Recientemente un matemático, Michael Heller ha recibido el prestigioso premio Templeton, otorgado por la Fundación “John Templeton Foundation” interesada de manera singular en la relación de ciencia y religión. Séller ha “demostrado científicamente” la existencia de Dios, basada en la armonía que existe en el Universo como signo de que una potencia superior cuida de ordenarla. Desde las leyes físicas hasta la belleza que empapa la creación, todo emana de la esencia de Dios.
Solo el creyente, afirma Eva María Catalán, el que cree en Dios es apto para interceptar lo que de misterioso hay en cada elemento creado. Desde las leyes físicas hasta la belleza que empapa el Universo, todo emana de la esencia de Dios que dispuso su obra para recrearse El mismo y donar al hombre un espejo donde mirar al Dios que le pidió amor por amor.
Anteriormente a Heller 2008, Barbour en 1999, Peacocke en 2001 y Polkinghorne en 2002, el científico Freeman J. Dyson 2000, Paul Davis 1995, Carl Friederich Von Weizsäcker 1989, o Stanley L. Jaki en 1987 también recibieron el citado premio por el estudio de la conexión ciencia/religión. Pero Barbour, Peacocke y Polkinghorne constituyen según Javier Monserrat, una triada fundamental, armónica y congruente para entender la proyección actual de la ciencia sobre la religión en general y la teología cristiana en especial. En los tres autores se da un enfoque positivo, en que la imagen científica del mundo, de la vida y del hombre es integrable o asumible por los modelos religiosos y por la teología cristiana.
Se hace precisa pues, sigue diciendo Monserrat, la necesidad de que la idea moderna de Dios sea reformulada desde el mundo de la ciencia; la semejanza entre la forma de razonamiento de la ciencia y de la teología; la necesidad de superar el clásico dualismo antropológico de la teología clásica, yendo hacia un emergentismo basado en la idea humanista del hombre pòsibilitada por la ciencia; la necesidad de pensar a Dios de forma coherente con su continua acción divina en el mundo, en el marco de su esquema panenteísta: (En Dios vivimos, nos movemos y somos: Act11, 28)
Es coherente mantener una inteligibilidad del Universo en Dios, desde la energía del big bang hasta la conciencia autoconsciente del hombre que se cuestiona a sí misma y al Universo, y plantea a la razón humana (ciencia y teología) la problemática de su inteligibilidad. La ciencia busca inteligibilidad intelectual: Conocer desde los fundamentos y otorgar desde ahí a todo, una significación congruente. Pero la teología busca además, desde la urgencia existencial, de reposar hallando un sentido en la dinámica del Universo.
Peacocke bioquímico, ordenado sacerdote presbiteriano y profesor de teología, admite que la filosofía construida desde la ciencia puede dotar al universo de una inteligibilidad sin Dios, autónoma, agnóstica o atea. Pero su esfuerzo se orienta a mostrar que ese mismo universo descrito por la ciencia, se ilumina también de congruencia y de inteligibilidad desde la idea de Dios presente en los modelos religiosos, y en especial desde el cristianismo; incluso para él, la realidad de Dios se presenta como la mejor explicación del Universo. Es posible pues que el mundo pueda entenderse sin Dios, pero Éste ofrece al universo una inteligibilidad mejor, así como de la naturaleza de la experiencia religiosa. Esta racionalidad se funda hoy en la imagen del mundo en la ciencia.
Si Dios realmente existe, la búsqueda honestamente de la verdad no puede conducir sino a El. La inteligibilidad del mundo desde la idea de Dios, el fin de la exploración a partir del mundo de la ciencia, nos dice Peacocke, es sin duda alguna, el Dios de la tradición abrahámica y judeo-cristiana, el lugar “donde comenzamos”, y que ese Dios, ese lugar, puede ser conocido “por vez primera” de una manera nueva.
Este proceso a través de la ciencia no se opone a la experiencia tradicional del cristianismo a través de la Historia de Salvación, sino que desemboca en ella misma, a través de la experiencia religiosa en el mismo Cristo:”Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn14, 6)
La hipótesis de Dios, en su ser y en su devenir como factor de inteligibilidad, nos obliga, pues a admitir una continúa acción divina en el mundo. Y ello a pesar de las leyes de la probabilidad, del determinismo y el indeterminismo de los eventos macrofísicos-clásicos y microfísicos-cuánticos, con el azar-necesidad de la biología evolutiva, con las fluctuaciones caóticas, con las diversas formas de interacción y causalidad que rigen la forma de aparición, evolución y fin de los estados físico-biológicos.
Peacocke no ve incongruente todos estos eventos como ajenos a Dios y razón por ellos para excluirlo, sino que en definitiva Dios integra todos estos fenómenos. Es Dios quien da autonomía al mundo creado por El, dándole sus propias leyes, dentro de una evolución dinámica creativa, de tal manera que continuamente va habiendo creación continua, un mundo con causalidad organizada en sistemas y donde existe muna causalidad “Top Down” manifiesta en el ámbito biológico. En definitiva Peacocke, ya fallecido, nos ha ayudado a entender cómo Dios podría obrar en el mundo a través del azar físico y biológico, de los procesos caóticos y de las indeterminaciones cuánticas. Todo ello permite diversos modelos inteligibles de la interacción entre Dios y el mundo, congruentes con nuestra idea de Dios y la evidencia científica de cómo el mundo está creado, construido fácticamente. No se trata de conocer, obviamente la esencia divina, sino sólo de mostrar que la hipótesis de Dios como fundamento que actúa en el mundo no es contradictoria con nuestra imagen científica de éste.
Cada vez de hecho aparecen especies nuevas de animales, y estimo que la selección genética va estructurando al propio hombre cada vez más para llegar más lejos en la evolución. Es el superhombre que citaba Nietsche, pero aprecio que caminamos hacia una nueva espiritualidad, donde el nuevo hombre surgirá un día diáfano e identificado con su Creador. No sé si a través de nuevas mutaciones genéticas o a través de la evolución de su conciencia, que por otra parte pueden ir unidas; pero el nuevo hombre alcanzará toda la plenitud ontológica de que es capaz en este mundo hasta que pueda al final reunirse definitivamente con su Creador al final de los tiempos, de tal manera que en la economía de la plenitud de los tiempos, todas las cosas se recapitulen en Cristo, las del los cielos y las de la tierra (Ef1, 10) “Después será el fin cuando El entregue el Reino a Dios Padre, después de haber destruido toda dominación, toda autoridad y todo poder” (1Cor15, 24)
Cristo hasta entonces se ha constituido y se constituye actualmente en camino, verdad y vida para la Vida Eterna (Jn14, 63) porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en El no se pierda, sino que tenga la Vida Eterna ( 9Jn3, 16) Pues Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo sino para que sea salvo por El (Jn3, 17) Las obras de misericordia son en definitiva las que salvan al hombre, al identificarse Cristo con el necesitado, aunque como afirma el Evangelio el benefactor no le conozca (Mt25, 40)
El hombre como ya apuntaba el gran teólogo Rhaner (El hombre del siglo XXI o será un místico o no lo será) está ya caminando en este sentido, y aunque el mal parece ahogarnos, recordamos las palabras del mismo San Pablo que nos dice en Romanos 5, 20: “Que donde se multiplicó el pecado, mucho más sobreabundó la gracia”. Una nueva sensibilidad irá apuntando, renaciendo, a lo largo de este siglo. Crímenes como el aborto de los niños dentro del vientre de su madre, como la explotación de la infancia, terrorismo entre otros, parecerán a nuestros futuros descendientes como execrables y sin ninguna justificación posible.
Para mi la tolerancia hacia el aborto, independientemente de todas sus justificaciones, me parece una prueba de la sensibilidad moral de una persona, un común denominador de la misericordia de su corazón (excluyendo los casos de ignorancia invencible)
Ese Dios es Espíritu (la planificación ontológica sin límites de nuestra experiencia psíquica), nos dice de nuevo Peacocke y de ahí nace toda forma del ser creado. La organización de la materia conduce así a la emergencia de niveles de conciencia que apuntan ya al ser espiritual de Dios. Y en ello converge con Teilhard de Chardin: “Materia y Espíritu, conviven en el corazón de la materia misma”. De ahí que el psiquismo humano abierto al cuestionamiento del sentido de la vida, sea la emergencia más plena de la ontología espiritual, y divina, del universo.
La omnipotencia y la omnisciencia de Dios siempre tan criticada ante el problema del sufrimiento y el mal en este mundo, es salvada por Peacocke,
(Porque si Dios es omnipotente y tiene todo presente, ¿Por qué tolera el sufrimiento y no prevé las catástrofes naturales?....) Porque Dios mismo se autolimita de forma voluntaria al crear al hombre con libertad. Responde en definitiva a una voluntad divina de crear de un modo definido (Creación de diseño autónomo) que cuenta con los movimientos caóticos, por azar, no previsibles puntualmente, sino sólo por estadística y por probabilidad (omnisciencia) y con el mal uso de la libertad por el propio hombre, que tanto sufrimiento genera en el mundo (omnipotencia). Pero esta autolimitación divina conjetural es siempre voluntaria, según Peacocke, responde a una voluntad divina de crear de un modo definido, cuenta con el mismo azar pero mantiene un último control final y absoluto sobre todo lo creado.
Todo al final queda relativizado en la sabiduría de Dios, incluido el propio mal y sufrimiento, pues todo se encuentra en sus manos, todo le converge, el tiempo y la eternidad. “Un día ante el Señor es como mil años y mil años como un día” (2Pe3, 89)
En Ciencia nos preguntamos del por qué de las cosas. Desde la Teología nos preguntamos del para qué de la fe. Los razonamientos son similares en Ciencia y en Teología, por ello la orientación de la hipótesis de la existencia de Dios, si este es real, tiene que conducirnos desde la propia Ciencia a la verdad que es Dios, y ser coherente desde El la inteligibilidad del mundo. No se trata tanto de preguntarnos tanto el por qué el mundo existe, sino de buscar inteligibilidad a partir de lo que existe, del universo, de la vida, del hombre.., y preguntarnos hasta donde podamos, sin rechazar las cuestiones límite, pero fundamentándonos en el mundo descrito racionalmente por la ciencia, cómo puede tener todo una explicación, unas causas últimas que den al universo un significado congruente y doten al devenir cósmico de un sentido que enriquezca la existencia humana.
La Ciencia, comenta Javier Monserrat, busca inteligibilidad intelectual, y quizás deba de ir más allá de si misma y entrar incluso en el ámbito de la reflexión filosófica, pero la teología no se contenta con eso y busca además desde la urgencia existencial de reposar hallando un sentido de la dinámica del universo, como refiere Peacocke. Ese universo, aunque la filosofía construida desde la ciencia pueda dotarle de una inteligibilidad sin Dios, se ilumina también de congruencia e inteligibilidad desde la idea de Dios presente en los modelos religiosos y en especial desde el cristianismo. “La realidad de Dios se presentará incluso como la mejor explicación del universo, afirma Peacocke que también pretende mostrar como la relación de Dios con el mundo, sólo puede ser adecuadamente iluminada y ampliada desde los resultados de la ciencia: “Un proceso kenótico, de vaciamiento del mismo Dios por la ofrenda de sí mismo, por la autolimitación y vulnerabilidad asumida por Dios en el proceso evolutivo creado”.
La creación es continua y evidencia una emergencia de numerosas formas de vida, Se trata de un inmenso proceso de autoorganización, que dentro de la continuidad monista hace emerger nuevas formas de ser real. En esta autonomía de lo creado juega un papel importante la selección natural (Darwin, Dawkins), los procesos autoorganizativos (Stuart Kaufmann) o las teorías de la complejidad (Ian Stewart). Pero las claves esenciales siguen siendo el azar y la necesidad, entendidos en clave biológica desde la lógica genético-mutacional del ADN. Dios Creador asume así un riesgo ante una creación de diseño autónomo, que incluye una previsión del marco de actuación producido por el azar, la probabilidad, la estadística, incluida la limitación de la omnisciencia ante la imprevisibilidad puntual de los procesos caóticos, y de la autolimitación de su omnipotencia al crear al hombre con libertad.
La evolución permite en cierto sentido apuntar a la dirección que acabará culminando en el ser humano (homo sapiens) Estas propensiones de la materia evolutiva según Peacocke, son: La complejidad, la habilidad para el procesamiento y registro de la información por el sistema nervioso, el dolor, el sufrimiento, la sensibilidad, la autoconciencia y el lenguaje. Todo ello incluida la emergencia de la autoconciencia (Hominización ontológica), del lenguaje y del psiquismo humano integral, se presenta también en el diseño creador de Dios, como un proceso natural autónomo que no necesita de una intervención especial de Dios. Este diseño ha sido escogido por Dios mismo, es dinámico y se realiza a costa del dolor, del sufrimiento, de la lucha y de la muerte, de la que no escapó ni el propio Hijo de Dios.
Esta aparente no participación divina directa en la autoconciencia del hombre, no es obstáculo como refiere el mismo Peacocke, que Dios como espíritu, en un cierto momento de la Historia de la Humanidad, no haya posibilitado al hombre de una intervención especial (en el interior del espíritu humano) por parte suya, que culmine por obra de su gracia en la introducción del hombre en el orden sobrenatural, establecido en su plan divino (Historia de Salvación). De hecho Dios mantiene una acción directa en el ser humano de comunicación y de comunión, respetando siempre su libertad (Ap3, 20)
En un mundo “Que nace con dolores de parto hasta el momento presente, y no solo ella, sino también nosotros que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos esperando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo” (Rom8, 22-23), Dios “crea un espacio” dentro de sí mismo, aunque distinto de Él, porque es creado con autonomía y nos crea dentro de su propia realidad ontológica. Por ello somos de Dios y tendemos a El. No somos Dios pero “Cuasi” como decía el sufí Iben Aramí, participamos del proceso kenótico de Dios. Es el proceso dinámico panenteísta (Act11, 28)
¿Pero, por qué y para qué, Dios se ha autolimitado al crearnos?... Por amor al hombre, Dios se ha vaciado y ha hecho posible la comunión de personas libres, capaces de amar, y de corresponder a su amor, a El mismo y al prójimo. El coste de esta autonomía ha sido el sufrimiento, explica Peacocke aludiendo al concepto usado por Moltmann, en el Dios crucificado: “Podemos quizá atrevernos a decir que hay un autovaciamiento creativo y autodonación (una kénosis) de Dios, una participación en el sufrimiento de las criaturas divinas, en los mismos procesos de creación evolutiva del mundo”
En este mundo autónomo sin embargo, la humanidad puede ignorar la presencia divina y rechazarla, y esto se proyecta sin duda, sobre el sufrimiento divino por el drama del proceso creador.
Podemos ahora preguntarnos en consecuencia: ¿Sigue inteligible Dios desde este escenario de indignidad, de sufrimiento del inocente? Ante esta pregunta, ante este misterio insondable, surge la figura de Cristo, que se constituye como la última autodonación de Dios a la humanidad: ”Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único” (Jn3, 16) Cristo presente ante Dios como el cordero degollado de Isaías desde la fundación del mundo (IsII53, 7)
Dios aceptó este riesgo, al crearnos en este modelo autonómico de creación, nacido del mal uso de la libertad del hombre, y aceptó su auto-vulnerabilidad en la historia, para el bien mayor de la emergencia de personas libres (Rom5, 20)
De ello se deriva una terrible pero al mismo tiempo demostrativa revelación del amor que Dios nos tiene: Al expresarse verdaderamente en Jesús, en el Cristo doliente, la última garantía del amor de Dios como autodonación en la creación, Dios se hace también sufriente en la pasión y muerte del Hijo, y con El con todo el Genero humano sufriente: ¡Dios sufre por amor al hombre! ¡Dios que es Espíritu, sufre! El se ha vaciado, se ha anonadado voluntariamente como su Hijo querido Jesús por amor a nosotros, para reconducirnos de nuevo a su presencia, a su Comunidad Trinitaria de amor. Y la propia Creación gime y está en dolores de parto hasta el momento presente (Rom8, 22) Es el misterio del Dios de la libertad y del amor. De ahora en adelante, a partir de Cristo, toda experiencia religiosa de acercamiento a Dios, viene a través de Cristo, el Dios hecho hombre, experiencia a través de la misma ontología de Dios, en el marco existencial sugerido en Act11, 28): “En Dios vivimos, nos movemos y somos”
Por todo ello no entiendo a otras religiones que sacrifican la libertad del hombre, y que manipuladas le inducen al asesinato y terrorismo, cuando Dios respeta al máximo la libertad del hombre y no ordena sino invita (Ap3, 20) Entiendo dolorosamente no obstante, que desde la ignorancia de las masas, los príncipes de este mundo les engañen, haciendo decir a Dios lo que en realidad nace de su propia boca, por ello su responsabilidad ante dios es mayor. Este es el pecado contra el Espíritu Santo (Mc3, 29) pero permanezcamos tranquilos porque el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado (8Jn16, 11)
La experiencia religiosa no puede vivirse hoy día centrada en términos de la ontología teocéntrica de la escolástica o del apriorismo trascendental, también teocéntrico, sino en términos cristianos.
Ante una demostración tal de amor por parte de Dios, no queda otra respuesta para el hombre actual de este siglo XXI y venideros, que sumergirse en la experiencia religiosa cristiana, donde Cristo ocupe el lugar prominente que le corresponde por derecho de amor y de sangre (Cristo Alfa y Omega. Principio y Fin (Ap1, 8) El Dios anonadado que ha dado la vida por nosotros según la voluntad del Padre. Un Dios Padre que acompaña al Hijo en la cruz y que sufre con Él y con las desgracias de los hombres de este mundo, pero que nada ni nadie se le escapan al final, porque todo y todos estamos en sus amorosas manos de Padre. Un Dios que nos envía su Espíritu para que sea albergado en nuestros corazones, pero que nos pide permiso antes para ello (Ap3, 20)
Bernardo Ebrí
Sunday, March 1, 2009
Diálogo entre Fe/Religión y Ciencia. Hacia una nueva comprensión de lo Divino
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