2 Diciembre 2013. 23:34
Publicado por Bernardo
Ebri Torné el 2 Diciembre 2013en Sociopolítica|. El Libre Pensador. Diario
online
Tenemos que trabajar por la paz,
especialmente cuando nuestra sociedad se encuentra en una gran crisis de
humanidad, donde unos pocos pretenden el monopolio de la riqueza, y una mayoría
comienza a sufrir una merma de su bienestar social, viendo cercenados sus
derechos. Exponemos seguidamente una serie de hechos que reflejan esta crisis
de valores, para luego intentar efectuar un breve bosquejo de posibles
soluciones.
La crisis económica actual, es una
crisis humanística de valores, donde la ambición desmedida de unos
pocos genera grandes desigualdades sociales. Para todos tiene que haber una
tierra fértil que de abundante fruto, y se destierre la miseria que desespera
al ser humano. El bienestar del hombre no es solo material sino también es
plenitud psíquica, siendo entonces cuando primordialmente y en uso de su
libertad, puede buscarse una respuesta seria a sus interrogantes existenciales,
siendo las religiones las que intentan ofrecer a este respecto una oferta
trascendente. Pero si las religiones se ofrecen únicamente como una
compensación subsidiaria a situaciones de infelicidad, el individuo carece de
libertad para aceptarlas aunque se las impongan, y pueden convertirse entonces
en “opio para el pueblo” o en falsas alternativas que en determinadas culturas
lleven incluso al terrorismo.
Me he preguntado muchas veces: ¿Por qué
el ser humano intenta justificar las muertes, máxime en guerras o en
nacionalismos, pretendiendo que el fin justifique los medios? Nadie pude matar a un
ser humano por ideales. Solo desde el amor se puede ser libre y renunciar a la
violencia. Si se engendra odio, entonces no nos encontramos tampoco ante el
verdadero Dios, sino ante un engendro producido por la perversión del hombre,
aunque se revista de etiquetas que pretendan ser sublimes. A esta crisis
humanista no escapa ningún país o nación. Se ha llegado a un relativismo
moral escandaloso.
Se asiste a una crisis de valores, a un vaciamiento de
las conciencias solidarias, a un implante puro y duro de la cultura de la
muerte, donde los valores fundamentales de la persona, entre ellos la vida
humana queda reducido a moneda de compra-venta. Bajo postulados de progresismo,
se justifica hasta la muerte de inocentes como son los seres no nacidos,
queriéndose imponer a toda costa también la aplicación de leyes eutanásicas.
Toda la vida humana ya sea desde sus comienzos hasta su final es relativizada.
El Estado disfrazado de “garante” de derecho de la persona se erige como un
nuevo Dios que puede autorizar quien debe de nacer y quien y cuando debe de
morir. Todo ello ha creado un caldo de cultivo propicio a esta crisis.
Hoy día con más de cinco millones de parados en
nuestro país por esta crisis globalizada, donde son especialmente los jóvenes y
los emigrantes las víctimas especiales, resultan estos hechos un flagrante
escándalo social. La economía ha olvidado su función de servicio a las
personas, cooperando a crear una nueva esfera social injusta donde se somete la
política a la dictadura de los mercados, propiciando medidas que no favorecen a
los más necesitados sino a los que más tienen. Un predominio neoliberal extremo
está logrando imponer su cultura, su moral y su fe, dando lugar a una
civilización del capital y la riqueza, donde se postula que la felicidad consiste
en la acumulación privada de la mayor riqueza material como base de una
seguridad individual y de un consumismo creciente. Las multinacionales
organizan campañas internacionales de sensibilización de la opinión pública
para tratar de que adquiramos medios de consumo sin valorar adecuadamente si
éstos van a ofrecernos una auténtica calidad de vida. De esta forma nos vamos
abotargando, insensibilizando, donde no existe ya una moral objetiva sino
funcional. Todo vale y queda reducido a materia de consumo, incluso lo
sagrado, dentro de este relativismo imperante. ¡Todo el mundo tiene su precio!
en esta moral. Pasamos de lo fundamental a lo accesorio, a una moral funcional
de conveniencia. Los trabajadores son reducidos a pura “mercancía”,
hecho que constituye un ataque a la dignidad de las personas. Ahí se encuentran
las raíces del drama social, del paro que estamos padeciendo; agravados además
estos hechos por políticas que no consideran a los ciudadanos más que como
objeto de recaudación de impuestos, laminando los servicios esenciales y los
sistemas de protección social. Estas desigualdades sociales que se están
haciendo más evidentes tras la crisis expresan sin duda el abuso de los
mercados, de un capitalismo salvaje que se ha independizado de su servicio a la
comunidad. Se ha hecho insolidario y ha olvidado que el capital tiene una
finalidad social. Es el desplome de un modelo de cooperación social entre el
capital y la sociedad. En España esta crisis ha adquirido tintes dramáticos, el
desempleo supera el 23% y el paro juvenil el 50%. El estallido de la burbuja
inmobiliaria, consecuencia de un urbanismo excesivo junto con una insuficiente
planificación y falta de control de la especulación del suelo han sido algunas
de sus causas, junto con la descapitalización de los bancos. Recursos que
tenían que haber ido a potenciar pequeñas y medianas empresas fueron desviados
a la construcción. Todo ello agravó la crisis financiera general. La cultura
del enriquecimiento fácil y rápido ha sido expresión del desorden moral
existente, que ha permitido elevadas comisiones de intermediación en las
operaciones económicas. Así mismo estos lobbies han contado con la complicidad
de la clase política. Se ha sumado también a ello, el fraude fiscal y el
endeudamiento acelerado de una sociedad, que ha vivido por encima de sus
posibilidades. Es totalmente inmoral pedir sacrificios a los ciudadanos, que
repercuten siempre en las capas más débiles sociales, y en áreas además
intocables como son las de la Sanidad y Educación, mientras que los políticos
no actúen sobre la maquinaria burocrática estatal y de las autonomías que está
aplastando nuestra economía.
En el mundo de la sanidad, es innegable que si las
familias dejaran de atender a sus enfermos, y dejaran esta labor a la acción social
de los gobiernos, la tarea sería inasumible y desbordaría la capacidad de los
Estados para esta labor. Y ello hablando de la enfermedad, pero esta
afirmación, puede ser también trasladada a la propia vida diaria. ¿Qué
ocurriría si muchos padres no siguieran ayudando ahora a sus hijos en paro, a
sus nietos, y no solo de forma material sino emocional? El colchón que supone
estas ayudas, no podría ser asumido por la sociedad y se originaría un clima de
alarma social muy peligroso.
Las soluciones no son fáciles y competen a los
responsables de la vida pública y a los expertos, pero sin soslayar los
principios éticos que deben orientar tanto las decisiones y programas como la
conducta de los sectores sociales.
Cualesquiera que sean las medidas, la
solución pasa por un cambio en la mentalidad que haga de la dignidad de la
persona humana criterio de la ordenación del trabajo. Para ello es preciso
no silenciar la afirmación de Dios como fundamento del orden moral. Todos han
de hacer lo posible para que las consecuencias más graves de la crisis no
caigan sobre los que menos recursos tienen. Sigue siendo válida la afirmación
que apuntábamos antes del “colchón” contra la exclusión y la marginación, que
suponen las familias en nuestra sociedad, referente ahora a la acción social
que ejerce en nuestro país la Iglesia Católica con los más desfavorecidos, así
como la propia labor que ejerce Cáritas.
El propio Papa Emérito Benedicto XVI, a estos
respectos, ha llegado a decir: “La falta de trabajo y la precariedad del mismo
atentan contra la dignidad del hombre, creando no solo situaciones de
injusticia y de pobreza, que frecuentemente degeneran en desesperación,
criminalidad y violencia, sino también en crisis de identidad en las personas”.
Como reacción a esta economía insolidaria
que ataca a nuestro país y al de otros, ha surgido con fuerza en el corazón de
la vieja Europa un nuevo modelo económico llamado: “La Economía del Bien Común”. Para muchos este
modelo enterrará en pocos años a este capitalismo depredador del planeta y de
la dignidad humana. Esta nueva economía nace como respuesta a la actual crisis
y se practica ya por más de quinientas cooperativas y empresas de trece países,
especialmente de Alemania y Austria. La Economía del Bien Común es una
hermosa luz al final de un negro túnel. Los profesionales requieren no solo
el salario económico sino el emocional, el ver que son bien tratados por la
sociedad, y el experimentar que son verdaderamente útiles a ésta.
Como dice el nuevo Papa Francisco, “cuando la
sonrisa mana detrás de las lágrimas el Cielo se abre”, por ello hay que
abrirse al optimismo en ésta y otras muchas cosas pendientes de abordar con
seriedad y al mismo tiempo con comprensión, solidaridad y ternura.
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