rompe el límite de su condición humana y creada y es ascendido hasta participar de la divina naturaleza. Cristo es la medida del hombre, la dimensión más rica e íntima de su identidad, su sobrepasamiento y divinización, el lado más real y dichoso de su existencia humana. La expulsión de los malos espíritus, la curación de las enfermedades, la resurrección de muertos, están siempre en referencia con el perdón de los pecados, con la restauración interior y definitiva del hombre, y con la participación en la vida gloriosa de Cristo resucitado. JESÚS TIENE PODER DE CURAR LA ENFERMEDAD Y DE RESUCITAR LA MUERTE El evangelio narra dos acciones extraordinarias de Jesús, una de las cuales se cuela dentro de la otra, entre el comienzo y el final de la misma. La niña de Jairo, jefe de la sinagoga, está enferma, “en las últimas”, y su padre se presenta a Jesús pidiéndole que la cure. Jesús camina acompañado de mucha gente. Apretujada entre el gentío inmenso, va una mujer que desde hacía doce años padecía flujos de sangre y, habiendo gastado toda su fortuna con muchos médicos, había empeorado. Lucas, al referir el hecho, dice que “la mujer no se había podido curar con nadie”. Acercándose por detrás, en secreto, tocó el manto de Jesús pensando que con sólo tocar quedaría sana. De repente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo había quedado curado. Jesús notó que había salido de él una fuerza y preguntó en público: “¿Quién me ha tocado el manto?”. No era el tocar físico, pues estaban todos juntos y prensados, sino el tocar de la fe. Otros muchos tocaban a Jesús con fines similares, pero confiando ciegamente en fuerzas mágicas, más que personales. Lo que mueve a la mujer es la fe en la persona de Jesús. Una fe secreta, oculta, pero intensa. La mujer se acercó asustada y temblorosa. La ley prohibía el contacto con una persona que padecía flujo de sangre porque causaba impureza legal. “Tocar” a Jesús era un acto ilegal, horrendo. Pero la mujer llevaba ya doce años de sufrimientos espantosos, había gastado toda su hacienda y no tenía otra esperanza. Y toca con la fe más que con las manos. Y la curación se produce de repente y del todo. La mujer, turbadísima, oye decir a Jesús confiado: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud”. Yendo de camino, dan la noticia a Jairo de que su niña ya ha muerto. Le dicen: ¿para qué molestar más al maestro? Jesús hace como si no oyese, e indica a Jairo que no deje de creer. Llegados a la casa, la gente lloraba y se lamentaba a gritos. Jesús dice que la niña no está muerta, sino dormida. Y se le ríen. Jesús entró a la habitación donde yacía la niña, la cogió de la mano y gritó: “¡Contigo hablo, niña, levántate!”. La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar. Tenía doce años. La afirmación central del evangelio es que el Señor es el dueño y señor de la salud y de la vida. El Señor es Dios. Quien desee vivir en verdad, ha de poseer la fe. EL ABORTO, UNA LACRA ESPANTOSA La vida la da el Señor, nos dice el evangelio. Pero nuestro mundo vive la cultura de la muerte. La propuesta ordenación jurídica del aborto es absolutamente incompatible con la fe del evangelio. La Comisión Permanente del Episcopado Español ha remitido a los creyentes una nota que reseñamos y resumimos. Una legislación abortista, y su aceptación social por parte de muchos es, sin lugar a dudas, lo más grave que está aconteciendo en el siglo XX y XXI. Lenín en 1920, y Hitler en 1933 establecieron el aborto legal para sus políticas racistas. Presentar el aborto como un derecho que habría de ser protegido por el Estado, es una mentira y la fuente envenenada de inmoralidad e injusticia que invalida todo el proyecto de ley. Abortar es “un crimen abominable, un acto intrínsecamente malo que viola muy gravemente la dignidad de un ser humano inocente, quitándole la vida”, dice el Vaticano II. La voluntad de la madre nunca puede llegar a ser árbitro absoluto sobre la vida y la muerte del hijo. El derecho a la vida no es una concesión del Estado, es un derecho anterior al Estado mismo y éste tiene obligación de tutelarlo. Abortar para procurar, según dice, la salud de la madre es de por sí una falsedad. El embarazo no es de por sí una enfermedad. Abortar no es nunca curar, es siempre matar. La apelación a la salud es una excusa para encubrir el deseo particular de no tener un hijo, aun quitándole la vida. Es científica y éticamente falso que el feto sea un ser vivo, pero no un ser humano, cuando genéticamente, y aun independientemente del cuerpo de la madre, tiene ya codificadas en sí mismo todas las acciones específicamente humanas. Eliminar una vida humana no es nunca un asunto privado. El derecho a vivir no está, ni puede estar, a disposición de nadie. Es un desorden que muchos cristianos subordinen la moral a la política. Juan Pablo II, en su Encíclica “Evangelium vitae, 73, afirma: “En el caso de una ley intrínsecamente injusta, como la que admite el aborto o la eutanasia, nunca es lícito someterse a ella, ni participar en una campaña de opinión a favor de una ley semejante, ni darle el sufragio del propio voto”. Es Dios quien da la vida y no corresponde al hombre quitarla. Francisco Martínez García
1ª lectura
Sb 1,13-115; 2,23-25
Salmo
29
2ª lectura
2Cor 8,7-9.13-15
Evangelio
Mc 5,21-43
Homilía:-->
CONTIGO HABLO, NIÑA, LEVÁNTATE 2009. 13º Domingo Ordinario (B) El tema de fondo del evangelio de este domingo es la divinidad de Jesús. En el domingo anterior veíamos a Jesús mostrándose superior a las fuerzas hostiles al hombre: el oleaje y el huracán del mar se apaciguan instantáneamente al imperio de la palabra de Jesús. En el evangelio de este domingo volvemos a ver a Jesús ejerciendo dominio absoluto sobre la enfermedad y la muerte, dos males extremos del hombre. Jesús actúa con autoridad. En los discípulos y en la gente se suscita un interrogante de importancia fundamental: ¿Quién es éste? Jesús responde con hechos: resucita de forma pública y notoria a una niña muerta y sana la enfermedad persistente y oculta de una mujer. Tanto Jairo, padre de la niña, como la mujer, creen que Jesús puede solucionar su mal. Jesús pide fe. Dice a la mujer: “Hija, tu fe te ha curado”. Y a Jairo le dice: “No temas; basta que tengas fe”. La fe conlleva el abandono de nuestras seguridades y nos pone confiadamente en las manos de Jesús. UN EVANGELIO PARA HOY El evangelio de este domingo es actual y realista. Habla al hombre de hoy que se caracteriza por una fe afectada de enfermedad y de muerte. Muchos no creen. Otros dicen que creen, pero en el fondo no creen: su fe es algo exterior, un reflejo cultural, un suceso de herencia, etc. Otros afirman no creer; pero nunca han hecho para ello una decisión consciente. Simplemente viven bajo la influencia negativa del ambiente. Hay quienes cumplen observancias religiosas “por si acaso hay algo más allá”, según dicen. La fe no es en ellos una opción fundamental. No se apoya en una motivación decisiva. Hoy son muchos los que niegan aquello mismo que ignoran. La ignorancia y la inconsciencia son una enfermedad perversa y endémica de muchos hombres de hoy. Dicen que se han alejado de la fe, de la Iglesia, pero en realidad no se ha distanciado nunca o casi nunca porque nunca han estado dentro, o cerca. JESÚS, REVELADOR Y REVELACIÓN El centro absoluto del evangelio de hoy es Jesús. Él es el revelador y es también la revelación. Es el mensajero y es el mensaje. La vida, aun en el hombre, es siempre el aliento de Dios (Gn 2,7). Dios es la vida del hombre. “Mira, yo pongo ante ti vida y muerte… Si amas a Yahvé tu Dios y sigues sus caminos, vivirás… Pero si tu corazón se desvía… yo os declaro hoy que pereceréis sin remedio y que no viviréis muchos días…” (Dt 30, 15ss). Jesús dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Y Pablo afirma: “Para mí la vida es Cristo” (Fil 1,21). Cristo es la vocación transcendente del hombre, su plenitud. En Cristo y con Cristo el hombre rompe el límite de su condición humana y creada y es ascendido hasta participar de la divina naturaleza. Cristo es la medida del hombre, la dimensión más rica e íntima de su identidad, su sobrepasamiento y divinización, el lado más real y dichoso de su existencia humana. La expulsión de los malos espíritus, la curación de las enfermedades, la resurrección de muertos, están siempre en referencia con el perdón de los pecados, con la restauración interior y definitiva del hombre, y con la participación en la vida gloriosa de Cristo resucitado. JESÚS TIENE PODER DE CURAR LA ENFERMEDAD Y DE RESUCITAR LA MUERTE El evangelio narra dos acciones extraordinarias de Jesús, una de las cuales se cuela dentro de la otra, entre el comienzo y el final de la misma. La niña de Jairo, jefe de la sinagoga, está enferma, “en las últimas”, y su padre se presenta a Jesús pidiéndole que la cure. Jesús camina acompañado de mucha gente. Apretujada entre el gentío inmenso, va una mujer que desde hacía doce años padecía flujos de sangre y, habiendo gastado toda su fortuna con muchos médicos, había empeorado. Lucas, al referir el hecho, dice que “la mujer no se había podido curar con nadie”. Acercándose por detrás, en secreto, tocó el manto de Jesús pensando que con sólo tocar quedaría sana. De repente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo había quedado curado. Jesús notó que había salido de él una fuerza y preguntó en público: “¿Quién me ha tocado el manto?”. No era el tocar físico, pues estaban todos juntos y prensados, sino el tocar de la fe. Otros muchos tocaban a Jesús con fines similares, pero confiando ciegamente en fuerzas mágicas, más que personales. Lo que mueve a la mujer es la fe en la persona de Jesús. Una fe secreta, oculta, pero intensa. La mujer se acercó asustada y temblorosa. La ley prohibía el contacto con una persona que padecía flujo de sangre porque causaba impureza legal. “Tocar” a Jesús era un acto ilegal, horrendo. Pero la mujer llevaba ya doce años de sufrimientos espantosos, había gastado toda su hacienda y no tenía otra esperanza. Y toca con la fe más que con las manos. Y la curación se produce de repente y del todo. La mujer, turbadísima, oye decir a Jesús confiado: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud”. Yendo de camino, dan la noticia a Jairo de que su niña ya ha muerto. Le dicen: ¿para qué molestar más al maestro? Jesús hace como si no oyese, e indica a Jairo que no deje de creer. Llegados a la casa, la gente lloraba y se lamentaba a gritos. Jesús dice que la niña no está muerta, sino dormida. Y se le ríen. Jesús entró a la habitación donde yacía la niña, la cogió de la mano y gritó: “¡Contigo hablo, niña, levántate!”. La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar. Tenía doce años. La afirmación central del evangelio es que el Señor es el dueño y señor de la salud y de la vida. El Señor es Dios. Quien desee vivir en verdad, ha de poseer la fe. EL ABORTO, UNA LACRA ESPANTOSA La vida la da el Señor, nos dice el evangelio. Pero nuestro mundo vive la cultura de la muerte. La propuesta ordenación jurídica del aborto es absolutamente incompatible con la fe del evangelio. La Comisión Permanente del Episcopado Español ha remitido a los creyentes una nota que reseñamos y resumimos. Una legislación abortista, y su aceptación social por parte de muchos es, sin lugar a dudas, lo más grave que está aconteciendo en el siglo XX y XXI. Lenín en 1920, y Hitler en 1933 establecieron el aborto legal para sus políticas racistas. Presentar el aborto como un derecho que habría de ser protegido por el Estado, es una mentira y la fuente envenenada de inmoralidad e injusticia que invalida todo el proyecto de ley. Abortar es “un crimen abominable, un acto intrínsecamente malo que viola muy gravemente la dignidad de un ser humano inocente, quitándole la vida”, dice el Vaticano II. La voluntad de la madre nunca puede llegar a ser árbitro absoluto sobre la vida y la muerte del hijo. El derecho a la vida no es una concesión del Estado, es un derecho anterior al Estado mismo y éste tiene obligación de tutelarlo. Abortar para procurar, según dice, la salud de la madre es de por sí una falsedad. El embarazo no es de por sí una enfermedad. Abortar no es nunca curar, es siempre matar. La apelación a la salud es una excusa para encubrir el deseo particular de no tener un hijo, aun quitándole la vida. Es científica y éticamente falso que el feto sea un ser vivo, pero no un ser humano, cuando genéticamente, y aun independientemente del cuerpo de la madre, tiene ya codificadas en sí mismo todas las acciones específicamente humanas. Eliminar una vida humana no es nunca un asunto privado. El derecho a vivir no está, ni puede estar, a disposición de nadie. Es un desorden que muchos cristianos subordinen la moral a la política. Juan Pablo II, en su Encíclica “Evangelium vitae, 73, afirma: “En el caso de una ley intrínsecamente injusta, como la que admite el aborto o la eutanasia, nunca es lícito someterse a ella, ni participar en una campaña de opinión a favor de una ley semejante, ni darle el sufragio del propio voto”. Es Dios quien da la vida y no corresponde al hombre quitarla. Francisco Martínez García
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