Publicado en la
Revista: “Palabras Indiscretas” nº 13, pág: 24-26. Diciembre de 2014
Llovía cuando
salimos de aquel bar. Elena y yo nos encontrábamos enfadados. Ella era mi
pareja, vivíamos juntos desde hacía ya cinco años. Nuestra rutina era la de
unos casados: trabajo, casa, alguna salida al cine y a tomar unas cañas y tapas
en el Amanda Bar. Aquella rutina debía haber saturado a Elena, y así me lo
expuso aquella tarde noche, diciéndome: -Luis, no puedo más, llevamos cinco
años y noto que me falta aliciente a mi vida. Quiero novedades, tengo deseos de
ser madre.
Y me lo
expuso así, de sopetón. Esta era una cuestión que no habíamos tocado
seriamente. De hecho no estamos casados, ni yo creo preparados para ser padres.
Por lo menos, así me lo parecía a mí, y así se lo expuse. Ese fue el motivo de
la discusión. Yo no me veía capacitado para asumir la carga de un hijo. Ella, se
había puesto a llorar, y me dijo que se encontraba vacía. Entonces le comenté: -¿Es
que acaso no te basto yo?
-Es
diferente Luis. Las mujeres llega un momento en la vida, por lo menos así me
ocurre a mí, que deseamos ser madres.
-No lo creo
así-le respondí, e intenté acariciar su larga cabellera. Ella entonces rechazándome,
se levantó de súbito poniéndose el abrigo. Yo hice lo mismo y cogiendo la nota
de la consumición se la aboné al camarero. La alcancé en la puerta y comenzamos
a caminar juntos bajo la lluvia. Elena
iba a la par mío, callada y pensativa.
De
pronto, dijo:-¡No puedo más, me voy!, y dirigiéndose al borde de la calzada
hizo señas a un taxi.
-¿Qué
haces?-le dije-, pero si nuestra casa está a la vuelta de la esquina.
-¡Me
voy Luis!
-¿Pero
a dónde vas?
-A casa
de mis padres, y no me llames.
Me dejó
con la palabra en la boca y se metió en el taxi.
Cabizbajo
seguí andando bajo la lluvia, incrédulo de lo que me estaba pasando. ¿Qué mosca
le había picado? ¿Solo era el problema de querer tener un niño y mi negativa a
ello lo que le había enfadado?
La
lluvia era fina pero comenzaba a calar, por lo que agradecí llegar al portal de
mi casa. Subí las escaleras a pie hasta el segundo piso. Cuando abrí la puerta
la casa se me echó encima. Noté el silencio que me envolvía y me entró una gran
desazón. Supongo que mañana reflexionará sobre su conducta y vendrá a casa. De
hecho tendría que volver a casa antes de acudir a su trabajo, aunque tal vez
no…
No tuve
ganas de cenar, de hecho me encontraba saciado física y psíquicamente. ¿Qué
reacciones más intempestivas tienen las mujeres? Espero que piense lo que ha hecho. Yo desde
luego no la voy a llamar, ya es mayorcita.
¿Qué
hacer? Todavía era pronto para acostarme. La televisión me aburre, y además no
tengo ganas. ¿Por qué no? Voy a meterme un rato a internet. Lo hice y al abrir
mi correo vi el anuncio de una presentación que me enviaba mi amigo Pedro. Su
título era muy sugestivo: “Cuando yo me vaya”
Era un
poema de un poeta argentino Carlos
Alberto Boaglio. ¡Vaya!-pensé-parece muy oportuno para este momento.
Comencé
a leerlo, y su contenido era muy diferente a lo que yo pensaba, hablaba de una
marcha definitiva, y entonces al acabar de leerlo no pude evitar que asomaran
unas lágrimas por mis ojos. Decidí entonces llamarla. Cogí el teléfono y
mientras marcaba la numeración de mis suegros, aun martilleaban en mi mente
algunas estrofas del poema: “Cuando yo me vaya, no quiero que llores, quédate
en silencio sin decir palabras y vive recuerdos, reconforta el alma. Cuando yo
me duerma respeta mi sueño, por algo me duermo, por algo me he ido. Si sientes
mi ausencia no pronuncies nada…Te presto mi cuarto, mi almohada, mi cama y
cuando haya frío ponte mis bufandas…Si traen mi cuerpo no me tengas lástima,
libera tu alma, palpa la poesía, la música, el canto y deja que el viento
juegue con tu cara. Besa bien la tierra y aprende el idioma vivo de los
pájaros…”
-¿Puede
ponerse Elena?-le dije a su madre.
-Espera
un momento Luis.
-¿Qué
quieres?
-¡Qué
vengas! No puedo estar sin ti. Si quieres un niño, lo tendremos, pero antes
tendremos que casarnos ¿No te parece?
-¡Luis,
amor mío!
-Ven
pronto, te espero. ¿Paso a buscarte?
-No,
vendré mañana antes de ir a trabajar. Ya que estoy aquí, aprovecho a estar con
mis padres.
-Bueno,
cuando estemos casados, no te vayas de casa, porque entonces, puedo denunciarte
por abandono de hogar-le dije sonriendo.
-¡Tonto!,
te quiero. ¡Qué duermas bien!
Y
colgando el teléfono no pude resistir de comenzar de nuevo a leer la poesía.
Bernardo
Ebrí Torné
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