Disparos contra la Virgen, los ataques laicistas del 1932
Semana Santa en Sevilla... y no hay procesiones. En 1933 no fue el tiempo, sino las izquierdas republicanas las que quisieron acabar con las procesiones. En 1932 sólo una cofradía se atrevió a salir de su iglesia. Y fue recibida a balazos. Lo cuenta en ALBA José Antonio Fúster.
En el famoso discurso de Manuel Azaña en octubre de 1931 ante las Cortes, en el que defendió el principio de que “España había dejado de ser católica”, el ministro de la Guerra y diputado de Acción Republicana sentó las bases de lo que la República entendía como respeto a la libertad de conciencia: “Aplicar a las órdenes religiosas no un principio de justicia, sino aceptarlas en el caso de utilidad pública y de defensa de la República […] y proscribirlas en razón de su temerosidad para la República”.
De los discursos para la galería el Gobierno republicano pasó a los hechos y, al tiempo que prohibió los crucifijos en todas las aulas, dio instrucciones para que las autoridades locales republicanas prohibieran las procesiones de Semana Santa y que esa “libertad de conciencia” quedara encerrada en el interior de los templos. En mayo de 1931 comenzaron los ataques, impunes, a los católicos. Esa impunidad consentida e incluso alentada por las autoridades republicanas jugó a favor del laicismo radical propugnado por Azaña. En 1932, la mitad de España se quedó sin procesiones. En 1933, toda España.
La valiente
El Jueves Santo de 1932, a las cuatro de la tarde, sólo una cofradía sevillana, la de la Estrella, se asomó a la calle. Una mezcla de temor a las amenazas republicanas y buena parte de pobreza (la nueva constitución prohibía las subvenciones a los grupos religiosos) había mermado en pocos meses el número de cofrades hasta el límite de las exigencias para sacar un paso a la calle. El miedo invencible a que las imágenes fueran destruidas, como así ocurrió unos días después, cuando incendiaron la iglesia de San Julián y acabaron con la imagen de la Dolorosa que talló el gran Martínez Montañés, hizo el resto.
No ajenos a la locura de aquella República, pero sí valientes, los cofrades que estaban en el interior de la iglesia de San Jacinto decidieron sacar sus dos pasos: el Cristo de las Aguas y la imagen de Nuestra Señora de la Estrella.
Afuera, en la calle, una compañía de seguridad de caballería y un pelotón de la Guardia Civil esperaban la salida de los pasos. La multitud, que sabía de la decisión de “la valiente”, llenaba las calles de San Jacinto y Pallés del Corro.
Cuando las puertas se abrieron y se vio la Cruz de guía, estalló una ovación que sonó como una bomba en el ánimo republicano
Las crónicas del día hablan de fervor, pero también de tranquilidad. Saetas y lágrimas llenaban la calle de las Sierpes cuando en la esquina con Santa María de Gracia una turba comenzó a dar vivas al “comunismo libertario” y fue contestada con vivas a María Santísima. Las fuerzas de seguridad detuvieron a uno de los alborotadores, Luis Sánchez García, de 44 años; pero de inmediato una piedra lanzada contra la imagen del Cristo rebotó en la espalda de la talla y golpeó a un soldado. Los fieles, indignados, se lanzaron sobre el vándalo, un dependiente de taberna de nombre Manuel Fernández Rozas, de 33 años, que sólo pudo ser rescatado por la Guardia Civil después de batallar contra el público que pretendía escarmentar (otras crónicas hablan de linchar) al detenido.
Un formidable bastonazo
Pero lo peor estaba por llegar. Y ocurrió cuando los pasos enfilaron la entrada de la catedral por la puerta de San Miguel. Un grupo comenzó a lanzar petardos sobre el manto de la Virgen y se oyeron disparos de pistola que agujerearon el palio de la Virgen. La multitud, en pánico, se dispersó, los pasos entraron al galope en la catedral y las puertas se cerraron. Un minuto después, unos pocos fieles templados comenzaron a perseguir a uno de los hombres que había disparado contra la Virgen y que había salido huyendo hacia la plaza del Triunfo. Uno de estos fieles fue Diego Jiménez Martínez, de 29 años, que consiguió alcanzar al fugitivo en la calle de Maraña y le arreó “un formidable bastonazo en la cabeza”, según se aseguró en el atestado.
Incluso herido, el hombre se dio media vuelta y se encaró a punta de pistola con los agentes que le seguían a la carrera. Hubo intercambio de disparos, sin heridos, hasta que fue detenido en la calle de San Gregorio. La ira popular obligó a la Policía a custodiar al detenido en el portal de Diputación de la Benemérita hasta que la Guardia Civil terminó de cargar contra los fieles que pretendían apoderarse del pistolero.
Ya en comisaría, y según relató el ABC en su edición sevillana, se supo que el autor de los disparos se llamaba “Emiliano González Sánchez, de 21 años, soltero, natural de Alcázar de San Juan, de oficio carpintero y con domicilio en San Juan de Aznalfarache”. Al detenido se le requisó una pistola del calibre 6,35 mm. con dos cargadores; dos carnés de la CNT, uno a su nombre y otro al de un tal José Adame y un carné de chófer. En su cuerpo, enrollada, llevaba la bandera del sindicato. Las fuerzas del orden habían trasladado a la misma comisaría a otros compañeros del sindicalista: Daniel Maceda, alias el Carbonero; Antonio Ibarra, alias el Pájaro; así como José Martín Bernal y Manuel Piña Lara.
La reacción gubernamental a estos gravísimos sucesos fue un fiel reflejo de la importancia que aquellas izquierdas republicanas daban al sometimiento de la Iglesia Católica. Nada se hizo. Desde las tribunas de la mayoría republicana se señaló a los cofrades como culpables de haber provocado al pueblo con sus procesiones, “un vehículo de proselitismo intolerable en la España moderna”, como dijo la prensa de izquierdas de aquella época.
Saturday, May 21, 2011
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