“Horrible, horrible, horrible”. Este es el adjetivo más pronunciado por mujeres que se han sometido a un aborto provocado. También repiten frases como “si pudiera volver atrás nunca lo habría hecho” o “yo no quería matar a mi hijo, pero nadie me daba ayuda”.
Sus testimonios evidencian no sólo que el síndrome post aborto existe -aunque los líderes del negocio abortista sigan negándolo- sino que el sufrimiento que provoca en la mujer es mucho mayor del que podría haberles supuesto seguir adelante con el embarazo.
Dejemos a un lado a la primera víctima del aborto -el no nacido- y centrémonos en la segunda víctima: la madre que se ve obligada a acabar con la vida de su hijo.
Seguramente existan, pero es difícil encontrar mujeres a las que el aborto no les haya supuesto más que “una molestia en la zona abdominal”. Sin embargo es fácil, muy fácil, encontrar desgarradores testimonios de quienes darían todo por poder volver atrás y escapar de aquella ‘clínica’ que les iba a ‘solucionar un problema’ y se convirtió en el principio de un infierno.
El que sigue es el de Rita, una mujer dominicana que vive en España y abortó a su segundo hijo hace siete años y a punto estuvo de abortar también al tercero.
“Todavía tengo pesadillas”
“Claro que existe el síndrome post aborto. Yo tenía -y todavía tengo- pesadillas. Me veía con una bata blanca llena de sangre y yo me estaba muriendo. Venía un loco, como si estuviera en un hospital psiquiátrico buscando la salida y nunca la encontraba, y todo lleno de gente en silla de ruedas que me perseguía. Me levantaba llorando y supernerviosa. Me refugié en el alcohol porque en mi cabeza no paraba de decirme ‘he matado a mi hijo, lo he matado, lo he matado’.
Desde que lo tienes dentro sabes que es tu hijo, no es, como te dicen ellos, una bolita de sangre. ¡Mentira! Sabes que es un niño y que te lo mataron. Es horrible todo lo que te pasa. Empecé a maltratar a mi otro hijo, yo misma me hacía daño, me daba asco. Intentas ir superándolo por tus hijos, pero es horrible, horrible, horrible”.
Siete años después del aborto, Rita se acuerda de cuando María -le recomendaron que pusiera nombre a su hijo no nacido para poder superar su pérdida- “cumple mes, cuando cumple un año, me acuerdo de todo. Tuve que ponerle un nombre y pensar que se me murió, aunque no fue así, fue que yo aborté. Voy a la iglesia, le enciendo velas, rezo y cuando cumple un año le hago una misa“. Se queda con la mirada perdida y vuelve a repetir: “Es horrible”.
Al igual que a Rita, la única solución que los servicios sociales -esta vez catalanes- dieron a Monserrat fue el aborto. “En la clínica dije que estaba muy nerviosa, que no sabía lo que iba a hacer… Me llamaron para hacerme la ecografía y me dijeron que estaba de siete semanas. Me puse a llorar y me dijeron que fuera a hablar con la psicóloga. Ella me dijo que lo mejor era el aborto, que no podía tirar con tres niños, y que no era la primera ni la última mujer que aborta. Me dio un tranquilizante. Mi hermana entró un segundo y me dijo que nos fuéramos, pero yo ya estaba con el efecto de la pastilla, así que me pasaron al quirófano. Eché de menos que en la clínica me dijeran que me marchase, o que me lo pensara”, dice Montserrat en una entrevista a Aciprensa.
“Es horrible. No saben lo que las mujeres llegamos a sufrir. Eso sólo lo sabe una madre. Están destrozando la vida de muchas mujeres. En vez de quitarme un problema, yo me he echado otro más grande a la espalda”. Pero de ese ‘problema más grande’, el Gobierno prefiere no hablar.
Sus testimonios evidencian no sólo que el síndrome post aborto existe -aunque los líderes del negocio abortista sigan negándolo- sino que el sufrimiento que provoca en la mujer es mucho mayor del que podría haberles supuesto seguir adelante con el embarazo.
Dejemos a un lado a la primera víctima del aborto -el no nacido- y centrémonos en la segunda víctima: la madre que se ve obligada a acabar con la vida de su hijo.
Seguramente existan, pero es difícil encontrar mujeres a las que el aborto no les haya supuesto más que “una molestia en la zona abdominal”. Sin embargo es fácil, muy fácil, encontrar desgarradores testimonios de quienes darían todo por poder volver atrás y escapar de aquella ‘clínica’ que les iba a ‘solucionar un problema’ y se convirtió en el principio de un infierno.
El que sigue es el de Rita, una mujer dominicana que vive en España y abortó a su segundo hijo hace siete años y a punto estuvo de abortar también al tercero.
“Todavía tengo pesadillas”
“Claro que existe el síndrome post aborto. Yo tenía -y todavía tengo- pesadillas. Me veía con una bata blanca llena de sangre y yo me estaba muriendo. Venía un loco, como si estuviera en un hospital psiquiátrico buscando la salida y nunca la encontraba, y todo lleno de gente en silla de ruedas que me perseguía. Me levantaba llorando y supernerviosa. Me refugié en el alcohol porque en mi cabeza no paraba de decirme ‘he matado a mi hijo, lo he matado, lo he matado’.
Desde que lo tienes dentro sabes que es tu hijo, no es, como te dicen ellos, una bolita de sangre. ¡Mentira! Sabes que es un niño y que te lo mataron. Es horrible todo lo que te pasa. Empecé a maltratar a mi otro hijo, yo misma me hacía daño, me daba asco. Intentas ir superándolo por tus hijos, pero es horrible, horrible, horrible”.
Siete años después del aborto, Rita se acuerda de cuando María -le recomendaron que pusiera nombre a su hijo no nacido para poder superar su pérdida- “cumple mes, cuando cumple un año, me acuerdo de todo. Tuve que ponerle un nombre y pensar que se me murió, aunque no fue así, fue que yo aborté. Voy a la iglesia, le enciendo velas, rezo y cuando cumple un año le hago una misa“. Se queda con la mirada perdida y vuelve a repetir: “Es horrible”.
Al igual que a Rita, la única solución que los servicios sociales -esta vez catalanes- dieron a Monserrat fue el aborto. “En la clínica dije que estaba muy nerviosa, que no sabía lo que iba a hacer… Me llamaron para hacerme la ecografía y me dijeron que estaba de siete semanas. Me puse a llorar y me dijeron que fuera a hablar con la psicóloga. Ella me dijo que lo mejor era el aborto, que no podía tirar con tres niños, y que no era la primera ni la última mujer que aborta. Me dio un tranquilizante. Mi hermana entró un segundo y me dijo que nos fuéramos, pero yo ya estaba con el efecto de la pastilla, así que me pasaron al quirófano. Eché de menos que en la clínica me dijeran que me marchase, o que me lo pensara”, dice Montserrat en una entrevista a Aciprensa.
“Es horrible. No saben lo que las mujeres llegamos a sufrir. Eso sólo lo sabe una madre. Están destrozando la vida de muchas mujeres. En vez de quitarme un problema, yo me he echado otro más grande a la espalda”. Pero de ese ‘problema más grande’, el Gobierno prefiere no hablar.
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