Acaba de publicar Esclavos en el Paraíso
J. García: «El padre Christopher Hartley me enseñó que se puede ser santo teniendo mala leche»
El escritor de best-seller religiosos regresa a las librerías con Esclavos en el paraíso, la historia de un misionero en República Dominicana.
Actualizado 16 noviembre 2012
Abel Campo / R
Mujeres que mueren comidas por la ratas; semiesclavos en los bateyes... la historia del P. Hartley
El P. Hartley acusa a las familias Vicini, Fanjul y Campollo de la «cuasi-esclavitud» en los bateyes
Su opera prima, Medjugorje, señaló un camino desconocido para miles de creyentes hacia el santuario mariano de Bosnia y Herzegovina.
Luego fue capaz de meter a más de 15.000 lectores en un “monasterio de papel” con ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?
Con Esclavos en el paraíso –editado por Libros Libres-, el reportero Jesús García se introduce en el corazón de un misionero que se jugó la vida por los más pobres de entre los pobres en los campos de caña de República Dominicana: el sacerdote español Christopher Hartley Sartorius.
Dice Jesús García que su afán de aventura ya está más que satisfecho. El hecho de haber entrevistado en su primera obra a tres personas que ven a la Virgen María cada día Medjugorje (Libros Libres), dejaron el listón de las emociones demasiado alto a la hora de elegir sus siguientes historias, y dice el autor que si las sigue contando es por vocación.
- Por eso la primera pregunta es sencilla: ¿Por qué escribir un libro sobre este misionero? ¿Quién es el padre Christopher Hartley?
- El padre Christopher es un cura de la diócesis de Toledo que desde muy jovencito se fue de misionero. Fue ordenado por Juan Pablo II y marchó a Calcuta, a la sombra de la Madre Teresa. Escribí su historia porque la conocí, y una vez conocida no pude quedarme quieto. No tanto por él, sino por sus feligreses de la misión en República Dominicana. Tienen nom,bre y apellido y yo he sabido de ellos. Por eso lo he contado, por ellos.
-¿Quiénes son estos feligreses con nombre y apellido?-Los trabajadores de los campos de caña de azúcar de San José de los Llanos, al sureste de la isla. En su mayoría inmigrantes haitianos o hijos de inmigrantes que llegaron al país buscando una vida mejor y se encontraron un infierno del que es muy difícil salir.
-¿De qué infierno nos habla?
-Del de las condiciones de trabajo y de vida en que se sustenta la industria azucarera desde los tiempos de los esclavos. Lo que el padre Christopher se encontró al llegar a la misión, en 1997, fueron indicios de esclavitud en el modo de operar de esta industria. Él fue a evangelizar a los bateyes, los poblados donde viven los trabajadores de la caña, y se encontró un escenario dantesco, inhumano. Era como si se hubiese parado el reloj de aquellos poblados en el siglo XIX. El problema fue que en este cura se mezcla un celo apostólico brutal con un en ocasiones muy mal genio, sobre todo cuando de por medio está el pan de los pobres. Cuando le advirtieron de no meter sus narices en las vidas de aquellos haitianos, despertaron a la bestia vocacional que lleva dentro, una vocación que creció precisamente enganchada a las faldas de Teresa de Calcuta y su amor por los más pobres de entre los pobres. Cualquier otro se hubiese retirado, pero este cura no ni se retiró ni se quedó quieto, sino que fue a por ellos, poniendo en riesgo su propia vida.
-¿Cuál era la situación de estos hombres trabajadores de la caña?
-En los bateyes de San José de los Llanos hay viviendo entre 5000 y 15000 seres humanos, dependiendo de la época del año. Muchos de ellos eran traídos de Haití solo en tiempos de zafra, cuando se cosecha la caña. Vivían en condiciones de salubridad, laborales y de vida más propias del ganado que de los hombres. Bateyes sin luz eléctrica, sin agua corriente, sin letrinas, haciendo sus necesidades tras una mata, sin contacto con el exterior de las plantaciones, sin papeles ni documentos y cobrando una miseria por un trabajo demoledor, que parece una trituradora.
-¿Qué salario era?
-No llegaba a los 3 euros por tonelada de caña cortada. Además, por aquel entonces no se les pagaba en dinero sino en vales para canjear en el colmado, pequeña tiendecita perteneciente a la industria en la que para colmo, se les cobraba una comisión. De locos.
-¿Cómo son los bateyes?
-Yo no los conocí entonces. Yo los conozco cómo están ahora, y la gente me dice que han mejorado, pero si es esto cierto, no quiero ni imaginarme cómo eran esos agujeros de miseria y enfermedad de los que es muy difícil salir.
-¿Puede dedicarnos una cita o una anécdota del libro, para abrir el apetito del lector?
-Sí, hay una que dice mucho de este sacerdote. Él estaba una mañana tomándose un café mirando los campos de caña desde su ventana, y dejó escrita la siguiente reflexión: “Yo soy sacerdote, no economista. ¿Puede alguien explicarme la misteriosa razón por la que cuando yo me tomo un café ante esta inmensidad de campos de caña, el azúcar que pongo en mi taza ha de ser importada?”. Es demoledor.
-Ya nos ha explicado por qué escribió el libro. ¿Puede darnos una razón para leerlo?-Como siempre, por el mero hecho de conocer de una forma entretenida. Este es un libro duro, pero a la vez asombroso por la cantidad de amor que desparraman este cura y estos hombres de los campos de caña. Es un alivio comprobar con este libro que el Evangelio está vivo, no muerto. Eso no significa que sea una historia sencilla. Parafraseando a Mafalda, “La vida es muy linda, el problema es que un montón de idiotas confunden linda con fácil”. Eso pasa con este libro.
Segundo, porque el libro es una lección brutal de doctrina Social de la Iglesia. Es una catequesis. Los católicos tendemos a pensar de los curas que abanderan las causas sociales de los pobres que son curas progres, que van por libre o que son distorsionadores de la Teología de la Liberación. Christopher, como él mismo dice, en sus convicciones es más carca que el Concilio de Trento. Un tío que viste de negro riguroso y alzacuellos en su misión actual, en Etiopía, que reza la Liturgia de las Horas sin falta cada día, no es sospechoso de irse por los cerros de Úbeda con su sacerdocio. No, no es un cura progre. Es un cura auténtico. Es un cura que ha llevado a la práctica las enseñanzas de Jesús en el Evangelio allí donde la Iglesia le ha enviado. A lo mejor por eso es por lo que casi le matan.
Para los no católicos, esta obra es una forma diferente y nueva de evangelizar, de presentarles una cara de la Iglesia que sin alejarse ni un centímetro de la doctrina, se parte la vida por los pobres y las causas sociales.
-¿Por qué se implicó en esta causa social el padre Christopher?
-Por evangelizar. El padre no es un revolucionario ni un libertador y se apoyó siempre en el Evangelio, en esas partes en las que dice dar de comer y dar de beber, y en la doctrina social de la Iglesia, que por cierto, es riquísima en esta materia y muy desconocida. El padre Christopher es sencillamente un hombre que vive su vocación ‘a tiempo completo’. Es un hombre que quiere ser santo desde un carácter con mal genio.
-¿Es eso posible?
-¡Ya lo creo! El padre Christopher me enseñó que se puede ser santo y tener muy mala leche. No está reñido lo uno con lo otro. Ese fue el problema de los dueños de la industria. Ellos se esperaban a un curita de pueblo que se limitase a celebrar Misa y a tomar cafés con las señoras, y se toparon con un tío que los tenía bien puestos. Un huracán vestido con alzacuellos. Un hombre absolutamente convencido de su vocación, de Cristo y del Evangelio, y que hubiese muerto por aquellos hombres, porque veía a Cristo en ellos. Cristo humillado, Cristo enfermo, Cristo hambriento y cortando caña a las cinco de la mañana. Cuando yo estuve en los bateyes y pronunciaba el nombre de Christopher Hartley, los pobres sonreían. Yo me quedo con eso.
J. García: «El padre Christopher Hartley me enseñó que se puede ser santo teniendo mala leche»
El escritor de best-seller religiosos regresa a las librerías con Esclavos en el paraíso, la historia de un misionero en República Dominicana.
Actualizado 16 noviembre 2012
Abel Campo / R
Mujeres que mueren comidas por la ratas; semiesclavos en los bateyes... la historia del P. Hartley
El P. Hartley acusa a las familias Vicini, Fanjul y Campollo de la «cuasi-esclavitud» en los bateyes
Su opera prima, Medjugorje, señaló un camino desconocido para miles de creyentes hacia el santuario mariano de Bosnia y Herzegovina.
Luego fue capaz de meter a más de 15.000 lectores en un “monasterio de papel” con ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?
Con Esclavos en el paraíso –editado por Libros Libres-, el reportero Jesús García se introduce en el corazón de un misionero que se jugó la vida por los más pobres de entre los pobres en los campos de caña de República Dominicana: el sacerdote español Christopher Hartley Sartorius.
Dice Jesús García que su afán de aventura ya está más que satisfecho. El hecho de haber entrevistado en su primera obra a tres personas que ven a la Virgen María cada día Medjugorje (Libros Libres), dejaron el listón de las emociones demasiado alto a la hora de elegir sus siguientes historias, y dice el autor que si las sigue contando es por vocación.
- Por eso la primera pregunta es sencilla: ¿Por qué escribir un libro sobre este misionero? ¿Quién es el padre Christopher Hartley?
- El padre Christopher es un cura de la diócesis de Toledo que desde muy jovencito se fue de misionero. Fue ordenado por Juan Pablo II y marchó a Calcuta, a la sombra de la Madre Teresa. Escribí su historia porque la conocí, y una vez conocida no pude quedarme quieto. No tanto por él, sino por sus feligreses de la misión en República Dominicana. Tienen nom,bre y apellido y yo he sabido de ellos. Por eso lo he contado, por ellos.
-¿Quiénes son estos feligreses con nombre y apellido?-Los trabajadores de los campos de caña de azúcar de San José de los Llanos, al sureste de la isla. En su mayoría inmigrantes haitianos o hijos de inmigrantes que llegaron al país buscando una vida mejor y se encontraron un infierno del que es muy difícil salir.
-¿De qué infierno nos habla?
-Del de las condiciones de trabajo y de vida en que se sustenta la industria azucarera desde los tiempos de los esclavos. Lo que el padre Christopher se encontró al llegar a la misión, en 1997, fueron indicios de esclavitud en el modo de operar de esta industria. Él fue a evangelizar a los bateyes, los poblados donde viven los trabajadores de la caña, y se encontró un escenario dantesco, inhumano. Era como si se hubiese parado el reloj de aquellos poblados en el siglo XIX. El problema fue que en este cura se mezcla un celo apostólico brutal con un en ocasiones muy mal genio, sobre todo cuando de por medio está el pan de los pobres. Cuando le advirtieron de no meter sus narices en las vidas de aquellos haitianos, despertaron a la bestia vocacional que lleva dentro, una vocación que creció precisamente enganchada a las faldas de Teresa de Calcuta y su amor por los más pobres de entre los pobres. Cualquier otro se hubiese retirado, pero este cura no ni se retiró ni se quedó quieto, sino que fue a por ellos, poniendo en riesgo su propia vida.
-¿Cuál era la situación de estos hombres trabajadores de la caña?
-En los bateyes de San José de los Llanos hay viviendo entre 5000 y 15000 seres humanos, dependiendo de la época del año. Muchos de ellos eran traídos de Haití solo en tiempos de zafra, cuando se cosecha la caña. Vivían en condiciones de salubridad, laborales y de vida más propias del ganado que de los hombres. Bateyes sin luz eléctrica, sin agua corriente, sin letrinas, haciendo sus necesidades tras una mata, sin contacto con el exterior de las plantaciones, sin papeles ni documentos y cobrando una miseria por un trabajo demoledor, que parece una trituradora.
-¿Qué salario era?
-No llegaba a los 3 euros por tonelada de caña cortada. Además, por aquel entonces no se les pagaba en dinero sino en vales para canjear en el colmado, pequeña tiendecita perteneciente a la industria en la que para colmo, se les cobraba una comisión. De locos.
-¿Cómo son los bateyes?
-Yo no los conocí entonces. Yo los conozco cómo están ahora, y la gente me dice que han mejorado, pero si es esto cierto, no quiero ni imaginarme cómo eran esos agujeros de miseria y enfermedad de los que es muy difícil salir.
-¿Puede dedicarnos una cita o una anécdota del libro, para abrir el apetito del lector?
-Sí, hay una que dice mucho de este sacerdote. Él estaba una mañana tomándose un café mirando los campos de caña desde su ventana, y dejó escrita la siguiente reflexión: “Yo soy sacerdote, no economista. ¿Puede alguien explicarme la misteriosa razón por la que cuando yo me tomo un café ante esta inmensidad de campos de caña, el azúcar que pongo en mi taza ha de ser importada?”. Es demoledor.
-Ya nos ha explicado por qué escribió el libro. ¿Puede darnos una razón para leerlo?-Como siempre, por el mero hecho de conocer de una forma entretenida. Este es un libro duro, pero a la vez asombroso por la cantidad de amor que desparraman este cura y estos hombres de los campos de caña. Es un alivio comprobar con este libro que el Evangelio está vivo, no muerto. Eso no significa que sea una historia sencilla. Parafraseando a Mafalda, “La vida es muy linda, el problema es que un montón de idiotas confunden linda con fácil”. Eso pasa con este libro.
Segundo, porque el libro es una lección brutal de doctrina Social de la Iglesia. Es una catequesis. Los católicos tendemos a pensar de los curas que abanderan las causas sociales de los pobres que son curas progres, que van por libre o que son distorsionadores de la Teología de la Liberación. Christopher, como él mismo dice, en sus convicciones es más carca que el Concilio de Trento. Un tío que viste de negro riguroso y alzacuellos en su misión actual, en Etiopía, que reza la Liturgia de las Horas sin falta cada día, no es sospechoso de irse por los cerros de Úbeda con su sacerdocio. No, no es un cura progre. Es un cura auténtico. Es un cura que ha llevado a la práctica las enseñanzas de Jesús en el Evangelio allí donde la Iglesia le ha enviado. A lo mejor por eso es por lo que casi le matan.
Para los no católicos, esta obra es una forma diferente y nueva de evangelizar, de presentarles una cara de la Iglesia que sin alejarse ni un centímetro de la doctrina, se parte la vida por los pobres y las causas sociales.
-¿Por qué se implicó en esta causa social el padre Christopher?
-Por evangelizar. El padre no es un revolucionario ni un libertador y se apoyó siempre en el Evangelio, en esas partes en las que dice dar de comer y dar de beber, y en la doctrina social de la Iglesia, que por cierto, es riquísima en esta materia y muy desconocida. El padre Christopher es sencillamente un hombre que vive su vocación ‘a tiempo completo’. Es un hombre que quiere ser santo desde un carácter con mal genio.
-¿Es eso posible?
-¡Ya lo creo! El padre Christopher me enseñó que se puede ser santo y tener muy mala leche. No está reñido lo uno con lo otro. Ese fue el problema de los dueños de la industria. Ellos se esperaban a un curita de pueblo que se limitase a celebrar Misa y a tomar cafés con las señoras, y se toparon con un tío que los tenía bien puestos. Un huracán vestido con alzacuellos. Un hombre absolutamente convencido de su vocación, de Cristo y del Evangelio, y que hubiese muerto por aquellos hombres, porque veía a Cristo en ellos. Cristo humillado, Cristo enfermo, Cristo hambriento y cortando caña a las cinco de la mañana. Cuando yo estuve en los bateyes y pronunciaba el nombre de Christopher Hartley, los pobres sonreían. Yo me quedo con eso.
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