Entrevista hecha en Manhattan a Bernard Nathanson, ayer rey del aborto, hoy icono pro vida. Testimonio de conversión, uno de los más apasionantes del siglo XX.
Gonzalo Altozano
Director del semanario Alba
Mujeres silenciadas: cómo se explica el síndrome de la mujer que aborta
Theresa Burke y David C. Reardon
-Circula por internet un vídeo de usted en el que se presenta como un asesino en serie.
-Si se piensa en frío, eso, asesino en serie, es lo que era cuando practicaba abortos. Claro que entonces no me hubiera definido así.
-¿Cómo lo hubiera hecho?
-Como alguien que estaba convencido de que lo que hacía era por el bien de las mujeres. Por eso no me siento culpable, lo que no significa que no esté arrepentido.
-Entre los 75.000 abortos que dirigió se cuenta el de su propio hijo. ¿Qué sintió después?
-La satisfacción por el trabajo bien hecho. Es decir, algo parecido a lo que el jerarca nazi Adolf Eichmann cuando veía los trenes cargados de judíos partir hacia los campos de concentración.
-La instalación de una nueva tecnología, los ultrasonidos, le hace recapacitar. ¿Casualidad?
-Yo hablaría de Providencia. Por primera vez, podíamos ver el feto humano, crear un vínculo con él y quererlo.
-Sin embargo, siguió practicando abortos.
-Por motivos que consideraba justificados, como la violación o el incesto. Pero las tensiones morales iban creciendo hasta hacerse insoportables.
-Llega 1979.
-Año en que realicé mi último aborto. Me convencí de que, fueran cuales fuesen las circunstancias, se trataba de un crimen.
-Pero su incorporación a la Iglesia no sería hasta 1996, solemnidad de la Inmaculada Concepción, cripta de la catedral de San Patricio, Nueva York.
-Fue un momento muy difícil. Estaba completamente emocionado. Y después cayó esa fría agua purificadora sobre mí, y voces suaves, y un inexpresable sentimiento de paz.
-Quién se lo iba a decir a usted, que durante tantos años orquestó campañas contra la Iglesia Católica.
-Por una sencilla razón: era la más firme opositora al aborto, la más decidida defensora del no nacido. Nuestro modus operandi era achacarle cada muerte producida por abortos caseros.
-Volvamos a su conversión: fue más al modo de san Agustín que de san Pablo.
-Durante un tiempo probé toda suerte de remedios seculares: alcohol, barbitúricos, libros de autoayuda y, por supuesto, psicoanálisis.
-De eso da fe su biblioteca: tiene las obras de Freud.
-También están los autores a los que leí durante mi proceso de conversión: Gilman, Merton, Muggeridge, Stern, Newman…
-De este último suele citar una frase: “A nadie le han convertido nunca los argumentos”.
-Empecé a ir a marchas contra el aborto organizadas por católicos y protestantes. Me conmovió la intensidad espiritual de los manifestantes, siempre animosos a pesar del ambiente hostil.
-¿De qué era consciente?
-De que una gran cantidad de ellos habían rezado por mí, estaban rezando por mí.
-E incapaz de ser inmune a todo aquello…
-Empecé a considerar seriamente el tema de Dios.
-De ahí sus larguísimas conversaciones con tres carismáticos sacerdotes: Paul Marx.
-Ese hombre santo.
-Richard Neuhaus.
-Su cabeza era un tesoro nacional.
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