UN RATO CON MI NIETA
Se abrió la puerta y
apareció María con su hija, mi nieta
Sandra. Tenía cita con su dentista a las seis y me traía la niña. Eran ya las
cinco y media e iba con mucha prisa. Sobre
las ocho vendría a buscarla su padre.
Tengo ya 60 años. Vivo solo,
mi mujer murió hace 3 años los mismos que tiene ahora mi nieta.
-¡Hola papá!
-¡Hola Hija! ¡Hola Sandrita!
-Sandra, dale un besito al
yayo.
La niña me miró profundamente
con sus ojitos azules pero no arrancó palabra alguna, y eso que era muy
parlanchina.
-Papá, ¡quítale el gorrito y
el abrigo que yo tengo mucha prisa. Álvaro vendrá a buscarla sobre las ocho y
media. ¡Ah! De merienda lo de siempre, a Sandra le gusta mucho.
-Sí, no te preocupes. Venga nena
dale la manita a tu yayo, que tu mamá tiene prisa, le va a arreglar un médico
los dientes.
La niña continuaba mirándome.
Se arrancó entonces diciéndome:
-Yayo, me contaras el cuento
de Blanca Nieves mientras me das el quesito.
Sí, naturalmente.
Su madre le dijo:
-Sandrita, ¿no das un beso a
mamá?
La niña se volvió entonces
hacia su madre y poniendo sus morritos en o, hizo ademán de besarla. María se
agachó y recibió el besito en su cara mientras depositaba el suyo en su niña.
Entramos, y después de
quitarle el gorro, el abrigo y los guantes, me dirigí a la televisión para
ponerle “Clan”, le dije:
-Sandrita siéntate, que va el
yayo a buscarte el flan, el quesito el
plátano y el vasito de leche.
La niña me obedeció y se puso
a ver los dibujos. Volví enseguida con la merienda, y me dispuse a abrir la
tapa del flan, quitarle la plata al quesito y pelar el plátano. La niña me dijo
entonces:
-Yayo, cuéntame el cuento de
Blanca Nieves.
Asentí y me senté de nuevo junto a ella.
-¿Quieres que te ayude en
algo Sandrita?
-Cuéntame el cuento, yayo.
Con satisfacción comencé el
cuento preferido de mi nieta. En un santiamén desapareció el quesito y la niña
comenzó a mordisquear el plátano.
-Buen apetito tiene mi niña
–pensé para mis adentros.
-Yayo, ¿Por qué la bruja es tan
mala?
-Pues…porque tiene envidia de
Blanca Nieves-le contesté.
-¿Qué es envidia yayo?
Me quedé pensativo, pero le
respondí enseguida:
-Pues…, no querer a una
persona, querer lo que ella tiene. En el caso de la bruja, desea ser tan
guapa como Blanca Nieves, como lo eres tu ratita mía.
Y acercándome le di un beso
en sus sonrosadas mejillas. La niña siguió diciéndome entre mordisco y mordisco
a su plátano.
-Pues, Bruno no me debe de
querer mucho, pues quiere mis lápices y mis rotulas.
Supuse que Bruno era un niño
de su colegio. No supe que responderle, pero
enseguida le dije:
-Bueno, seguro que te quiere,
pero Bruno es muy travieso y lo que quiere es jugar con tus lápices.
La niña sonrió y comenzó a atacar el flan. Entre
bocado y bocado sorbía del vasito de leche. Al terminar su merienda me dijo:
-Yayo, ¡sácame rotulas y lápiz
para pintar!
La complací y dirigiéndome al
escritorio cogí unas hojas en blanco, y
unos lápices de colores.
-¡Toma, dibuja! Luego me
dices que has pintado
La niña comenzó a dibujar
unos garabatos en el papel. La observaba complacido tratando de interpretar los
retorcidos trazos con que iba llenando la cuartilla. Al cabo de unos minutos,
sintiéndose satisfecha terminó su tarea.
-Vamos a ver. ¿Qué has dibujado?-le
dije, señalando dos borrones contiguos.
Sandrita me miró entonces con
sus ojos dulces y me dijo:
-Es una niña y su yayo que le
está contando un cuento.
Me sentí muy feliz de mi
nieta. Me agaché entonces, dándole un beso en su cabecita de ensortijados
cabellos, mientras le decía:
-Tu yayo te quiere mucho.
Ella me miró y me dijo:
Te quiero mucho yayo
Le di un cálido abrazo. La
niña abrió entonces su boquita en un prolongado bostezo, y entornando sus
ojitos comentó a su abuelo:
-Yayo, tengo sueño. ¿Por qué
no te duermes conmigo?
Miré el reloj y aun eran las
siete, faltaba más de una hora para que su padre llegase.
-Ven Sandrita. Vamos a
ponernos cómodos, el yayo también se pondrá a dormir un ratito contigo hasta
que venga papá.
Nos recostamos en el sofá. La
niña, inclinándose hacia mí, apoyó entonces su cabecita en mi pierna, y me miró, entornados sus ojos,
antes de quedarse profundamente dormida. Pensé, ¿cómo le hubiera gustado a
María Luisa poder haber llegado a conocer a su nieta y gozar como yo de su
compañía. Me pareció entonces sentir su presencia. Satisfecho, entorné mis ojos
y me quedé también dormido.
Publicada en la Revista Literaria: "Palabras Indiscretas", nº 12. Junio 2014
No comments:
Post a Comment
Añadir comentarios al blog, si queréis aportar alguna opinión