ROMA, miércoles 5 septiembre 2012 (ZENIT.org).- A pocas semanas de la inauguración de la Asamblea del Sínodo de los Obispos para la Nueva Evangelización y del Año de la Fe a los que ha convocado el papa Benedicto XVI, ofrecemos la carta de monseñor Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara en España, donde aborda el tema de la fe.
Cuando pronunciamos conscientemente la palabra “creo” estamos constatando una realidad que acontece en la convivencia diaria. Cada uno, al relacionarse con sus semejantes, no puede hacerlo sin creer en él y en lo que dice. Aunque en alguna ocasión tenga que contrastar determinadas afirmaciones por considerarlas exageradas o poco ajustadas a la verdad, sin embargo no puede vivir desconfiando constantemente de los demás. La confianza está en la base de la convivencia familiar y social. Por eso, para que no fomentar la desconfianza hacia los demás, la mentira y el engaño deberían estar desterrados de las
relaciones sociales.
Esta fe y confianza en los demás podemos apreciarlas fácilmente en los niños y jóvenes. Lo que aprenden en el hogar familiar y en el colegio, lo admiten y asumen porque creen en la bondad de sus padres y porque se fían de los conocimientos de sus profesores. La propia experiencia nos dice que muchos de nuestros conocimientos se deben a la acogida confiada de los saberes e informaciones recibidos de otras personas, en las que confiamos. Creer, por lo tanto, no es una actitud exclusivamente religiosa, sino una realidad humana absolutamente general que invade nuestras informaciones cotidianas.
Cuando analizamos las relaciones humanas podemos observar que el creer en el otro se nos impone. No podemos vivir en la sociedad sin confiar, es decir, sin tener fe en nuestros semejantes. El amor y la amistad con quienes convivimos cada día serían imposibles, si no creyésemos en ellos. Ambas se sustentan en una fe entre las personas que se aman, hasta tal punto que cada uno puede confiar y esperar la fidelidad del otro en el presente y en el futuro.
De acuerdo con lo dicho hasta aquí, podemos afirmar que el acto de creer es un acto esencial de la condición humana y, por tanto, auténticamente humano. Confiar en los otros forma parte de nuestra vida independientemente del creer religioso. Por lo tanto, prescindir del creer o relegarlo a un segundo plano en la vida, no sólo sería una contradicción existencial, sino una negación de lo que realmente somos.
Ahora bien, si creemos en las personas con las que nos relacionamos cada día y aceptamos su testimonio sobre distintos aspectos de la realidad, tendríamos que preguntarnos: ¿Por qué no creer en el testimonio de los millones de hombres y mujeres que a lo largo de la historia nos han dicho con sus palabras y obras que Dios existe?. ¿Por qué no fiarnos de quienes nos lo siguen diciendo en nuestros días?. ¿No estaremos siendo contradictorios al aceptar el testimonio sobre determinados aspectos de la realidad y cerrarnos a los testimonios religiosos?
La teología católica afirma que la fe no depende de la razón, pero que no es irracional. Aunque la fe supere la capacidad racional del ser humano, sin embargo no va en contra de la razón. Cuando creemos y nos fiamos de lo que nos dicen tantas personas conocidas, no actuamos contra la razón, sino que la descubrimos potenciada. El Papa Benedicto XVI, consciente de los intentos de la cultura actual de separar la fe de la razón, no cesa de recordarnos que no existe oposición entre fe y razón, entre el saber teológico y científico, sino complementariedad. Que el Señor nos ayude a creer y confiar en Él y en los hombres.
Con mi bendición, feliz día del Señor.
+ Atilano Rodríguez
Obispo de Sigüenza-Guadalajara
Cuando pronunciamos conscientemente la palabra “creo” estamos constatando una realidad que acontece en la convivencia diaria. Cada uno, al relacionarse con sus semejantes, no puede hacerlo sin creer en él y en lo que dice. Aunque en alguna ocasión tenga que contrastar determinadas afirmaciones por considerarlas exageradas o poco ajustadas a la verdad, sin embargo no puede vivir desconfiando constantemente de los demás. La confianza está en la base de la convivencia familiar y social. Por eso, para que no fomentar la desconfianza hacia los demás, la mentira y el engaño deberían estar desterrados de las
relaciones sociales.
Esta fe y confianza en los demás podemos apreciarlas fácilmente en los niños y jóvenes. Lo que aprenden en el hogar familiar y en el colegio, lo admiten y asumen porque creen en la bondad de sus padres y porque se fían de los conocimientos de sus profesores. La propia experiencia nos dice que muchos de nuestros conocimientos se deben a la acogida confiada de los saberes e informaciones recibidos de otras personas, en las que confiamos. Creer, por lo tanto, no es una actitud exclusivamente religiosa, sino una realidad humana absolutamente general que invade nuestras informaciones cotidianas.
Cuando analizamos las relaciones humanas podemos observar que el creer en el otro se nos impone. No podemos vivir en la sociedad sin confiar, es decir, sin tener fe en nuestros semejantes. El amor y la amistad con quienes convivimos cada día serían imposibles, si no creyésemos en ellos. Ambas se sustentan en una fe entre las personas que se aman, hasta tal punto que cada uno puede confiar y esperar la fidelidad del otro en el presente y en el futuro.
De acuerdo con lo dicho hasta aquí, podemos afirmar que el acto de creer es un acto esencial de la condición humana y, por tanto, auténticamente humano. Confiar en los otros forma parte de nuestra vida independientemente del creer religioso. Por lo tanto, prescindir del creer o relegarlo a un segundo plano en la vida, no sólo sería una contradicción existencial, sino una negación de lo que realmente somos.
Ahora bien, si creemos en las personas con las que nos relacionamos cada día y aceptamos su testimonio sobre distintos aspectos de la realidad, tendríamos que preguntarnos: ¿Por qué no creer en el testimonio de los millones de hombres y mujeres que a lo largo de la historia nos han dicho con sus palabras y obras que Dios existe?. ¿Por qué no fiarnos de quienes nos lo siguen diciendo en nuestros días?. ¿No estaremos siendo contradictorios al aceptar el testimonio sobre determinados aspectos de la realidad y cerrarnos a los testimonios religiosos?
La teología católica afirma que la fe no depende de la razón, pero que no es irracional. Aunque la fe supere la capacidad racional del ser humano, sin embargo no va en contra de la razón. Cuando creemos y nos fiamos de lo que nos dicen tantas personas conocidas, no actuamos contra la razón, sino que la descubrimos potenciada. El Papa Benedicto XVI, consciente de los intentos de la cultura actual de separar la fe de la razón, no cesa de recordarnos que no existe oposición entre fe y razón, entre el saber teológico y científico, sino complementariedad. Que el Señor nos ayude a creer y confiar en Él y en los hombres.
Con mi bendición, feliz día del Señor.
+ Atilano Rodríguez
Obispo de Sigüenza-Guadalajara
ESTUPENDO.
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