Existen una moral funcional, una liturgia formalista donde se concede más importancia a las formas que al propio misterio.
En la sociedad actual existe un imperio de las formas, de las apariencias sobre el contenido, sobre la esencia de las cosas. Las modas son cambiantes, tiranas; obedecen en muchas ocasiones, no sólo al capricho sino a intereses creados, a programaciones precisas que buscan manipular, crear en definitiva consumistas de toda índole.
Sobre este imperio de las formas estereotipadas, de esta moral funcional reinante, se polarizan tabúes y prejuicios, que hacen que poco a poco vayamos perdiendo objetividad, insensibilizándonos progresivamente en este “caos funcional”, en esta moral de consumo de saber discernir adecuadamente los cambios de nuestra sociedad, en saber distinguir el bien del mal. Está política de admitir, de moralizar los hechos consumados, de relativizar el Misterio, de pretender consumirlo, de vivir experiencias místicas “light”, sin ningún compromiso cara al hombre, esa mística tipo “New Age” que se consume como se hace con una coca cola light resulta a la larga sumamente perniciosa ya que nos lleva al relativismo moral y al “todo vale” Este fenómeno imperante hoy día relativiza todo, hasta al mismo Dios. Pero esta no es una relativización sana que hace ver al hombre que todo es relativo en esta vida y que por lo tanto no debemos de perder la confianza y la esperanza, sino en un relativización vulgar, formalista, donde todo vale, donde no se reconoce el auténtico valor de las cosas, y la sana diferenciación de los seres, de las diferentes opciones que el hombre asume en su vida. Desde esta óptica del todo vale, todo es según del color con que se mira, todas las opiniones valen un voto por lo que así el aborto, la eutanasia, la vida misma son una moneda de cambio, cuestiones opinables, calderillas que vaciamos de nuestros bolsillos, y que según caprichos y circunstancias personales, siguen los vientos de opinión cambiantes, sujetos a modas y a manipulaciones según los intereses de turno de la política en el poder.
De esta forma no existe ya una moral objetiva, que da valor intrínseco al individuo, ya que ¡Todo el mundo tiene su precio! Los propios valores religiosos quedan descafeinados, y asimilados a la conveniencia y diferente pluralidad ideológica. Pasamos de lo fundamental a lo accesorio, a una moral de conveniencia, que incluso se permite el utilizar cambios semánticos. Así al aborto, lo llaman terapeútico, a la eutanasia, occisión compasiva… Hemos convertido a Dios en un ídolo, lo manipulamos a conveniencia, acorde a nuestros intereses, un Dios tapagujeros. Cuestionando a Dios, aniquilándolo, como pregonan los “teólogos de la muerte de Dios” llegamos al absurdo, a la muerte del propio hombre, del auténtico humanismo, apareciendo lo chabacano, el despropósito, la anarquía, el todo vale y hasta el homicidio y el crimen tienen cabida en corazón deshumanizado, descristianizado. Nos volvemos insensibles, con un corazón de piedra en vez del de carne. Y los más inocentes, los no nacidos son convertidos en escoria, en trozos de carne rota y deshuesada, triturada en intereses mezquinos, bastardos, egoístas y criminales.
No vale aludir desconocer la importancia de los hechos, aludir ignorancia de lo que se hace, la responsabilidad existe y no nos abandona nunca la culpabilidad de lo hecho contra estos seres inocentes. La sangre llama a la sangre. Quien a hierro mata a hierro muere. La soberbia enquistada en la ignorancia es uno de los males de nuestra civilización; pero no interesa despertar sino mantenerse amordazados, anestesiados en este clima de materialismo reinante. Pero si la responsabilidad es de todos, qué diremos de las clases gobernantes que manipulan, que mal informan, que crean una falsa moral, una moral funcional del todo vale por intereses espúreos, electoralistas, y mezclados con la propia industria del aborto. La sangre de los inocentes clama ante Dios, y el hecho de que lo nieguen no quita en absoluto su responsabilidad ante el crimen sino que la acrecienta. ¡Mal aventurados sean aquellos que cerrándose a la misericordia con su prójimo lo explotan y aniquilan! Su sangre caerá sobre ellos, si un arrepentimiento sincero no invade sus vidas.
Hay que “recuperar” a Dios, recuperar su auténtica imagen. Dios no es un ser abstracto, sino personal que quiere la amistad del hombre, una relación íntima y personal. Un Dios que se halla presente en el propio Cosmos, en el mismo hombre, que es un microcosmos.
No podemos ver contradictorio un conocimiento de Dios opuesto al conocimiento del mundo, de tal forma que Dios se vaya replegando a medida que encontramos una supuesta explicación científica para los hechos naturales, de tal forma que poco a poco ya no se hace necesario su creencia, ya que descubrimos una explicación para las cosas. ¡No!, Dios Está animando a las seres a las cosas: “En Dios nos movemos, somos y existimos” (Act11, 28), pero se encuentra más allá de las cosas. Dispone las leyes naturales que poseen su propia autonomía y que el hombre va descubriendo por la ciencia, pero Dios es un ser personal que demanda relación personal y familiar, de tal forma que sólo desde la experiencia en esta relación, se llega al conocimiento de su existencia, no desde la búsqueda científica que sí va descubriendo los ritmos naturales, el dinamismo evolutivo del proceso creativo, sino desde la relación estrecha y familiar con El.
En este clima actual de agnosticismo, se eleva la claridad, la luminosidad de los creyentes que descansan y se abandonan en la fe, en la experiencia de una vida confiada en la relación personal con Dios, en Cristo, que es el Dios hecho hombre. Sólo descubriendo en el día a día a ese Dios, a ese Cristo, que se encuentra “escondido” en el corazón del hombre, puede experimentarse esa fuerza que da la fe, que nace paradójicamente del abandono confiado en Dios, aun dentro de la oscuridad de la noche y de las pruebas de esta vida. Así, como el camino se hace al andar, la fe se va haciendo, se la da al hombre en la medida que va caminando en esa experiencia personal con Dios. Por ello dice Jesús: “Al que tiene se le dará más, pero al que no tiene, (al que no busca, al que no maneja sus talentos) hasta lo poco se le quitará” (Mc4, 25)
Pidamos a Dios esa fe que nace del abandono confiado. Así de forma progresiva la fe irá engendrando más fe y seguirá creciendo, y con ella la esperanza y la caridad, virtud ésta última que siempre perdurará, aún cuando la propia fe y la esperanza ya no lo hagan, porque sólo perdura la caridad que es el amor, Dios mismo (1Cor13, 8).
Bernardo Ebrí Torné
Zaragoza 15 de Febrero de 2oo9
Friday, February 20, 2009
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