Es fácil ver el reciente ataque
yihadista a la catedral de San Marcos de El Cairo simplemente como más de lo
mismo, pero resulta que posee una gran importancia simbólica, y en muchos
aspectos presagia males formidables para los millones de cristianos de
Egipto.
Considérense varios hechos: la catedral de San Marcos, dedicada al autor
del segundo evangelio, quien llevara el cristianismo a Egipto unos 600 años
antes de que Amir ben al As llevara allí el islam por la fuerza de la espada, no
es simplemente otra iglesia copta que es atacada o incendiada por una
turba musulmana (véase mi próximo libro, Crucified again:
exposing Islam new war on Christians [Crucificados otra vez: la
nueva guerra del islam contra los cristianos, al descubierto], para una idea
global de los ataques pasados y presentes de los musulmanes a las iglesias
coptas), sino que es considerada el lugar más sagrado por millones de
cristianos de todo el orbe, especialmente por los coptos, tanto de Egipto
como del resto del mundo. Dado que se trata de la única sede apostólica en toda
África, su relevancia y misión evangelizadora abarca al continente entero, es
decir, países como Sudán, Etiopía, Libia, Túnez, Marruecos y Argelia, por
nombrar sólo unos pocos. Como sede apostólica –la auténtica cátedra de un
apóstol de Cristo–, posee además significado histórico para la Cristiandad
entera.
En resumen, las turbas musulmanas –ayudadas y amparadas por el Estado
egipcio, tutelado por los Hermanos Musulmanes– no sólo atacaron una iglesia
copta, sino que cometieron un acto de guerra contra toda la Cristiandad.
Atacaron un recinto de gran importancia simbólica e histórica para todos los
cristianos, pues San Marcos, cuyas reliquias se hallan en la catedral, es
patrimonio de todos los cristianos, no sólo de los coptos. Precisamente
esta clase de ataques contra iglesias orientales y ortodoxas –incluido el que
supuso la destrucción de la iglesia de la Resurrección en 1009– fue lo que abrió
el camino para las Cruzadas, en una época en la que la Cristiandad no estaba totalmente fragmentada y desunida, como
sí lo está en la actualidad.
Este ataque yihadista contra la catedral de San Marcos no supone
para los coptos algo diferente de lo que significaría para los católicos un
ataque yihadista contra el Vaticano, o, para mantener la analogía, pero
vista desde el lado contrario, no sería distinto de un ataque cruzado a
la Gran Mezquita de La Meca.Mientras que uno sólo puede imaginar cómo reaccionarían los musulmanes del mundo entero a un ataque cristiano-occidental contra el más sagrado de sus santuarios, los líderes postcristianos de Occidente, como de costumbre, se muestran impertérritos; al igual que las fuerzas de seguridad egipcias, que permanecieron impasibles mientras una chusma musulmana abría fuego contra la catedral.
En cuanto a los coptos egipcios, ciertamente acudieron en defensa de la catedral más importante de su país, incluso de toda África, de ahí la drástica respuesta del ministro del Interior: según un testigo presencial, las fuerzas de seguridad lanzaron al recinto entre 40 y 50 bombas de gas, que dejaron sin sentido a muchos cristianos, mujeres y niños incluidos. Al igual que ocurrió en Maspero en 2011, cuando las fuerzas de seguridad atacaron brutalmente a los coptos que se manifestaban en contra de los ataques que estaban sufriendo sus iglesias –veinte cristianos fueron asesinados entonces–, parece que las autoridades se irritaron con los dhimmíes que defendieron valerosamente su lugar más sagrado.
Por otra parte, el que los coptos acudieran en defensa de su catedral –Reuters dijo que eran “unos cuantos jóvenes marginales agresivos (…) cristianos”, “que podrían estar cayendo también en la violencia”– ha confirmado el punto de vista de los medios de comunicación occidentales, según el cual la minoría cristiana es, en cierto modo, igual de violenta y responsable de la llamada “lucha sectaria”, un eufemismo para la persecución que se cierne sobre los cristianos egipcios.
El significado simbólico de este último ataque islámico a la Cristiandad fue confirmado por varios activistas. Así, Adel Guindy, presidente de Solidaridad Copta, declaró:
Atacar la sede del papa copto carece de precedentes en los últimos dos siglos. Fue un acto humillante y deliberado, que muestra la creciente cultura del odio, vinculada al salafismo, y el comportamiento agresivo contra todos los no musulmanes. Equivale a un crimen de Estado.Ni siquiera el papa copto, que ha de ser siempre diplomático para evitar que sus comentarios compliquen más las cosas a su rebaño, rebajó la gravedad de este asalto al lugar más sagrado de la Cristiandad copta (que además es su residencia principal). Entre otras cosas, el papa Teodoro (Tawadros II) afirmó que el presidente Mohamed Morsi había prometido hacer todo lo posible para proteger la catedral; “pero, en realidad, no vemos que así sea (…) Necesitamos acción, no sólo palabras… No hay acción sobre el terreno”. Asimismo, también incidió en que “este flagrante asalto a un símbolo nacional, a la Iglesia egipcia”, no tenía precedentes en doscientos años.
El “Necesitamos acción, no
sólo palabras” del Papa fue una respuesta a esta declaración del presidente
Morsi : “Considero cualquier ataque a la catedral como un ataque contra mí
mismo”; declaración que hizo mientras las fuerzas de seguridad lanzaban
gases lacrimógenos al recinto y contemplaban cómo los musulmanes abrían fuego,
lanzaban piedras y cócteles molotov contra el mismo, todo lo cual fue fotografiado. Como de costumbre, los únicos
arrestados por este ataque contra la más importante catedral copta fueron…
coptos.
En vez de palabras –que, viniendo de los islamistas, carecen por completo de valor–, lo que Morsi necesita afrontar
es el hecho de que este ataque sin precedentes y simbólicamente letal contra un
lugar de culto cristiano ha tenido lugar bajo su autoridad y la de los Hermanos Musulmanes. En tiempos de Hosni
Mubarak no se le tiró “ni siquiera un guijarro” a este monumento nacional, como dijo un activista.
Por supuesto, esto va en consonancia con el hecho de que, a diferencia de
todos los anteriores presidentes egipcios, todos ellos musulmanes, el islamista Morsi se niega a pisar una
iglesia, bien para asistir a la solemne inauguración del pontificado del
nuevo Papa o en las Navidades coptas. ¿Podría esto deberse a que el pío Morsi
considera que una iglesia copta es como ”un
club nocturno, [o] un casino”, según declaró un destacado consejo de la fetua
egipcio? ¿Podría ser que él, como otros populares líderes musulmanes, simplemente sienta odio y repulsión por los
cristianos?
En cualquier caso, aquí tenemos el último y más flagrante ataque del
mundo musulmán a la Cristiandad, mientras
los líderes occidentales bostezan, cuando no favorecen activamente semejante
odio anticristiano con su total apoyo a la primavera
árabe.