CIENCIA Y VIDA
Tema abierto para el Año de la fe
Por Manuel Casado Velarde*
ROMA, 03 de enero de 2013 (Zenit.org) - El Año de la Fe proclamado por Benedicto XVI constituye una buena ocasión para reflexionar brevemente sobre un asunto que hoy se percibe como muy problemático: las relaciones entre la Ciencia y la Fe. Es sabido que en la mentalidad colectiva predomina, desde hace algún tiempo, una visión antagónica de ambas realidades, antagonismo que se expresa a veces en la alternativa de «O Fe o Ciencia». Me propongo mostrar en las líneas que siguen que se trata de una falsa alternativa; que Fe y Ciencia no solo no son incompatibles, sino que reclaman una relación de armonía y de colaboración.
Es sabido que la Ciencia experimental moderna nació y se ha desarrollado en la Europa cristina occidental; es decir, la Ciencia moderna posee una indiscutible matriz cultural cristiana. Muchos de los protagonistas de su inicio y desarrollo han sido hombres de fe como Copérnico, Galileo, Newton, Volta, Ampère, Cauchy, Faraday, Kelvin, Maxwell, Plank, Millikan, Marconi o Lemaître, entre otros muchos. Este hecho nos lleva, al menos, a pensar que la ciencia no tiene por qué ser un obstáculo para la profesión de la fe. Es cierto que también hay científicos agnósticos y ateos. Darwin, por ejemplo,
parece que fue evolucionando a lo largo de su vida, pasando de ser una persona de fe en los años de su juventud, a vivir en un agnosticismo, de contornos poco definidos, en los años de su madurez (S. Collado).
Pero, además de que la Ciencia no es obstáculo para profesar la Fe, muchos científicos han encontrado en la Fe un estímulo para el ejercicio de su ciencia. A este respecto son muy significativas las palabras del físico italiano Carlo Rubbia (Nobel de física en el año 1984) en una entrevista publicada en el Neue Zürcher Zeitung en 1992:«Cuando enumeramos galaxias o probamos la existencia de partículas elementales, probablemente no estamos demostrando la existencia de Dios. Pero como científico y estudioso me impresionan profundamente el orden y la belleza que encuentro en el cosmos y dentro de los fenómenos materiales. Y como observador de la naturaleza no puedo rechazar la noción de que aquí hay un orden superior de cosas. Encuentro absolutamente inaceptable la idea de que todo sea el resultado de la coincidencia o una mera diversidad estadística. Aquí existe una inteligencia superior, por encima y más allá de la existencia misma del Universo».
Por otra parte, famosos ex-ateos como Antony Flew (1923-2010, autor del libro Hay un Dios: Cómo el ateo más influyente del mundo cambió de opinión), o agnósticos en su momento como Francis Collins (conocido por haber dirigido el Proyecto Genoma Humano) reconocen el papel que la Ciencia ha tenido en sus respectivas conversiones. El primero de ellos, Antony Flew, que fue marxista, determinista y ateo militante, escribió que «el mayor descubrimiento de la Ciencia moderna es Dios».
Por su parte, el investigador responsable de la secuenciación del genoma humano, el citado Collins, declaró ya hace algunos años: «Me sorprendió la elegancia del código genético humano. Me di cuenta de que había optado por una ceguera voluntaria y era víctima de la arrogancia por haber evitado tomar en serio el hecho de que Dios podría ser una posibilidad real». Después de esto, Collins ha llamado al ADN humano «el lenguaje de Dios».
Se han realizado algunos estudios, sobre todo de carácter estadístico, y mediante encuestas, sobre el papel que la religión desempeña en la vida de prestigiosos científicos actuales. En uno de ellos, centrado en biólogos que trabajan en universidades de élite de los Estados Unidos, se concluía que sólo un 10% de los encuestados (149 biólogos expertos en evolución) veían conflicto entre la ciencia que practicaban y las creencias religiosas. La mayoría de ellos no veían ningún conflicto entre ciencia y religión.
Otro estudio más reciente y extenso sobre la «religiosidad» de los científicos lo han realizado Elaine Howard Ecklund y Elizabeth Long. En este caso, el número de encuestados fueron 275 científicos de 21 universidades top en Estados Unidos. Las autoras muestran su sorpresa ante el hecho, inesperado para ellas, de que la mayoría de los científicos encuestados se consideraban a sí mismos como personas «espirituales». En definitiva, la Ciencia invita a hacerse planteamientos de tipo religioso, aunque a esto se le llame simplemente planteamientos de tipo espiritual. A lo que no parece que invite es al ateísmo (S. Collado).
Y es que el postulado fundamental de la Ciencia es la racionalidad de la Naturaleza, la inteligibilidad del Universo; de otra forma, no habría motivos para investigar. El físico británico Paul Davies llega a afirmar que la actitud científica es esencialmente teológica. Incluso el científico más ateo acepta como un acto de fe la existencia de un orden o ley en la naturaleza que nos resulta, al menos en parte, comprensible. Más claramente lo expresó C. S. Lewis refiriéndose a los cristianos pioneros de la Ciencia: «Se convirtieron en científicos porque estaban buscando leyes en la naturaleza, y buscaban esas leyes porque creían en un legislador que se las había dado».
Para entender hoy las razones del ateísmo “científico” de personas como Richard Dawkins o Stephen Hawking, conviene tener presente la imagen de Dios que atacan con su argumentación, que no es otra que la del llamado «Dios de los agujeros». Este ateísmo considera que, a lo largo de la historia, los creyentes recurren a Dios cuando se hallan ante algo que no pueden explicar o controlar: una epidemia o una enfermedad incurable, el tiempo meteorológico, etc. Los avances científicos, al mostrar que las verdaderas causas de esos fenómenos son exclusivamente naturales y que se pueden controlar o prever, irían haciendo innecesario invocar a un ser sobrenatural.
La expresión «Dios de los agujeros» pone, así, de relieve que Dios resultaría únicamente un recurso para rellenar aquellos huecos del conocimiento científico que aún existen. Este ateísmo cree (= tiene fe en) que la Ciencia es, en última instancia, capaz de descubrir las causas naturales que explican todos los fenómenos; es decir, que la Ciencia acabará con los agujeros epistemológicos y terminará enterrando a Dios.
Tampoco yo creo en ese Dios en que no creen Dawkins o Hawking; es decir, en el «Dios de los agujeros». «Cuanto más comprendo la Ciencia, más creo en Dios por la maravilla de la amplitud, sofisticación e integridad de su creación», afirma el matemático John Lennox, profesor de Oxford. «Lejos de estar en desacuerdo con la Ciencia, la fe cristiana tiene un sentido científico perfecto». Para este matemático, también conocido por sus debates públicos con Richard Dawkins, el estudio del orden racional del universo confirma la fe cristiana: «Aun así, mis mayores razones para creer en Dios son, en la parte objetiva, la resurrección de Jesús, y en el lado subjetivo, mi experiencia personal de Él y de todo lo que ha nacido de mi confianza en Él».
Al entrar en los detalles de las maravillas que descubren en el hombre los avances científicos, Lennox utiliza la analogía con unas letras dibujadas en la arena de la playa: «La respuesta inmediata es reconocer la acción de un agente inteligente. ¿Cuánto más probable es, por tanto, que haya un creador inteligente detrás del ADN humano, una colosal base de datos biológica que contiene no menos de tres mil millones de ´letras´?», argumenta el matemático.
Puestos a concluir esta breve reflexión acerca de las relaciones entre Ciencia y Fe, me gustaría hacerlo invocando la conocida afirmación del científico más universal, Einstein: la Ciencia sin la Religión está coja, y la Religión sin la Ciencia está ciega.
*Catedrático universitario de Lengua española
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